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Lunes, 27 de enero de 2014
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Stanislas Wawrinka se adjudicó el abierto de Australia

Salió el sol para Stan

Siempre a la sombra de Roger Federer, el otro suizo dio el batacazo ante un disminuido Rafael Nadal. De esa manera obtuvo su primer título de Grand Slam y trepó hasta el tercer lugar del ranking mundial.

Por Sebastián Fest
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Desde Melbourne

El suizo Stanislas Wawrinka conquistó ayer su primer torneo de Grand Slam al derrotar 6-3, 6-2, 3-6, 6-3 a un lesionado Rafael Nadal, en una dramática final del abierto de Australia que dejó incólume el prestigio histórico de dos viejas glorias como Roy Emerson y Rod Laver. El resultado no fue el esperado por Juan Martín del Potro, que subirá al cuarto puesto del ranking mundial y no al tercero, lo que hubiese sucedido si el campeón era el número uno del mundo.

“Nunca esperé ni siquiera jugar una final de Grand Slam, nunca esperé ganar un Grand Slam, y ahora acabo de hacerlo”, admitió Wawrinka tras superar a Nadal, que jugó seriamente afectado por problemas en la zona lumbar. “El año pasado lloré mucho tras el partido, ahora no sé si estoy soñando o no, lo veré en la mañana”, comentó el campeón. Wawrinka, desde hoy número tres del mundo, se refería a la derrota del año pasado en los octavos ante el serbio Novak Djokovic por 12-10 en el quinto set. Este año se tomó revancha de aquéllo y batió 9-7 al serbio en el quinto parcial.

Nadal estaba devastado. “No tengo ninguna lesión grave, tengo la espalda clavada, es cuestión de días, algo muy limitado”, explicó el número uno del mundo, que buscaba su decimocuarto Grand Slam para acercarse a tres del record de 17 de Roger Federer. Al perder, a Nadal se le escurrió la oportunidad de igualar a Emerson y Laver, los dos únicos jugadores en la historia capaces de ganar al menos dos veces cada uno de los Grand Slam. “Stan es buena gente, y que la buena gente gane siempre es positivo”, destacó Nadal al pedir que se hablara del campeón y no de su lesión.

Wawrinka pidió en cierta forma algo similar: “Aunque Rafa estuviera lesionado, creo que merecí ganar este torneo”. El suizo, que poco después de la victoria recibió la llamada de felicitación de su compatriota Federer, mostró un tenis fulminante en el primer set, el primero que ganaba en 12 enfrentamientos con Nadal. Su servicio era imponente; la derecha, arrasadora; y el revés, una obra de arte. Nadal corría por el fondo de lado a lado y terminaba atónito ante cada punto. El tenis que le llegaba de enfrente era imparable. Así, con un ace a 187 kilómetros por hora, el suizo se llevó el set inicial por 6-3 en 37 minutos.

Laver, Pete Sampras y Chris Evert observaban desde el palco principal y todo el estadio creía estar en los prolegómenos de una gran final, porque a nadie se le pasaba por la cabeza que el mayor luchador del circuito, Nadal, se rindiera sin presentar batalla. Promesa de noche larga y emocionante.

Pero algo extraño estaba sucediendo. Entre la resolución del primer set y el inicio del segundo, Wawrinka ganó 12 puntos consecutivos, algo insólito si el rival es Nadal. Ya en el tercer juego de ese set quedó claro que el español no estaba bien. No podía rotar, no podía moverse, la velocidad de su servicio había caído por debajo de los 130 kilómetros por hora. Luego se sabría que era el músculo lumbar. Nadal llamó en el 1-2 del segundo set al fisioterapeuta y enseguida le dijo al juez de silla, el portugués Carlos Ramos, que se iba al vestuario. Se fue caminando sin fluidez, rígido. Un anticlímax se apoderó de la veraniega noche australiana.

Wawrinka, solo en la inmensidad del Rod Laver Arena, miraba sin entender desde su silla. Enseguida le preguntó a Ramos qué sucedía, pero el juez se negó a darle detalles. Tras siete minutos, el español volvió caminando serio y sin camiseta. Y entonces se desató lo impensable, una amplia silbatina desde casi todos los sectores del estadio dirigida al que es uno de los hombres más populares del circuito. “Ellos pagaron para ver el mejor partido posible, y por momentos, yo no pude ofrecerles eso”, explicaría después el español.

A partir de aquel segundo set, el drama pasó a ser total. Nadal sacaba a 124, a 121, a 116 kilómetros por hora, alguno de sus servicios ni siquiera superaba la red. El español se hundía, en sus ojos asomaban lágrimas. Perdió el segundo set por 6-2, pero no abandonó. Por orgullo y por respeto al rival intenta jugar siempre hasta el final. Pero lo que nadie esperaba era que, sacando al 50 por ciento de su capacidad y moviéndose apenas, Nadal se llevara 6-3 el tercer set.

El español había dado dos pasos adelante para evitar que lo movieran por el fondo, mientras el suizo naufragaba en un concierto de errores. Comprensible: la final que venía jugando se había esfumado. Psicológicamente no le era nada sencillo lidiar con un rival en desventaja física. Wawrinka parecía avergonzarse de ganarle puntos a Nadal, que de a poco comenzó a moverse mejor hasta sacar a 180 kilómetros por hora.

Enseguida Nadal demostró que no estaba dispuesto a regalar nada. Pidió –y acertó– la entrada en acción del ojo de halcón para convertir en mala una pelota cantada buena de Wawrinka. Así y todo, con volver a jugar el tenis del primer set, la victoria del suizo estaba garantizada. Pero no podía. Tan culpable como confundido, Wawrinka sufría para recuperar el control del partido.

Lo hizo pese a todo: se adelantó 4-2 para enseguida perder su saque, aunque quebró de nuevo el de Nadal para situarse 5-3. El título estaba en sus manos, y esta vez, con un revés paralelo que Nadal sólo pudo ver pasar, no falló. Tras una final de pesadilla, el sueño era realidad.

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