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Viernes, 5 de marzo de 2010
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La mujer pública

Por Dora Barrancos*
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En nuestras sociedades patriarcales, las mujeres que ejercen alguna forma de poder se exponen a vejaciones. Durante el conflicto con los intereses del campo se dijeron (y se escribieron) frases aberrantes contra nuestra presidenta, insultos cuyo significado central radicaba en su condición de mujer. Era algo previsible desde que asumió y que ha ocurrido con las mujeres ubicadas en los primeros lugares del poder: los conflictos emanados del ejercicio del mando suelen convertirlas en destinatarias de injurias de clara alusión sexual. Los insultos contra las mujeres tienen esa semiología simploria, dimensión que parece pertenecerles en forma prominente, y redundan en la atribución de su inmarcesible capacidad de meretrices. Las mujeres públicas lo son de veras. No hay duda de que los imaginarios sociales todavía muestran plegamientos arcaicos y que existen reservorios misóginos en todos los estratos. A pesar del notable aumento del protagonismo femenino en nuestra sociedad, no cesa la producción de sentidos descalificatorios de las mujeres.

Pero la Presidenta ha reaccionado a menudo de manera poco consecuente, puesto que se ha limitado a manifestar “me lo hacen porque soy mujer”. Una buena asesoría en materia de género seguramente le hubiera indicado que no era necesaria esa confesión, y que tal vez entre las respuestas más adecuadas (hay muchas) hubiera sobresalido una rotunda afirmación de las convicciones sobre la igualdad y la equidad de género. He sostenido que Cristina se muestra ambivalente en la cuestión, y que el temor a que la confundan con una feminista (como si ello fuera un baldón), tal vez ha retaceado la oportunidad de sostener enérgicas iniciativas para ampliar la ciudadanía de las mujeres y mejorar sus vidas. No obstante, no puede ignorarse el papel que han cumplido algunas áreas de su gobierno, muy especialmente la tarea excepcional de la ministra Nilda Garré en el Ministerio de Defensa, en donde ha realizado transformaciones sin precedentes si se compara con el resto de los países de América latina. En el marco general de las políticas de derechos humanos con que se ha impuesto consustanciar a las tres fuerzas, la ministra ha intervenido en diversas cuestiones para equiparar a las mujeres con los varones. Algunas iniciativas afectan a ambos sexos, como la extinción de los pedidos de autorización a los superiores para casarse. Las Oficinas de Género, creadas en cada fuerza para atender las demandas relacionadas con una miríada de problemas, y sobre todo para intervenir en materia de violencia, es una prueba de los avances de las políticas de igualdad de género de la ministra.

Pero volvamos a otro aspecto de los imaginarios relacionados con el ejercicio del poder presidencial en manos de Cristina. Más allá de los discursos injuriosos y de las alteraciones patológicas, ¿cómo vive nuestra sociedad la experiencia de una presidenta mujer? ¿Ha aumentado o disminuido el sentimiento sobre la equiparación meritocrática de varones y mujeres en la arena política? ¿Habrá más o menos chances de acompañar candidaturas de mujeres en el futuro? Confieso que ingreso en un terreno conjetural pues no conozco ninguna investigación que haya abordado estas cuestiones. Creo que aún considerando las posiciones opositoras (y me refiero a colectivos, no a dirigentes) la presidencia femenina afecta menos los balances y las opiniones de lo que pueden hacer creer la crispación injuriosa. Desde mi perspectiva, gran parte de la disímil opinión de la gente se expresa hoy en términos de apoyo/rechazo con cierta prescindencia de la identidad de género de la primera magistratura. Me refiero a la expresión media, no a los extremos. El gobierno de Cristina es celebrado o atacado per se, más allá de esa identidad, y no creo que ha habido mella de lo que se atribuye a la condición femenina para las lides políticas como resultado de esta experiencia “generizada” de poder. No creo, en absoluto, que la oposición al gobierno de Cristina signifique desautorización de las mujeres en la política, en todo caso porque hay muchas mujeres entre sus más ofuscadas contrincantes. Sí es verdad que en algunos sectores sociales se ha encarnado la idea —a mi juicio completamente equivocada— de que quien manda es Néstor, la Presidenta con sus errores y sus aciertos gobierna. Guste o no, esto es una evidencia incontestable. Todo lo dicho no equivale a desdeñar las valoraciones sexuadas: sus atacantes suelen reparar en marcas de género, y sus simpatizantes suelen esgrimir, en el balance de sus méritos, el valor agregado de que “además, es una mujer”. ¤

*Socióloga e historiadora, profesora consulta de la UBA, investigadora principal Conicet y directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género.

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