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Lunes, 6 de diciembre de 2004
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La boda

El siguiente cuento de Adrián De Benedictis, redactor de Líbero, es uno de los once que integran el libro Al ritmo de los punteros, la nueva publicación de Ediciones Al Arco. También hay un texto de Facundo Martínez, otro redactor de este suplemento. El libro cuenta con la contratapa a cargo del periodista Ezequiel Fernández Moores.

Por Adrián De Benedictis
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El libro se puede comprar solo en las librerias Yenny.
La quietud de Lincoln se asemejaba con la personalidad de Francisco Carriquiri. Este joven, de 24 años, se destacaba por su tranquilidad, sobre todo cuando tenía que desempeñarse como futbolista de San Martín, uno de los equipos más representativos de la ciudad. Carriquiri era el volante derecho más talentoso de todo el campeonato, y con su parsimonia era el encargado de balancear la adrenalina que siempre se apoderaba de sus compañeros. Carri, como se lo conocía en la intimidad, poseía una técnica exquisita que le daba a su club el margen necesario para ubicarse entre los candidatos a ganar el título.
Además de sus condiciones para jugar a la pelota, Carriquiri también tenía la pinta necesaria para que ninguna chica de Lincoln dejara de fijarse en él. Tanta aceptación tenía Carri que la cancha de San Martín se llenaba de mujeres sólo para verlo en persona. De todas formas, por más que tenía la suerte de elegir compañera en cada rincón del pueblo que frecuentara, el pibe sólo tenía ojos para Rocío. Morocha, de figura escultural, esta joven era la profesora de gimnasia rítmica de Danubio, el rival histórico de San Martín en la liga local. Conocida como “la Negra”, Rocío venía de una familia pudiente de Lincoln, bien diferente de la simpleza en la que se movía Carri.
Una tarde, San Martín jugaba de visitante ante Marítimo, y el estadio, uno de los más grandes de Lincoln, estaba colmado para presenciar el rendimiento de Carriquiri. Mientras los jugadores realizaban la entrada en calor dentro del campo de juego, Carri identificó a Rocío en la platea. Ese día, a partir de la “distracción” que le provocó la presencia, Carriquiri casi no tocó la pelota, apenas una sola vez desbordó por su sector para lanzar un centro que se perdió por atrás del arco; y su querido San Martín perdió 2-0, en uno de sus peores partidos.
Una vez en el vestuario, uno de los compañeros de Carriquiri, el Coco, intentó descifrar las causas de la baja producción de la estrella de San Martín.
–¿Qué te pasó, Carri? No agarraste una, te pasaron como poste, y parecía que estabas en cualquier lado.
–Tenés razón, Coco, nunca me había pasado algo así. Pero, ¿te acordás de la mina que habíamos visto el viernes pasado en el bar?
–Sí, cómo no me voy a acordar si era una máquina.
–Bueno, vino a ver el partido y no dejé un minuto de mirarla. Perdoname, Coco, pero creo que me estoy enamorando.
–Hacé lo que quieras, pero si vos andás boludeando, este equipo se va al descenso. Por favor, tratá de que esto no pase muy seguido.
–Sí, sí, quedate tranquilo, Coco.
A Carriquiri le costó conciliar el sueño aquella noche, ya que en su cabeza se mezclaban las imágenes de Rocío con el olvidable partido que había jugado.
Después de esa derrota, San Martín encadenó cinco victorias seguidas, y el equipo fue aumentando sus posibilidades para clasificarse a la gran final. El partido decisivo lo jugaban los dos primeros del certamen, en un campeonato de 16 equipos, en donde se enfrentaban todos contra todos en dos ruedas. En el medio de ese buen momento que atravesaba San Martín, Carriquiri regresó otra noche al mismo bar en el que había conocido a Rocío. Junto a Coco, y mientras disputaban un cerrado duelo al pool, ella entró con un grupo de amigas. Después de que se cruzaran miradas desde la mesa, Carriquiri no pudo contener la tentación y se acercó para iniciar un diálogo con la Negra. Luego de muchas sonrisas y algunas cervezas, Carriquiri y Rocío acordaron volver a verse en el mismo lugar a la semana siguiente, a solas. Y a partir de ese reencuentro comenzó el noviazgo tan deseado por Carriquiri.
Como la relación fue creciendo, entre ambos acordaron que, una vez finalizada la temporada con San Martín, concretarían el casamiento tan anhelado. Su gran nivel en el equipo hizo que finalmente se aseguraran un lugar en la final. El club quedó segundo, detrás de Danubio, y la expectativa en Lincoln era enorme, sobre todo porque San Martín no ganaba un campeonato desde hacía 15 años.
Para poder disputar ese encuentro con suma concentración, Carriquiri decidió pedir antes la autorización del casamiento a los padres de Rocío.
Pero la Negra le había ocultado algo: ella era la hija del presidente de Danubio, nada menos. Cuando se encontraron en la casa de Rocío, la sorpresa de Carriquiri al ver a su futuro suegro fue enorme. Y fue aún mayor cuando escuchó la propuesta de Evaristo.
–Mire, Carriquiri, yo no tengo ningún problema en que usted se case con mi hija. Lo único que le digo es que yo soy el presidente de Danubio, y si el club pierde la final por usted voy a tener problemas. Entonces yo le digo que invente cualquier cosa para no jugar ese partido. De lo contrario, el casamiento no podrá realizarse.
–Usted no me puede pedir eso. Yo tengo un compromiso con San Martín, y también con mis compañeros. No me puede exigir semejante cosa, eso es terrible.
