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Viernes, 8 de mayo de 2009
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entrevista

Deseos liberados

Dos investigadoras del instituto Gino Germani analizaron la narrativa de las canciones de cumbia –principalmente la llamada “cumbia villera”– en relación con las mujeres. Las letras misóginas, sin embargo, no impiden que, al bailar, las mujeres, a modo de resistencia, puedan liberar sus propios deseos, esos que los cantantes siempre reducen al silencio.

Por Verónica Engler
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Malvina Silva y Carolina Spataro, socióloga y licenciada en Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (UBA), trajinaron durante largos meses diversas bailantas bonaerenses. Pero no para entregarse a la fiesta y bailar, sino más bien para observar a quienes sí lo hacían. En el fragor de las pistas escucharon líricas que decían cosas como: “Pamela tiene un problema / no la puede dejar de chupar, / Sos una viciosa / te vas a enfermar” (de Los Pibes Chorros), o “Haceme un pete / haceme un pete / porque esta noche quiero gozar / me comentaron que esa chica hace unos petes espectaculares” (de Damas Gratis). Y pudieron observar cómo los y las jóvenes se mueven con esos sones. Además, apreciaron un sinnúmero de veces el programa Pasión de Sábado (por América TV), en el que las mujeres suelen aparecer bajo sus diminutas vestimentas como parte del decorado tropicalísimo que contiene a los muchachos mientras cantan. Esa experiencia de investigación –que realizaron como integrantes de un grupo de trabajo del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que estudia la cultura popular y los medios masivos de comunicación– les permitió adentrarse en la relación que se da entre la configuración de la identidad de género en mujeres jóvenes de sectores populares y la cultura masiva, específicamente con el consumo de música. Un resultado parcial de todo ese trabajo puede leerse en “Cumbia nena. Letras, relatos y bailes según las bailanteras”, incluido en el recientemente editado Resistencias y Mediaciones. Estudios sobre cultura popular (Paidós), compilado por Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez.

¿Cuáles son las narrativas de género que hallaron en las canciones?

C. S.: –En las letras que analizamos había una importante violencia respecto del acto sexual. Las mujeres son convocadas al discurso de la cumbia villera solamente para darle placer a un hombre heterosexual joven o a varios, mediante la penetración anal o el sexo oral, por ejemplo. Pero la cumbia villera tiene otras características de novedad como la exaltación de actos delictivos o del consumo de drogas.

¿La industria cultural en este caso refuerza esta estructura jerárquica de género?

C. S.: –Sí, en el caso de las letras que nosotras trabajamos sin duda, porque dan cuenta del modo en que las relaciones de género están siendo configuradas en una sociedad como la nuestra, el lugar que ocupa la mujer. Las representaciones sirven para pensar la cultura de una época. Y en este caso estigmatizan más aún la figura de la mujer subordinada al deseo y a la mirada del hombre. En las letras analizadas de cumbia villera tanto como en las de cumbia romántica sin duda que las industrias culturales sirven para reforzar el estigma. Por eso nosotras señalamos en el artículo lo invisible que fue este tema para el Comfer, que saca un documento (en 2001) justamente para limitar la supuesta apología a las prácticas delictivas y al consumo de droga, considerando que los jóvenes son vulnerables a eso, y no cuestionando el lado sexista y violento que tienen estas letras. Pareciera que ese no es un problema en el que podrían caer los jóvenes. La violencia de género no es tenida en cuenta, y de esta manera es como una doble estigmatización, por parte de las industrias culturales y por parte del Estado que olvida este componente significativo de las letras de la cumbia villera.

En los fragmentos de entrevistas que ustedes incluyen en el artículo se pueden observar impugnaciones de las chicas, pero también reforzamientos de las representaciones machistas y misóginas que aparecen en las letras de la cumbia villera.

M. S.: –Sí, pero en ningún caso era la misma chica la que impugnaba y la que reforzaba el estigma. En el caso de las chicas, algunas decían: “y sí, la verdad es que las letras se van al carajo, se zarpan, nos dejan a todas como unas trolas, piensan que lo único que hacemos las mujeres es darle placer al hombre”, y otras te decían: “y sí, la verdad es que hay trolas”, pero siempre las “trolas” eran las otras, ellas nunca iban a aceptar que se subieran a la combi de alguna banda para ir de un lugar a otro. Nosotras no decimos que la identidad es unificada, que siempre tiene un mismo sentido, por eso hablábamos de negociación, para mostrar un panorama mucho más complejo de aquel que el sentido común quiere sobre los y las jóvenes.

¿De qué manera el baile de las chicas encarna una respuesta a un contexto cultural que las denigra?

M. S.: –Nos preguntábamos cómo ese baile les permitía a ellas expresarse, cómo les permitía de alguna manera responder a toda una lógica que puede definirse como más o menos opresiva respecto de su vida cotidiana. Para ellas ir a bailar era un momento de ocio muy importante. El baile, en el caso de las mujeres, les permite expresar como un goce absoluto, como un disfrute en donde pareciera ser que todo lo demás no importa. Creo que en las coreografías que nosotras describimos, en el meneaíto por ejemplo, estas chicas jóvenes de repente se liberaban un poco más, dejaban aflorar un poco más los deseos.

¿Y eso era distinto de lo que le pasaba a los varones?

M. S.: –En general, los varones no estaban tan preocupados por demostrar destreza en el baile. Los varones estaban más preocupados por demostrar una especie de “aguante”, de cultura masculina del que va a comprar bebida, del que se pone en pedo, del que se agarra a piñas, del que cuida a las mujeres.

¿La cumbia villera termina siendo conservadora en relación con el contexto de quienes la cantan y la bailan, más allá de que las canciones luego circularon por derroteros insospechados que las llevaron, por ejemplo, hasta las fiestas en los countries?

M. S.: –Sí, totalmente, porque ese contexto en el que surge que es a fines de los ’90, con las consecuencias de las políticas liberales y después de 2001 cuando el país estalla, la cumbia villera toma un protagonismo, que de hecho se extiende al resto de los sectores sociales, por eso el Comfer saca las pautas para censurarlo. Ese momento como que estaba poniendo en escena ciertas cuestiones que estaban sucediendo, que efectivamente se estaban disolviendo ciertas cuestiones de lazos sociales. Me parece que la cumbia villera tenía una oportunidad de decir algunas cosas, pero en definitiva terminó remitiéndose a su parte más conservadora, que es sin duda la de género. De esta manera quedan opacadas otras cosas que, en todo caso, serían un poco más interesantes, que son las cuestiones de la delincuencia, las cuestiones del consumo y tráfico de drogas en las clases populares, la relación que tienen con la policía y a su vez la relación que la policía tiene con el delito. Entonces lo llamativo de la cumbia villera es que termina siendo conocida masivamente por su atributo más negativo, cuando en realidad podría haber sido conocida por cuestionar y por denunciar situaciones sociales en el contexto socioeconómico en el que surgió.

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