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Lunes, 2 de junio de 2014
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La banda seguirá tocando

A continuación se detalla parte de un capítulo del libro Ganar, escrito por el periodista Daniel Lagares, en el cual se relata el proceso que encaró el plantel de Alejandro Sabella para llegar al objetivo máximo: obtener la Copa del Mundo en Brasil.

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No hay número que no pase delante de los ojos de Julio Grondona para ser aprobado. Pesos, dólares o euros. La moneda no importa, todo tiene que ver con la relación producto-precio. ¿Cuánto vale la Selección Argentina antes del Mundial 2014? ¿Cuánto después del 13 de julio? Son cuentas que no se hacen en público, son evaluaciones en las que sólo Grondona es la voz autorizada. Es así desde 1979, será así mientras Grondona sea presidente de la AFA. Y tal vez seguirá siendo así incluso si don Julio pasa a un retiro dorado y se convierte en bronce para siempre.

Los ingresos que proporciona el programa oficial Fútbol para Todos –vigente desde 2009, cuando la AFA rompió de manera unilateral su vínculo con el Grupo Clarín– son destinados al fútbol doméstico. No alcanza, nunca alcanzará. Aquellos 600 millones de pesos de la primera temporada, transferidos poco después del anuncio con bombos y platillos de la nueva sociedad –en el predio de Ezeiza y con la presencia de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, todos los dirigentes de todos los clubes y el entrenador de entonces de la Selección, Diego Maradona–, se multiplicaron exponencialmente hasta los mil millones de la última temporada. Insuficientes, según dicen los directivos, siempre en voz baja. El que habla es Grondona y Grondona no habla; Grondona negocia mano a mano con el Gobierno.

Las administraciones de los clubes argentinos podrían ofrecer datos a una enciclopedia sobre cómo no debe manejarse el dinero. Hay deudas monstruosas trasladadas de una comisión directiva a la siguiente, se repite monótonamente la incorporación de jugadores con contratos impagables. Lo saben los dirigentes y lo saben los jugadores, quienes también saben que a la larga, muy a la larga y con juicios mediante, recibirán lo que habían acordado o, en el peor de los casos, la mayor parte, después de conceder una quita a los clubes para acelerar los tiempos de cobro. Hay otros monstruos que acechan esas cuentas de las sociedades civiles sin fines de lucro (bello eufemismo que aún nos creemos todos), impidiendo el saneamiento: impuestos, inflación, recaudaciones magras, costosos operativos policiales. Apenas un recuento, mínimo, a vuelo de pájaro, de las flechas que siempre dan en el blanco de las tesorerías de los clubes.

Hay una imagen perfecta que ilustra lo que sucede en todas las entidades. Cuando Rodolfo D’Onofrio ganó las elecciones presidenciales de River para suceder a Daniel Passarella, fue azorado a su primera reunión con Grondona.

–¡No sabe lo que es el club...! No me dejaron nada, hay deudas por todas partes –afirmó D’Onofrio, un hombre que suele asombrarse de pocas cosas.

–Por eso ganaste –fue la respuesta de Grondona...

Cada Selección recibe un dinero de acuerdo con cómo avance en el Mundial. El campeón recaudará 36 millones de dólares. Y los precios se negocian por objetivo, como en los últimos torneos. No es el dinero lo que preocupa a los millonarios futbolistas argentinos. Desde hace varias generaciones ya no van a la Selección por dinero. Ni siquiera porque las convocatorias les ponen otro valor de mercado. Nadie del plantel es filántropo, ni distribuirá su fortuna personal en obras de caridad. Pero a Brasil van por otra cosa. Revancha. Hambre. Gloria. Grandeza. Cabe cualquiera de esas palabras, cabe un mix de todas ellas y varias más. Lo único que les importa es ser campeones del mundo.

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