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Lunes, 18 de mayo de 2009
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Víctor “Tyson” Ramírez retuvo su corona mundial en el Luna Park

Noche de fallo dividido

No fue buena la pelea porque el campeón crucero de la OMB no combatió en las condiciones físicas más adecuadas y porque el retador Ismailov no tuvo una velada pareja. Apenas 4500 espectadores en el coliseo porteño.

Por Daniel Guiñazú
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Si para llegar a ser un campeón del mundo hecho y derecho primero hay que saber sufrir, Víctor Emilio Ramírez, el Tyson del Abasto, aprendió la lección. Retuvo con lo justo por primera vez su título crucero de la Organización Mundial de Boxeo al vencer por puntos en fallo dividido a Alí Ismailov, el duro desafiante originario de Azerbaiján. Pero para poder alzar sus brazos al final de la noche y que los 4500 espectadores que concurrieron al Luna Park en la madrugada del domingo le brindasen un cálido aplauso de despedida, debió soportar dos contratiempos: el estilo agresivo y determinado de Ismailov y la fatiga, física y mental, que se apoderó de su cuerpo y de su cabeza, desde el 8º round hasta la última campanada.

Ramírez (89,950 kg) terminó exhausto, resoplando en procura del oxígeno que le escaseaba y amarrándolo a Ismailov (89,600 kg) para que éste no le tirase encima su humanidad y lo desgaste aún más. De los últimos cinco asaltos, al menos en la tarjeta de Líbero, perdió cuatro. Y en ese espacio incierto que se abre entre el final del combate y el anuncio del fallo, recorrió el estadio la sensación de que podía llegar a perder la pelea. La tarjeta del jurado panameño Ignacio Robles, 116/112 para Ramírez, llevó tranquilidad a la concurrencia, pero la del estadounidense Clark Sanmartino, 115/113 para el boxeador azerí, provocó escalofríos. Recién se acabaron los sufrimientos cuando se anunció que el argentino Ramón Cerdán lo daba ganador a Ramírez por 115/113. Para Líbero hubo empate en 114 y en la bancada de prensa, al borde del ring, varios caracterizados colegas le reconocían una ventaja mínima a Ismailov, una señal clara de que la derrota anduvo más cerca de lo pensado.

Es comprensible que Ramírez haya lucido tenso y atado en buena parte de los 36 minutos de acción. Al fin y al cabo, estaba haciendo la primera defensa de su título, en el Luna Park (el mismo estadio donde debutó como profesional hace nada más que dos años) y ante una platea VIP. Entre otros, fueron a verlo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli (además, su mentor y principal sponsor), el primer candidato a diputado nacional por la Capital Federal, Carlos Heller; el intendente del partido de Tres de Febrero, Hugo Curto; las campeonas Marcela Acuña y Jessica Bopp, y una pléyade de ex campeones del mundo (Látigo Coggi, Locomotora Castro, Marcelo Domínguez, Raúl Balbi, Mariano Carrera y Pedro Décima) que se desgañitaron gritando por él cuando parecía que la pelea y el título se le escapaban de las manos.

Pero más tarde, cuando el estadio ya estaba en penumbras, Osvaldo Rivero, su manager y el promotor de la velada, reveló por qué Ramírez se fue tan a pique en lo físico: subió quince kilos en el peso luego de aquella victoria de enero ante el ruso Alekseev y debió hacer un gran esfuerzo para entrar en la categoría. Lo pagó con una prematura fatiga que se lo devoró en el último tercio de la pelea.

Si para cualquier boxeador quedarse sin energías resulta delicado, para Ramírez lo es mucho más. Todo lo suyo se basa en el esfuerzo y el vigor antes que en la calidad y el talento. Y cuando los pulmones se vacían, las piernas y los brazos se endurecen, y la mente se obnubila, queda puesto en evidencia todo cuanto le falta. Más aún cuando enfrente tiene un tanque, como Ismailov, que lo superaba en edad (35 años contra 25) y en experiencia (más de 200 peleas y dos Juegos Olímpicos como boxeador aficionado) y que no vino a tantear la pelea sino a plantarse y a jugarse en cada cruce, sabedor de que si no ganaba antes del límite, no iba a poder ceñirse la corona de campeón.

Lo mejor de Ramírez se situó entre el 3º y el 7º round. Allí amasó las diferencias que le posibilitaron la victoria. Tomó la iniciativa, disparó algunas buenas derechas cruzadas a la cabeza del azerí y cada tanto, acertó algunos ganchos de zurda al cuerpo que Ismailov pareció sentir. Desde el rincón, su técnico, Carlos Martinetti, le pidió a los gritos que insistiera con el trabajo a los planos bajos para contener las andanadas de Ismailov. Pero Ramírez no lo escuchó y siguió buscándolo al azerí de la cintura para arriba, donde pegó tanto como lo que erró.

Hasta la 8ª vuelta, el trámite venía encaminado hacia una victoria clara y sin brillos de Ramírez. Ismailov estaba más gastado por la dureza de los intercambios y había perdido presencia sobre el ring, aunque mantenía la amenaza de su directo de derecha. Pero la historia se invirtió de allí al final. El cansancio lo carcomió a Ramírez, Ismailov recobró el aire que había perdido y, con más corazón que boxeo, se lo terminó llevando por delante, pero sin alcanzar a conmoverlo. El público advirtió rápidamente que Ramírez estaba en problemas y al grito de “¡Argentina!, ¡Argentina!” lo sostuvo hasta el final, mientras Ismailov lamentaba no haber sido un boxeador más creativo y con una mano más pesada.

No obstante, ganó. Con lo justo y sin sobrarle nada. Pero tampoco hay que ser tan crítico con Ramírez. Inesperadamente llegó a ser campeón y ahora a ese campeón hay que construirlo. En otras épocas, menos aceleradas, con apenas 16 peleas, un boxeador no pasaba del nivel de una promesa a seguir observando. Los tiempos han cambiado, y ahora se puede ser campeón mundial al principio y no al final del camino. Habrá, entonces, que llevarlo de a poco y sin apuros al Tyson del Abasto, si es que se lo quiere sacar bueno. Es un muchacho fuerte y corajudo que aprendió su primera lección de campeón sobre el ring legendario del Luna Park y ante su gente. Para empezar, no estuvo mal.

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