SolÃa pasar mi Navidad en los últimos años junto con mi papá, que murió hace dos. A él no le interesa ya ni festejar ni regalar, se iba a dormir temprano, y yo me ponÃa a ver una pelÃcula y quizás al llegar las 12 hacÃa un pequeño e Ãntimo brindis. Tranquila, de verdad, sin victimizarme ni ninguna de esas historias que la gente se inventa para estas Fiestas cuando no celebrás con suficiente alboroto, porque parecerÃa que nadie puede soportar que estés más o menos en paz con voz misma y no quieras cumplir con ciertas convenciones.
Sin embargo, aunque te suene cursi, en el ’81 pasé una Navidad realmente mágica en ParÃs: estaba sola en esa maravillosa ciudad porque en enero iba a hacer dos funciones en el teatro de Jean-Louis Barrault. Dos o tres amigas que tenÃa allà se iban al interior a visitar a sus familiares, y una de ellas me regaló una entrada para ir a la ópera, a ver El barbero de Sevilla. No era una buena representación y en la mitad decidà abandonar la sala. Me volvà al hotel en que vivÃa donde me habÃa armado un pesebrito de plástico barato comprado en el supermercado. ParÃs estaba soliviantada porque los militares habÃan intentado terminar con el movimiento Solidaridad en Polonia. Me quedé pensando en ese tema y me tomé un champancito rico, solita, mientras nevaba sobre la ciudad. Te dirÃa que me quedé conmigo, bastante a gusto. Y mirá qué bueno lo que pasó por la tarde: en ese hotelito, los mucamos y las mucamas eran marroquÃes, obviamente musulmanes, y a las cinco viene uno de ellos y me dice que como yo era cristiana, me querÃan agasajar. Me llevaron al comedor de diario, me convidaron con una taza de té y un postrecito, y me contaron que para ellos también era la fecha del nacimiento de un gran profeta. Luego les canté dos o tres villancicos flamencos con toda esa esencia de lo árabe del sur de España, y ellos lloraban y me abrazaban. Creo que si existe algún espÃritu navideño genuino, estaba allÃ, en ese acercamiento tan humano y sincero. Me parece que, aunque no te lo propongas, Navidad, Año Nuevo, son fechas en las que afloran el balance, ciertos recuerdos, cosa que no me parece mal si no se dramatiza, y si se puede hacer sin la algarabÃa prefabricada, la exigencia del intercambio de regalos, la obligación de estar con gente que en otra fecha no verÃas. A esta altura, creo que hay que aprender a decir no, gracias, sin culpas, y no dejarse presionar, no entrar en ese juego que puede llegar a ser esclavizante. Creo que cualquier celebración sólo es posible en libertad, como te dé la gana hacerlo. Y no como lo hace tanta gente por imposición, a regañadientes, y además teniendo que soportar los efectos secundarios de las explosiones que a veces parece que fueran bombas de alguna guerra, no una expresión de alegrÃa. Se me ocurre que en la coheterÃa hay algo de esa violencia que no se puede soslayar ni siquiera cuando se supone que se festeja.
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