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Lunes, 30 de junio de 2003
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AUNQUE AGUILAR LO APOYA EN PUBLICO, LO CAMBIARIA SI TUVIERA ALTERNATIVA

¿Cómo es lo del Ingeniero?

Manuel Pellegrini acaba de salir campeón con River y parece absurdo que se pueda pensar en su relevo. Sin embargo, la forma en que quedó fuera de la Copa y algunos otros detalles hacen que los dirigentes, en su mayoría, no lo quieran. Lo que pasa es que Aguilar no tiene un plan B: ni Passarella, ni Gallego ni Merlo ni Hernán Díaz-Astrada.

Por Gustavo Veiga
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Manuel Pellegrini, ganador en San Lorenzo, ganador en River y, sin emnbargo, cuestionado aún.
Entre la actualidad de este River campeón y los mensajes de su dirigente más encumbrado media un abismo. Se trata del viejo dilema, enunciado a menudo, de las diferencias entre un mundo real y uno aparente. Mientras el presidente José María Aguilar difunde que quiere renovarle el contrato a Manuel Pellegrini, consulta a sus pares sobre qué técnico elegirían para sucederlo después del 31 de julio. Los actos del joven abogado radical que conduce el club desde el 20 de diciembre de 2001 suelen estar regidos por cierta lógica cartesiana. En el caso del ingeniero, no.
Aguilar pondera en público sus virtudes y el cambio cultural que encarnó, pero aún le reprocha caprichos como el de haber sostenido al vacilante Buljubasich, quien finalmente resultó clave para explicar la eliminación del equipo en la Copa Libertadores. Se entusiasmaría con el retorno de Daniel Passarella a la institución, aunque tres razones de peso le impiden siquiera balbucir su nombre: acaba de sacar campeón al Monterrey mexicano, todavía quedan resabios de su coqueteo con Boca y, por último, antes de que finalice 2003, el entrenador iría a juicio oral por contrabando de un yate en una causa en la que está procesado. El problema de Aguilar es que no tiene un plan B. Casi descartado el Kaiser y relegados por diferentes motivos tres candidatos naturales de indiscutibles trayectorias riverplatenses –Reinaldo Merlo, Ramón Díaz y Américo Gallego– el presidente, pese a ello, no está seguro de que la continuidad de Pellegrini sea lo mejor, sino el mal menor. Y su pensamiento va más allá del título 31 conseguido en Bahía Blanca, que es el segundo de su cosecha personal como presidente. De esos logros, transformados en absurdo aprieto, deviene su ambivalencia. Le resultaría muy difícil prescindir de dos técnicos que salieron campeones. Primero Ramón y ahora el ingeniero. Esa es la mayor garantía que apuntala al chileno, aunque parezca mentira.
“La intención es renovarle el contrato a Manuel Pellegrini”, afirmó diplomático el doctor Aguilar la semana pasada. ¿Por qué lo hizo si en la intimidad razona distinto? Había una cuestión obvia. El desenlace del campeonato. River estaba primero, hasta el año próximo no volverá a jugar la Copa Libertadores –su materia filtro en la puja hegemónica que se plantea con Boca– y el menor atisbo de inestabilidad hubiera sonado estentóreo. Era lo aconsejable, pero aquí cabe una segunda pregunta: ¿Valía la pena llegar tan lejos con el alegre anuncio de la extensión del contrato? La respuesta es no, porque hasta donde Líbero indagó, el respaldo al ingeniero es demasiado precario. No nace de una convicción profunda sino de lo que sería políticamente correcto.
En los mortecinos pasillos del estadio Monumental, la tarde en que River vapuleó a Gimnasia, este periodista consultó a colegas que cubren día a día la actualidad del club, sobre qué simpatías conservaba Pellegrini con la mirada puesta más allá del torneo Clausura. Las respuestas, casi todas uniformes, remiten a una conclusión: la mayoría de los dirigentes lo resisten.
¿La vida por Pellegrini?
Tres días después de aquel domingo húmedo en que el pibe D’Alessandro deleitó a todos con su golazo al indefenso arquero Olave, la búsqueda de opiniones continuó. Aunque, esta vez, incluyó a directivos y allegados a la conducción. Una frase redonda, efectista y, por demás elocuente, quedó anotada en la libreta de apuntes: “Nadie da la vida por Pellegrini, ni aunque salga campeón”, confió un alto dirigente, o dirigente alto, ya que tiene las dos características. Pero, otra vez, la conclusión que surgía era obvia: no existe un plan alternativo porque no hay reemplazantes de alternativa. Al menos, a la vista. O, al menos con el linaje riverplatense indispensable. El martes, miércoles y jueves últimos, resultó difícil contactar al presidente para confrontar el mundo real con el aparente. Una voz femenina y grabada en su celular siempre respondía por él. Sin embargo, otro directivo confirmó que Aguilar lo había consultado sobre qué entrenador le gustaba para ocupar el lugar del ingeniero durante el receso de invierno. En ésa, como en otras conversaciones entre pares, se dispararon los mismos nombres: Passarella, Nery Pumpido (dirige a Los Tigres de México) y, a la zaga, la dupla Hernán Díaz-Leonardo Astrada.