–Si quiere a mi hija, piénselo bien.
Cuando Evaristo se retiró de la sala, Carriquiri le reprochó a su novia haber escondido ese detalle, y ella sólo argumentó que lo hizo porque no quería que interfiriera en su relación.
Con esa novedad, Carriquiri comenzó a descifrar cuál sería la mejor opción para su futuro: la final o la boda. Para tratar de esclarecer un poco el panorama, Carri compartió con Coco esa situación tan particular.
–Es así, Coquito, ese tipo me dio a elegir entre el partido o la Negra. No lo puedo creer, qué sinvergüenza.
–No te vuelvas loco, Carri. Vamos a ganar esa final y después vemos cómo sigue todo.
–No, pará, Coco. Si yo juego, pierdo a la Negra. La verdad, no estoy tan seguro de presentarme.
–¿Qué decís, loco? Si vos no jugás, somos boleta. No nos podés hacer esto, la venimos peleando todo el año, y en el partido más importante te vas a borrar. Dejate de joder, hace 15 años que San Martín no sale campeón.
–... Qué sé yo, Coco, qué sé yo... Puedo inventar una lesión, me desgarro y listo.
–Sí, sí, no hay duda, estás totalmente en pedo...
Después de mucho meditarlo, Carriquiri diagramó un plan que podía tener un desenlace incierto, pero estaba seguro de correr ese riesgo.
El día esperado llegó. Un domingo soleado de noviembre esperaba por la gran final entre San Martín y Danubio, y Carriquiri sería uno de los principales protagonistas. El partido se inició con mucha marca, mal jugado, y poco lugar para los talentosos. El primer tiempo se fue sin mucho para destacar, y Carriquiri no pudo desequilibrar en ninguno de sus intentos. En el palco de honor, Evaristo miraba, junto a Rocío, entre el asombro por ver a Carriquiri en el campo, y el nerviosismo lógico de una definición por el campeonato.
La segunda parte entregaría las mejores sensaciones. Carriquiri convirtió dos goles, uno con un fuerte remate desde afuera del área, y San Martín consiguió el título tan esperado. Naturalmente, el gran destacado del partido fue Carri, quien luego de los festejos tomó de la mano a Rocío y, ante el estupor de Evaristo, se la llevó del estadio corriendo hacia un destino incierto. El viaje hacia Capital Federal desconcertó a la propia Rocío, pero el amor por Carri era más fuerte que todo. Después de instalarse en un pequeño departamento de Barracas, Carri y la Negra se casaron por civil, en una ceremonia muy íntima, que sólo contó con la presencia de algunos familiares que se encontraban viviendo en Buenos Aires.
Con toda la felicidad reflejada en su rostro, Carri inició la búsqueda de un club que le permitiera vivir con serenidad. Por la cercanía con elbarrio donde vivía, Carriquiri consiguió una prueba en Huracán para el inicio de la pretemporada.
Su técnica y su criterio para moverse sobre la derecha le permitieron conformar al técnico de turno, que recomendó la contratación del jugador a los directivos de la institución de Parque Patricios.
Cuando todo estaba preparado para la firma del contrato, que le retribuiría a Carriquiri un sueldo de 2500 pesos por mes, su estupor fue grandísimo cuando un miembro de la Comisión Directiva le pedía 1000 pesos de su salario para asegurarle la titularidad durante todo el torneo. La indignación de Carriquiri fue tremenda, y junto con su esposa resolvieron suspender la excursión por la Capital. Envueltos por la bronca y la nostalgia, el matrimonio regresó a Lincoln, y en San Martín organizaron una fiesta para darle la bienvenida al ídolo del club.
El punto más espinoso era volver a presentarse ante Evaristo, el nuevo suegro de Carriquiri. Pero, para el asombro de ambos, el hombre aceptó el estado civil de su hija, y alabó a su yerno por el título que había logrado con San Martín:
–Los felicito a los dos por el casamiento, y a usted en particular, Francisco. He quedado admirado por el juego que mostró en la final. Nos han ganado legítimamente.
–Muchas gracias, Evaristo. Y aprovecho para decirle que yo no sabía que usted era el padre de Rocío, para mí fue toda una sorpresa.
–Quédese tranquilo, hombre. Y para todo lo que necesiten, pueden contar conmigo, no lo duden. Les deseo lo mejor.
Carriquiri y su mujer se mudaron a una casa sencilla cerca de los padres de él. Inmediatamente, Carri volvió a vestir la camiseta de San Martín. Atraído por su juego, y luego de no presentarse a las elecciones de Danubio, Evaristo comenzó a frecuentar el estadio del eterno rival para seguir la carrera de su yerno. Con Carriquiri como capitán, San Martín ganó dos títulos más y el ídolo de la entidad se retiró joven, a los 30 años, y ya con un hijo.
Después del fútbol comenzó a trabajar en la empresa constructora de su suegro pero, como su pasión por San Martín era enorme, decidió presentarse en las elecciones para conducir el club. El apoyo de los hinchas fue unánime, y ganó con mucha comodidad. El club siguió creciendo bajo su mandato, y su hijo Franco invertía el tiempo pateando la pelota en las inferiores. Cuando cumplió 17 años, Franco hizo su debut en la Primera de San Martín, y tuvo que soportar las comparaciones con su padre. Si bien no poseía la calidad de su padre, era un lateral derecho cumplidor, con escasas incursiones ofensivas.
En esa época, Franco solía ir a los bailes que se organizaban en uno de los salones del San Martín. Ahí conoció a una chica dos años mayor que él. Decían que era hija del nuevo presidente de Danubio...

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