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Lunes, 5 de febrero de 2007
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“Tenemos un arquero que es una maravilla”

Pelotas chicas, pelotas grandes es el título de una selección de cuentos de fútbol, automovilismo, boxeo y otros deportes que acaba de editar Colihue. Los periodistas Juan Sasturain, Pablo Vignone, Ariel Scher, Daniel Lagares y Juan José Panno; el secretario de Deportes, Claudio Morresi; el entrenador Angel Cappa y el humorista Eduardo Maicas son algunos de los autores que participan con buenos cuentos cortos de este libro delicioso. Aquí se reproduce uno de los textos.

Por Eduardo Maicas
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La tapa del libro, ilustrada con una foto de Natalia Villa.

–Doña Mabel, ¿Ernesto puede salir a jugar a la pelota?

–Ahora no, está tomando la leche.

–Déle, sea buena, déjelo... Ernesto ataja bárbaro...

“Que lo deje, que lo deje... que lo deje, que lo deje, que lo deje.”

El aliento de la barra era realmente conmovedor, pero doña Mabel era inflexible.

La historia se repetía todas las tardes: si no era que estaba tomando la leche, estaba haciendo los deberes; si no estaba haciendo los deberes, estaba resfriado; o si no, estaba con el kinesiólogo.

–Chicos, ¿qué es un kinesiólogo, eh? Ninguno sabe... Pero ustedes de lo único que pueden hablar es de fóbal!

Ahí reaccionamos.

–¡El partido! Vamos a llegar tarde al partido, a ver si todavía los del pasaje se creen que arrugamos.

Y la barra enfiló para la canchita del Negro Campos. La canchita quedaba en Olivera y Directorio. Estaba formada en la ochava de la esquina en un cachito de terreno que le había sobrado a los pabellones. Ahí los fines de semana eran una fiesta, se armaban unos campeonatos de hacha y tiza, otra que el Mundial. De ahí habían salido el Nene Fernández, aquel que jugó en Rosario; Sánchez, el arquero de Boca; y el Negrito Iripino, que no llegó a la Primera porque en aquellos años había un Maradona por cuadra y un potrero en cada barrio.

La caminata hacia la cancha era parte de la alegría: “Se oyen ruidos de pelota y no sé... y no sé por qué será”. El cantito estaba copiado de Pelota de trapo, una película donde Armando Bo personifica al crack del barrio que llega a jugar en un clu de Primera; no, no es un error, no falta la b de “club”, club decían los finolis, el del barrio era el clu.

Como les iba diciendo, la canción de Pelota de trapo se había convertido en el himno del cuadrito, sus sencillas estrofas nos daban ánimo para enfrentar a cualquiera y aquel coro le contaba al barrio entero que había un desafío.

–¿Contra quién juegan? –preguntaba siempre Raúl, el de la pinturería.

–Contra Corazones de Pinedo –contestábamos sin detenernos para no enfriarnos. ¿O se creen que el footing es de ahora?

–¿Contra Corazones de Pinedo? Uy, esos son bravos... Tengan cuidado que tienen a uno que patea como una mula.

Ahí medio que arrugamos.

–Qué macana que no vino Ernesto; con él en el arco no nos meten ni una.

–Che, si a mí me cagan a goles, se la bancan, ¿eh? Miren que yo no atajo muy bien.

El que se atajó fue el Gallego, un poco de razón tenía, el titular era Ernesto. A él al final siempre lo llamábamos para sacar las papas del fuego...

Pobre Ernesto; seguro que se quedó mirándonos detrás de la ventana, seguro que él quería venir, pero la vieja era más hinchapelota... Cuando se desinfla la pelota, se la tendríamos que llevar a ella en vez de a la bicicletería.

Cuando volvimos del partido, no volvimos cantando: parecíamos Serbia y Montenegro. Nos habían enchufado seis pepinos; bueno, lo de Serbia y Montenegro lo comparo ahora porque en ese tiempo ni sabíamos que existían.

Cuando pasamos por la pinturería, Raúl seguía en la puerta.

–¿Cómo salieron?

–6 a 0.

–A la mierda, seguro que los seis se los metió el que patea como una mula. ¿Quién hizo el gol de ustedes?

–El que patea como una mula en contra; le pegó un balinazo que rebotó en el travesaño y se metió en el arco de ellos.

Raúl se rió y nos dijo que éramos unos crudos.

–Pero, ¿por qué no vas a jugar vos...?

–Pobre de ustedes –agregó Raúl–. Yo jugué en la cuarta de Chicago; si juego yo, hay robo.

–¡Qué vas a jugar, si sos un patadura!

–Chicos, me parece que Raúl tiene razón. Nosotros somos los pataduras.