El primero del binomio “le encanta” al presidente, aunque no es director técnico y habría abandonado el curso –un requisito que tampoco cumplía Ramón Díaz cuando inició su ciclo exitoso– porque se dedica a pleno a su actividad de asesor del Consejo de Fútbol. Hernán cobra en esa función unos 7000 pesos por mes y los premios del plantel profesional. Por ese motivo, resultaría poco probable lo que trascendió la semana pasada. Que antes de conducir al equipo que hasta hoy guía Pellegrini, se fogueé en una categoría menor como el Nacional B y hasta hubo quienes divagaron con la posibilidad de que dirigiera a Defensores de Belgrano, por entonces, sin director técnico. Un club al que sí han ido durante todos estos años varios futbolistas del semillero de River que rindieron muy bien.
Por qué no
A Pellegrini le endilgan un rosario de equivocaciones. Son las que quedaron expuestas en los momentos más críticos de su trayectoria –que ya lleva un año– al frente de River. Los dirigentes contrataron a todos los jugadores que él pidió y para ganar la Copa como premisa fundamental. “En la Libertadores fracasó”, comentó uno de los directivos que lo cuestiona, quien, además, recordó que hubo un traspié anterior de carácter internacional: la eliminación a manos de Racing en la flamante Copa Sudamericana que terminó ganando San Lorenzo.
Otra de las críticas puntuales que se le hacen al chileno es el prolongado tiempo que insistió con la utilización de dos volantes centrales para formar el equipo. Ese planteo de juego, quienes lo resisten, argumentan que “no tiene nada que ver con la historia de River”. Y agregan que “en cincuenta años el equipo mantuvo un estilo” y al entrenador se lo contrató para que lo continuara. Al sostenimiento de Buljubasich en el arco (“Le dijimos a Manuel que se lo iba a llevar puesto”, musitan algunos directivos), se agrega el cambio que realizó en la Bombonera, cuando reemplazó en el clásico con Boca a Fernando Cavenaghi por Víctor Zapata, evaluado como negativo para sostener la victoria parcial que luego se convirtió en empate, con un hombre menos.
“Con el Hachita Ludueña encontró el equipo”, le confió a Líbero uno de los dirigentes consultados, que palpa a diario la escasa convicción con que Aguilar avala la continuidad del ingeniero. Pero en medio de las cavilaciones que provoca el técnico, quien dicho sea de paso renunció en dos oportunidades y en ambas se le ratificó la confianza (la última fue tras las derrotas sucesivas con Deportivo Cali en la Copa y con Vélez en el campeonato), vuelve a aparecer el problema de la falta de reemplazantes confiables para la comisión directiva. Passarella por las razones ya apuntadas, Ramón Díaz porque se lo sacaron de encima hace un año y no da con el perfil que se busca, Américo Gallego por lo mismo, Reinaldo Merlo porque es “defensivo” para el paladar de River y Nery Pumpido porque se vinculó hace poco tiempo al fútbol mexicano, no ofrecen una salida. Y la apuesta por la dupla Hernán Díaz.Leonardo Astrada conlleva sus riesgos. Riesgos que quizá el doctor Aguilar no quiera correr.
A favor de Pellegrini cuentan el título de campeón que apenas tiene unas horas, el respaldo que le ha dado siempre el plantel –enunciado sobre todo en los momentos de zozobra–, su don de gente e irreprochable conducta y hasta el monto de su contrato, considerado mucho más económico que el de Carlos Bianchi en Boca. Inclusive, podría agregarse un asunto que los dirigentes minimizan, pero que no es menor. La numerosa einfluyente barra brava de River hoy no genera problemas ni ha pasado facturas por los fracasos. No está en condiciones de hacerlo. Sus principales referentes se han esfumado de los lugares que solían frecuentar después de las dos muertes que le ocasionaron a la hinchada de Newell’s, en las inmediaciones de un peaje rutero y camino a Rosario.
Los sentimientos encontrados que ha generado la labor del ingeniero, más temprano que tarde y más allá de la obtención del título 31, asomarán a la superficie como un buzo que necesita tomar aire cuando emerge de las profundidades. La discusión pasará por si Pellegrini encaja en un proyecto a largo plazo o si la nueva vuelta olímpica emparcha los fracasos del mismo ciclo. Cuando llegue ese momento, las diferencias entre el mundo real y uno aparente acaso queden al margen. Podrá analizarse al cabo si el técnico continúa porque Víctor Zapata embocó –haciendo honor a su apellido– un zapatazo contra Olimpo o porque los dirigentes confían realmente en él.

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