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Lunes, 10 de julio de 2006
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EL AMARGO FINAL DE LA CARRERA DE ZIDANE

Jubilación sin privilegio

Pintaba para ser la figura del Mundial, pero Elizondo no dejó pasar ese cabezazo descalificador contra Materazzi. Esa roja clausuró la dilatada campaña de un futbolista exquisito.

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Zinedine Zidane lo tenía todo en sus manos para ser uno de los más grandes de la historia. A su brillante pasado había añadido un maravilloso Mundial 2006 y un inverosímil gol en una más que completa final pero, cuando a su carrera le quedaban sólo unos minutos, decidió embestir contra todo. Sus títulos y su magia nunca podrán quitárselos. Pero tampoco se podrá borrar que fue expulsado por una burda agresión en su último partido como profesional, la final de un Mundial.

“Lo vi en los vestuarios. Estaba hundido”, dijo Jean-Pierre Escalettes, presidente de la Federación Francesa. “No tengo que pedirle explicaciones. Su gesto no tuvo influencia en el resultado final. No quiero juzgarlo, ni culparlo.” Para Raymond Domenech, el entrenador francés, “el fútbol echará de menos a Zidane y nosotros lo echamos de menos en los últimos minutos”.

Zidane ya era un mito. Deleitó en la Juventus, guió a Francia al histórico triunfo en el Mundial ’98 y se elevó al reducido club de los elegidos con su gol imposible en la final de la Champions League con el Real Madrid.

Lo hecho en Alemania y su culminación en la final obligaba a Pelé, Di Stéfano, Maradona y Cruyff a hacerle un hueco. Y quizás aún tengan que darle el lugar, pero eso llegará con el tiempo.

Zidane destiló siempre fútbol elegante con su sola imagen, y ayer lo demostró desde el principio. En el calentamiento estuvo tranquilo, como el que ya se vio en una situación semejante otra vez. Hablador, bromista, saludó incluso a Filippo Inzaghi, ex compañero en la Juventus.

Cuando volvió a salir al campo su cara ya era otra cosa: puro fuego concentrado salía de sus ojos mientras escuchaba “La Marsellesa”. Cada jugada en la que intervenía era una lección de fútbol, el más simple y a la vez el más complicado de hacer. “Controlo, paso y me voy”, parecía decirles a los millones de niños que veían la final por televisión.

Llegó la prórroga y sus 34 años parecieron ser 24. Era el jefe, tenía que dar ejemplo, y lo dio. A punto estuvo de desatar el delirio, de acabar con los adjetivos, con ese cabezazo en el minuto 104 que sólo la intervención de Buffon salvó.

Y entonces Zidane se volvió loco. Como contra Arabia Saudita en Francia ’98 (“un futbolista tiene que saber controlarse y darse cuenta de que éste es un juego colectivo”, lo había criticado entonces el entrenador Aimé Jacquet) o contra el Hamburgo cuando jugaba en la Juventus, la tensión pudo con él. Respondió a una provocación de Materazzi y embistió. “Eso no le puede pasar a alguien como Zidane. Algo le debe haber dicho Materazzi”, sostuvo Franz Beckenbauer. “Zidane debilitó así a su selección. Todos sabemos lo sensibles que son los franceses. Si no ven más a su capitán, se vienen abajo.”

Elizondo no tuvo más remedio que expulsar al ídolo, al mito, a la leyenda. Cabizbajo, bloqueado, sin capacidad para pensar, sólo acertó a lanzar al suelo el brazalete de capitán antes de irse para siempre por el túnel de vestuarios. Con una gran mancha en su expediente.

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