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Lunes, 29 de diciembre de 2008
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Juan Curuchet, 43 años, sexta cita olímpica, logro al fin

Pedaleó durante 24 años para llegar al oro

La carrera que empezó en los Juegos de Los Angeles, en 1984, pasó por Seúl, Atlanta, Sydney y Atenas para coronarse en Beijing. Un ejemplo de tenacidad deportiva que duró más de media vida...

Por F. M.
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Una de las imágenes más emotivas del año fue la que brindó el veterano ciclista Juan Curuchet, cuando a los 43 años, con los ojos inundados de lágrimas y las manos tapándose la cara, subió al podio en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, junto a su compañero de equipo Walter Pérez, para escuchar conmovido el Himno Nacional Argentino, mientras la bandera nacional se izaba en lo más alto del Laoshan Velodrome, y poner el cuello para que le colgaran la medalla de oro que, fuera de los pronósticos, obtuvo en la prueba americana de la competencia de ciclismo. Tanta emoción y tanta alegría al mismo tiempo tenían justificación: tras una larga trayectoria olímpica, el más joven de los hermanos Curuchet acababa de conseguir la primera medalla dorada de las dos obtenidas por Argentina en Beijing, la número 16 en la historia olímpica, pero, más que ninguna otra cosa, el más importante logro de una extensa e impecable carrera deportiva.

Fue el mejor cierre que podía darle a su carrera, repleta de éxitos, pero esquiva en materia de Juegos Olímpicos. Es cierto que tuvieron que pasar 24 años de trayectoria olímpica (28 de carrera deportiva) para que este ciclista marplatense lograra subirse a un podio, desde que tuvo su primera participación en los Juegos de Los Angeles 1984, para seguir buscando la gloria en Seúl 1988, Atlanta 1996, Sydney 2000 y Atenas 2004; participaciones que, sumadas a la de Beijing, significaron todo un record, y la coronación de una dilatada carrera que incluyó quince campeonatos argentinos e innumerables éxitos en competencias sudamericanas, panamericanas, Copas del Mundo y mundiales.

Lloraba Curuchet en el podio, como si le costara creer en aquello que, gracias al esfuerzo de años, al trabajo en equipo, al talento, a la inteligencia y al tesón con el que la dupla argentina salió a pelear por el oro, había dado frutos; lloraban Curuchet y Pérez en el podio porque habían alcanzado la gloria deportiva. Habían dado el gran golpe, habían apostado todo a sacar ventaja en el comienzo de la prueba y después a aguantar estoicos los ataques de los otros equipos. Estuvieron cerca los españoles (plata) y los rusos (bronce). Pero el oro fue para el equipo argentino, al que nadie contaba entre los candidatos.

El hecho de que Curuchet dedicara su triunfo a la juventud, como una demostración de que los sueños se pueden hacer realidad –ésas fueron sus palabras– no hizo sino confirmar su grandeza como deportista y como argentino, algo que pocas veces van de la mano con semejante armonía.

La prueba americana de Beijing fue la última carrera como profesional que disputó Curuchet. Por ese motivo, el remero Santiago Fernández le cedió al marplatense la condición de abanderado argentino en la ceremonia de cierre de los Juegos Olímpicos. “Juan, quiero que seas el abanderado porque a mí no me fue bien, y vos ganaste la medalla dorada”, le dijo Fernández. “Te agradezco, pero eso no tiene que ver con el resultado. Veamos qué dice el Comité Olímpico”, le contestó Curuchet, quien finalmente fue el encargado le llevar el pabellón nacional en el Estadio Nacional de Beijing, conocido como el Nido de Pájaros.

Muchos fueron los homenajes y los reconocimientos que recibió Curuchet después de su hazaña, incluido el Olimpia de oro, pero el más importante todavía está por venir. Será en abril de este año que comienza, cuando en el velódromo Julio Polet de Mar del Plata se concrete su despedida como profesional y comience un nuevo ciclo en su vida, mucho más cerca de todos sus afectos. Y, por qué no, cerca también de la bici, su universo.

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