–Lo que pasa es que el Gallego se comió los 6 goles; si venía Ernesto, ganábamos uno a cero.

–Yo no atajo más –se atajó el Gallego–. Así que para mañana consíganse otro.

La escena parecía de una película: justo que el Gallego decía eso, pasábamos por la casa de Ernesto. Ahí estaba, detrás de la ventana, esperando el resultado del partido.

–¿Ganaron? –preguntó con una voz de esperanza mentirosa.

–¡Qué vamos a ganar! –dijo Carlitos, más transpirado que el vidrio de la ventana que nos separaba de Ernesto. De pronto apareció en escena la madre y lo mandó para adentro.

–Vamos, Ernesto... De tanto estar contra la ventana te vas a resfriar.

–Perdimos, nos hicieron seis, y lo peor es que mañana jugamos contra los de Lacarra y si perdemos quedamos eliminados. Tenés que venir, Ernesto; si no venís estamos fritos.

–Si fuera por mí –contestó tímidamente–. Pero ya saben que mi vieja no me deja.

Eso terminó de amargarnos la tarde, fue peor que el seis a cero.

Cabizbajos enfilamos para la esquina de Moreto y Alberdi, que era el punto de reunión, de ahí cada uno marchaba para su casa. Una tristeza sin fin nos envolvía a todos, pero de pronto a Mario se le ocurrió una idea.

–¿Y si lo raptamos?

–¿Qué? –contestábamos en un coro igualito a cuando se pide un corner o un hands, porque antes éramos reos pero reclamábamos en inglés.

–Este dice eso porque mira muchas películas de James Cagney.

–¿Y ése qui... qui... qui... quién es? –preguntó el Tarta.

–Uno que trabaja en esas películas que mira éste.

–Vos sos piantado, sos... mirá si lo vamos a raptar –reaccionó el Gordo.

–¿Qué tiene? –agregó el de la idea.

–No lo raptamos para pedir rescate, lo hacemos para que no nos eliminen en el campeonato.

–Bueno, suponete que tenés razón. Pero, ¿cómo lo hacemos?

–Es una papa: esperamos que la vieja salga a hacer los mandados y entramos a la casa; la mamá siempre deja la puerta abierta porque tiene miedo que pase algo y Ernesto no pueda salir... es una hinchapelota Doña Mabel.

Y bueno, Mario nos convenció: para salvarnos de quedar eliminados había que raptar a Ernesto. Así que al otro día nos propusimos cumplir con el objetivo.

Para que todo funcione bien lo pusimos de campana a Miguel. ¡Campana Miguel, que no veía una vaca a dos metros! Lo llamábamos “Cuatrochi” porque en ese tiempo a los que usaban anteojos les decían así; claro que este apodo cambió cuando empezaron a dar los dibujitos de Anteojito y Antifaz, ahí se los empezó a llamar “Intríngulis-chíngulis”. Bueno, los estoy entreteniendo en un momento de suspenso.

La puerta de la casa de Ernesto se abrió y salió la mamá. Miguel no veía una vaca a dos metros, pero a la mamá de Miguel la vio; claro, ella no era una vaca.

Miguel nos hizo la seña y empezamos a avanzar hacia la casa sigilosamente. Doña Mabel había salido con la bolsa de ir a la feria, así que nos sobraba tiempo.

Pasamos por la pinturería y Raúl estaba en la puerta (siempre estaba en la puerta). Como nos vio a todos juntos, dijo:

–¿Hoy contra quién pierden?

Ninguno le contestó y ni que supiera; antes de que nos alejáramos, agregó:

–Búsquense un arquero.

Mario tenía razón, la puerta estaba abierta, entramos. Ernesto se pegó flor de susto, pero después se alegró.

–Muchachos, me vinieron a visitar. ¿Hoy contra quién juegan?

–Contra quién jugamos, dirás... vestite que nos vamos para la cancha.

–Están locos, mi vieja me mata...

Pero antes que terminara de decirlo ya le habíamos puesto todo el equipo de arquero, hasta los guantes le habíamos puesto. El decía que eran los guantes de Rugilo, nosotros le creíamos porque cada vez que se los ponía no entraba una.

–Faltan las rodilleras –gritó alguno. Pero no importaba, Ernesto no usaba rodilleras.

Costó un poco sacarlo de la casa, no porque no quería sino porque la silla de ruedas era muy ancha y se atascaba con el marco de la puerta.

–Esta silla de ruedas de mierda es enorme –dije yo. Pero Mario me corrigió sabiamente:

–Mejor, así cubre más el arco.

Después de sortear el escollo del umbral nos fuimos para la cancha, esta vez con la seguridad de que no íbamos a perder y cantando fervorosamente:

–¡Tenemos un arquero que es un maravilla, ataja los penales sentado en una silla!

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