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Lunes, 6 de mayo de 2013
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El Superclásico fue un espanto y el resultado no fue el mismo para los protagonistas

River padece los empates, Boca los celebra

Lanzini marcó el gol más rápido de la historia de los Superclásicos, Silva lo empató, el segundo tiempo no existió, el partido se interrumpió en varias oportunidades por las actitudes de la hinchada local: en el balance, la igualdad perjudicó más a la visita.

Por Facundo Martínez
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1-0 Lanzini celebra su gol, el más rápido de los Superclásicos.

Todo lo que los entrenadores habían planeado en la semana para el Superclásico, cuestiones tácticas, estudios sobre el rival y estrategias, se fue al tacho en tan sólo 45 segundos, cuando Lanzini cabeceó prácticamente sin marca un centro que había sacado por la banda derecha el uruguayo Sánchez para poner a River en ventaja y anotar, de paso, el gol más rápido en la historia del duelo entre los dos equipos más grandes del fútbol argentino.

Entonces arrancó otro partido, distinto a lo imaginado. Boca, disminuido adrede por su propio entrenador, Carlos Bianchi, que había decidido afrontarlo con un equipo alternativo, repleto de juveniles, por eso de que siente no tener un plantel tan compacto que sea capaz de jugar más o menos dignamente dos partidos por semana –y está claro que le interesa más la Copa Libertadores que incluso un Superclásico–, se encontró tan rápidamente herido que no le quedó otra que reaccionar e intentar ir al frente con todas sus limitaciones.

Sánchez Miño trató de cargarse el equipo al hombro, pero no aguantó mucho tiempo la función, que tampoco asumía Erviti, quien parecía estar jugando el tercer tiempo del partido frente a Corinthians del miércoles pasado. Silva le metía voluntad, aunque no mucha claridad; y Acosta, que tenía una gran chance para mostrarse, fue una bola de nervios y, para colmo, falló la más clara que tuvo para definir.

River, que parecía esperar agazapado su momento para liquidar del trámite, por momentos se quedaba dormido y también por momentos generaba contragolpes picantes que, de no ser por las continuas fallas en el último tiro, le hubieran permitido agrandar la ventaja del comienzo. Caruzzo le tapó un pase gol de Iturbe –quien se cansó de sacar a pasear a Marín, lo que vuelve inexplicable su salida en el segundo tiempo para que ingrese Mora– para Funes Mori; el centrodelantero malogró después un remate de media distancia; y la última la volvió a generar Iturbe, pero la definió Sánchez con displicencia.

River se sostenía por la buena labor en el mediocampo del Lobo Ledesma, que lo volvía loco a Bravo y lo obligaba a jugar al límite, pero no se veía mucho de Vangioni, que jugó bastante contenido; mientras que en Boca comenzaba a aparecer el otro Ledesma, con cuyo sacrificio el equipo de Bianchi se vio animado. Si Boca, partido como estaba y tan expuesto a los contraataques, necesitaba de algo, era de un jugador que pudiera romper la férrea defensa millonaria, y ése fue Erviti, en un momento de iluminación. La jugada, como se dijo antes, fue de otro partido. Con la pelota dominada, primero enganchó, después se dio vuelta y con un cambio de pierna lanzó el pase que Silva aprovechó para sacar un buen remate cruzado y empatar el partido.

Por lo visto en la primera parte, para las verdaderas emociones había que esperar a la segunda. Pero no: la verdad es que no pasó nada. Ni siquiera los cambios sirvieron para levantar un partido que tenía más sentido en las tribunas que en la cancha. Ponzio no daba un pase bien, a Iturbe le costaba levantar la cabeza, Erviti laguneaba de cansancio y a Acosta, pobrecito, no le salía una. Todos salieron, pero los ingresantes –con excepción del chico Escalante, que le tocó entrar por Ledesma, resentido del desgarro en su pierna izquierda– no hicieron diferencias.

Si Boca era apenas superior era más que nada por su voluntad y no por su juego, en el que el pelotazo era una constante. River, tras las expulsión de Ramón Díaz, parecía resignarse lentamente.

La fricción tomó protagonismo y, para colmo, los parates impulsados por los hinchas locales no ayudaron en nada. Justo cuando Boca insinuaba acercarse a la victoria, sus propios hinchas lo saboteaban. Con bengalas y petardos, colgados de los alambrados, arrojándole una bomba de estruendo al arquero Barovero, es decir con elementos que por ningún motivo debían estar dentro de la cancha, alumbraron una larga suspensión del encuentro. Un plan que salió a la perfección, por que ocho minutos fueron aprovechados para cargar a la hinchada visitante por el descenso a la Primera B Nacional.

No les importaba el partido, para nada. Sólo la Copa. No les importó tampoco que primero Paredes –definió horrible– y después Escalante –su remate lo tapó Barovero– hubieran tenido dos chances clarísimas para que los locales (a esa altura con mayoría de jugadores de la reserva) se quedaran, milagrosamente, con el triunfo, ese que River tuvo al alcance de las manos, pero se le terminó escurriendo entre los dedos.


Estadio: Boca.

Arbitro: Germán Delfino.

Goles: 45s Lanzini (R), 38m Silva (B).

Cambios: 55m Mora (4) por Iturbe y Cirigliano (4) por Ponzio (R), 59m G. Fernández por Erviti (B), 64m Paredes por Acosta (B), 67m Escalante por Ledesma (B), 85m Luna por Funes Mori (R).

Incidencia: 56m expulsado Burdisso (B).

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