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Lunes, 2 de julio de 2007
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Se apagó la voz del fútbol

A los 69 años, falleció Juan José Lujambio, el maestro de los estudios centrales en las transmisiones deportivas, después de más de medio siglo de profesión. Fue uno de los periodistas más respetados del medio.

Por Juan José Panno
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Grandote, como de 1,90 y más de cien kilos, calvo, desgarbado, nariz colorada, sonrisa medio infantil, cara de buenazo, voz de cristal, corazón enorme, Juan José Lujambio, el rey de los estudios centrales en la radio, se murió ayer, para hacer más gris el domingo sin fútbol, a los 69 años.

Lo llamaban “El Maestro”, más que nada por el cariño que despertaba en sus colegas. No es exagerado decir que era uno de los tipos más queridos y respetados en el periodismo deportivo por quienes tuvieron el honor de compartir con él alguna transmisión.

“Soy un privilegiado, vivo de lo que más me apasiona”, dijo en cada reportaje mientras pensaba en su infancia en Marcos Paz, en los diez kilómetros diarios que recorría a caballo para ir a la escuela, en los relatos imaginarios, en las formaciones de los equipos de fútbol aprendidas de memoria y recitadas como para la radio del futuro.

En tiempos en que no existía la computadora, almacenó en el disco rígido de una memoria privilegiada millones de datos que enriquecieron su intervención en “diez mil días de radio y más de dos mil transmisiones”, como enumeraba con el mayor orgullo. Cambiaba datos con colegas de todo el mundo, recurría a la radio de onda corta y a los radioaficionados para tener actualizada la información internacional. Y todo a pulmón.

También destacaba en su currículum que había concurrido a dos Mundiales: el de Chile en 1962 y el de Alemania en 1974, aunque desde entonces casi no pisó más una cancha de fútbol absorbido por su tarea específica.

Su debut se produjo hace más de medio siglo, en Radio del Pueblo, el 5 de mayo de 1957, poco antes de cumplir 17 años. Héctor Rombis y Víctor Francis le dieron una oportunidad cuando vieron con qué entusiasmo se había acercado hasta el edificio de Santa Fe al 2000. No la desaprovechó. Después pasó sucesivamente por Mitre, El Mundo, Belgrano, Libertad, Porteña, Colonia y Rivadavia hasta recalar nuevamente en Mitre, donde trabajó hasta sus últimos días.

“Soy hincha de la radio”, decía sin esquivar el bulto cuando le preguntaban por sus simpatías futbolísticas. “Mi papá era hincha de Boca, mi mamá de River y a mí me caía bien Independiente, pero el hinchismo se me fue con el trabajo.”

Hizo de los estudios centrales de la radio su primer hogar (el segundo lo compartía con su esposa y dos hijos) y llegó a trabajar casi 18 horas por día en los tiempos del Fontana Show, La vida y el canto con Carrizo y la Oral Deportiva que conducía José María Muñoz, otro obsesivo de la labor radial.

Su paso por la televisión fue como un flash. En la década del ’60 participó en algunos programas de la Cabalgata Deportiva Gillette, pero no duró mucho. Por el periodismo gráfico pasó como colaborador de algunas publicaciones, pero lo suyo, el fuerte, lo que mejor hacía, era dar informaciones en la radio. Sabía tanto, tenía tanta data acumulada, que se manejaba con continuas frases subordinadas en las que metía como cajas chinas una información dentro de otra, aunque siempre se las ingeniaba para volver intacto al punto de origen.

“Para aprender leer; para discutir, saber”, decía a modo de presentación, aunque no discutía demasiado, ocupado en registrar noticias deportivas de todo tipo en carpetas, cuadernos y libretas. La muerte le cortó un interesantísimo proyecto en el que estaba trabajando: una recorrida geográfica por todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires registrando los nombres de los deportistas más ilustres de cada lugar.

La revista Gente lo eligió como la voz más conocida de la radiofonía en 1971; lo homenajearon el gobierno de la provincia de Buenos Aires, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, el Círculo de Periodistas Deportivos y la escuela Deportea; recibió un Martín Fierro y un premio Jorge Newbery como reconocimiento a su trayectoria, pero la mayor recompensa es la que le dieron sus colegas: todos los que lo conocieron coinciden en que era, por encima de todo, un gran tipo.

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