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Lunes, 16 de mayo de 2011
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Le convirtió el 18º gol de su carrera a River para lograr el triunfo deseado

Palermo lo pidió y el fútbol se lo cumplió

Lo había hecho público el jueves y tres días más tarde fue instrumental en el triunfo, con el cabezazo de emboquillada. Fue su 224º tanto con la camiseta de Boca y el último que marca en un superclásico. “Más no puedo pedir”, dijo con lágrimas.

Por Ariel Greco
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n Cabezazo de Palermo por encima de la salida dubitativa de Carrizo para señalar el 2-0.

“Lo último que le pido al fútbol es ganar el domingo.” La frase la pronunció Martín Palermo durante la conferencia de prensa del jueves, cuando contaba sus sensaciones sobre el último superclásico de su carrera. No pedía despedirse con un gol. “Si viene, será una anécdota. Me encantaría meter un gol. Sería lindo porque convertí uno en el primero, pero lo único que pido es ganar.” Ni el propio Palermo imaginaba un domingo semejante: triunfo, gol y una ovación inolvidable para su salida de la Bombonera.

A esta altura de su trayectoria, los capítulos de la película de Palermo ya parecen un lugar común. Tantos giros, tantos vaivenes, tantas jornadas de gloria cuando parece que su fuego se apaga, se asemejan a la trama edulcorada de una pochoclera de Hollywood. “Más no puedo pedir”, dijo el goleador boquense tras una nueva gesta. Con el de ayer, entre encuentros oficiales, amistosos e internacionales, llegó a meterle 18 goles a River con la casaca de Boca, para anotarse otra marca para la historia.

Los primeros minutos no daban la sensación de transformarse en la tarde mágica que luego vivió el goleador. River jugaba mejor y a él la pelota no le llegaba. Apenas recibía algunos pelotazos frontales que lo obligaban a luchar en desventaja con los centrales. Pero tras el error de Carrizo que posibilitó el primer gol boquense, todo cambió. Colazo ganó un rebote en el borde del área y punteó la pelota, más para evitar un contragolpe que para generar una chance de peligro. Sin embargo, las dudas del fondo de River y la lenta salida de Almeyda desde la línea del fondo lo transformaron en la ocasión soñada: con la pelota picando, pero para la cabeza. Entonces, Palermo hizo lo suyo. Abrió los ojos, lo midió a Carrizo y le tiró la pelota por encima, para convertir su último gol clásico. Luego, todos sus compañeros lo sepultaron debajo de una montaña, ante una Bombonera que temblaba, latía y deliraba por su ídolo.

“Esto era lo que deseaba. Quería vivir un superclásico así y estoy disfrutando mucho lo que me está pasando”, resaltó Palermo, que terminó el partido entre lágrimas y que se abrazó a su hermano Gabriel luego del pitazo final de Loustau. Además miró al cielo para recordar a Stefano, su hijo fallecido. “Al de arriba y a mi ángel que siempre me acompaña, más no les puedo pedir”, repitió el goleador, que ante River anotó por cuarto encuentro consecutivo.

El partido siguió, pero para Palermo ya no había nada más que hacer. Por eso, cuando el cartel mostró el 9 para que ingresara Viatri, no pudo evitar, otra vez, las lágrimas. Esperó el abrazo de Riquelme en la mitad de la cancha, le dio la cinta de capitán y se dirigió a saludar a Julio Falcioni, el entrenador que lo mantuvo en el equipo pese a no haber convertido en las primeras diez fechas. “Falcioni me dio confianza ante una situación como la que llevaba, me respetó y por suerte le pudimos dar una satisfacción, a él y a todos”, remarcó Palermo que, aunque parezca un lugar común, escribió un nuevo capítulo de su película.

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