Lunes, 3 de junio de 2002
OPINION
Más pelotazos que toques
Por Diego Bonadeo
Varias cosas. Salvo la tonada casi hermafrodita, que media docena de jĂłvenes orientales de sexos diversos gorjearon a la meliflua manera de los Bee Gees sobre el final, la ceremonia inaugural del Mundial 2002 tuvo el buen gusto de lo no ostentoso. Para que quienes desde los millones de televisores de todo el mundo pudiĂ©semos entretenernos un rato con luces y vestimentas bien adecuadas, para que la policromĂa –la “de colores” como decĂa JosĂ© MarĂa Muñoz– fuese más un juego que un estallido.
Senegal, una especie de tĂ©rmino medio futbolĂstico entre CamerĂşn y Nigeria, le ganĂł a Francia en la apertura del torneo, un partido no demasiado diferente de los habituales a los que histĂłricamente marcaran los comienzos de los Ăşltimos mundiales. Al batacazo, aportaron la ausencia de Zidane –Djorkaeff, su supuesto reemplazante, no fue ni la sombra del que fue cuatro años atrás en Francia–, el no aprovechamiento del ancho de la cancha porque Thuram subiĂł poco y Lizarazu jugĂł mal, y porque Patrick Vieira no pudo solo. Como tampoco pudo solo el “Chino” Recoba para que Uruguay llegase a empardarle el partido a Dinamarca.
Alemania sigue siendo Alemania. Su fĂştbol es de todo menos menesteroso. Y aunque Arabia fue solamente la consecuencia de un fixture de eliminatorias a la medida de los votos que necesitan los popes de la FIFA para perpetuarse, hay que hacer ocho goles, que pudieron ser muchĂsimos más. De todos modos, hay que ver quĂ© pasa con la estatura basquetbolĂstica del equipo que dirige Rudi Voeller cuando le toque un adversario.
Dos y media de la mañana del domingo. Se hace verdad el aviso de la empresa monopĂłlica de los derechos de televisiĂłn en el que Maradona hace “ring-raje” en todos los timbres y porteros elĂ©ctricos del paĂs. A las cuatro y media queda claro que la SelecciĂłn Argentina sigue siendo un equipo a mitad de camino entre el pelotazo y el toque. Pero si esta vez VerĂłn, de la mesa de luz si los hay, fue apenas de la bohardilla, y su magia ni siquiera fue ilusionismo, nos quedamos más en el pelotazo que en el toque. Pareciera que Placente se ganĂł el puesto, Samuel jugĂł mucho mejor de lo que quien esto escribe pudo suponer y Simeone sigue haciendo extrañar a Fernando Redondo. SorĂn fue el mejor de todos. Ortega, como siempre el necesario provocador, el que toma riesgos en serio que gana casi siempre y no pierde casi nunca en los mano a mano imprescindibles, que deplora el tacticismo. Otra vez bien Zanetti. El rato del Kily González, tanto como los ratitos de Aimar y Crespo fueron mejores que los tiempos más largos del “Piojo” LĂłpez, VerĂłn y Batistuta.
La última cosa. Suponer que Aimar puede jugar de Verón, es no entender la diferencia entre un enganche. Aimar, Gallardo –y un lanzador– Verón. Que puedan y deban jugar juntos es otra historia.
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