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Lunes, 7 de octubre de 2013
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La XI edición del Gran Premio Argentino Histórico del ACA

Y un día Gálvez volvió a correr

Por Pablo Vignone
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“Para ganar un Gran Premio tenés que tener un culo así de grande.” Juan María Traverso, retirado hace ya ocho años de las pistas, sabe de qué habla: su magnífico historial incluye dos victorias en Grandes Premios, los de 1974, por la Mesopotamia, y 1978, por la Patagonia, y su palabra es indicada mientras se pone en marcha el XI Gran Premio Histórico del Automóvil Club Argentino, un verdadero museo rodante que desplaza la nostalgia a lo largo de casi 4 mil kilómetros de rutas del país. “Vos podés tener un buen equipo, un auto normal, la planificación correcta, pero necesitás sobre todo de la suerte –agrega el Flaco–. Podés tener todo eso, pero en una etapa cualquiera te podés limpiar 20 veces si no tenés suerte. Fijate (Héctor Luis) Gradassi...”, acota, en referencia a su legendario compañero de escuadra en el mítico equipo oficial Ford de TC en la década el ’70. “Ganó cinco grandes premios seguidos y se murió de viejo...”

Este año, el Gran Premio se disputa en un homenaje explícito a José Froilán González, el último prócer del automovilismo argentino (“en Europa nombrabas a Froilán y los mozos no te querían cobrar el café”, ejemplifica hasta la exageración el Flaco Traverso la dimensión del personaje que se evoca) y en uno más disimulado a otro gran héroe del deporte de los fierros.

Una caravana de casi 250 autos clásicos, entre viejas cupés de Turismo Carretera y los coches, parte en sucesión desde la puerta del edificio de Libertador 1850, rememorando aquellas noches de medio siglo y más atrás, mientras Traverso sigue pintando la escena. “¿Sabés por qué hay que tener suerte? Porque el auto es egoísta, viejo... Vos le ponés arriba una montaña de guita así para poder correr y el auto encima te quiere limpiar...”

Entre esos casi 250 autos, una cupé se roba toda la atención. Está recibiendo los flashes y el interés de los que se abstuvo durante 50 años. Lleva el número 1 de acuerdo con su estricto sentido de justicia. Cuando Traverso corría para Ford, siempre andaba dando vueltas por allí Oscar Gálvez, largamente retirado entonces de las carreras. Su hermano Juan era memoria pura del TC. Pero en la noche del ACA, la cupé de Juan vuelve a correr. Y en una de las butacas va sentado Ricardo, el hijo de Juan. Gálvez vuele a correr un Gran Premio...

Ahora ya no estamos en el edificio de Libertador sino mucho más al norte, en la hostería del club en Cafayate (Salta), durante la cuarta etapa del Gran Premio. Nadie se limpia porque, a diferencia de aquellos GGPP, éstos se disputan a ritmo de regularidad, a velocidad controlada, y los pilotos cuidan al extremo sus máquinas veteranas. No les vayan a ofrecer polvo o ripio, que les disgustan. Ricardo cuenta sus emociones: “Nunca había corrido una prueba de esta envergadura, solamente competí hace muchos años en el TC del Oeste, una categoría zonal; mi historia deportiva no tiene nada que ver con el mito de los Gálvez, no fue fácil para mí intentar hacerlo siendo el ídolo de una figura tan reconocida”. A los 58 años, Ricardo agradece esta chance de “participar como un muy pequeño homenaje a la memoria de mi padre...”.

La chance la facilitó el dueño del auto, Hugo Mazzacane, el flamante presidente de la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC), que compró el auto que era de Juan, lo restauró y lo cedió para esta aventura. “‘Disfrútenlo’, me recomendó Hugo. El auto está igual que como lo tenía papá.” Y Ricardo lo está disfrutando. “Es una emoción tras otra, la gente que se suma al camino para saludar al coche, que les trae viejos recuerdos, estuve con un montón de gente que vino a contarme qué estaba haciendo en el momento en el que se mató Juan, tan fuerte fue la conmoción que generó su muerte.” Aquel 3 de marzo de 1963 sigue siendo una herida lacerante para los fanáticos que perdieron a su máximo ídolo.

Con la leyenda “Juan Gálvez” sobre el parabrisas, dispara la memoria de los más veteranos, que en el interior recuerdan el paso original, allá por fines de los ’40 y los ’50. “La gente ve la leyenda y se vuelve loca. Yo saco la mano por la ventanilla para saludar y se me viene a la cabeza la imagen de Juan saludando, y me emociono tanto, es tan fuerte, que tengo que reprimir las lágrimas”, acepta Ricardo.

El mito del héroe se funda en la fortaleza de la práctica, esa que hizo tan popular al automovilismo de entonces, porque a diferencia de otros deportes, cuyos ídolos sólo atendían en Buenos Aires, las carreras de auto lograban que los ídolos pasaran por la puerta de la casa de los fanáticos. Y esa práctica es la que año a año reedita este Gran Premio histórico. “Venimos muy retrasados porque a diferencia de los expertos, que toman sus tiempos con varios relojes, nosotros lo hacemos solamente con mi celular –reconoce Ricardo–. Pero ése no es el objetivo, terminar adelante, sino mostrarle de vuelta el auto a la gente. Y la gente se conmueve cuando ve el auto, primero, y más cuando sabe que quien va arriba es el hijo de quien fuera un supercampeón.”

Esa misión fue la que le permitió sobreponerse a la adversidad en la primera etapa cuando, corriendo cerca de Gobernador Echagüe, “reventó la caja de velocidades, no sabemos por qué, íbamos en tercera a 90 km/h. Rápidamente la noticia corrió y nos empezaron a ofrecer repuestos de todos lados. El ACA cargó la cupé en una plancha, la llevaron a un taller, repararon y llegamos a Santa Fe, muy retrasados, pero aún en carrera”.

Desde Santa Fe, la gallarda cupé azul y roja pasó por Termas de Río Hondo, Salta, San Fernando del Valle de Catamarca y San Juan, para terminar en Merlo (San Luis) en la 199ª posición, sobre 202 sobrevivientes. Un día antes, en la neutralización de Chepes (La Rioja), hablaba de la herencia:

“No me pesó el apellido Gálvez, pero sí me exigí para intentar ser un hombre de bien como lo fue él, respetando la trayectoria del apellido; papá era profundamente querido y dejó ese legado no sólo como corredor sino esencialmente como persona. Yo tenía siete años cuando murió y tengo recuerdos de lo que era esa época, cuando escuchábamos a Luis Elías Sojit en la radio para ver cómo venía Juan...”.

Juan hace más de 50 años que ya no viene. Pero sigue ganando: Ricardo, su hijo, lo ayuda a vencer al olvido.

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