
Libros en el supermercado. Hace tiempo que son parte del paisaje, pero aún causa cierto escándalo verlos en góndolas. Porque se supone que no deben ser elementos de consumo masivo, porque su orgullo apenas si soporta la cercanía de un disco o de un video, porque no es cuestión de ceder así como así un aura incubada durante siglos, los libros son los únicos elementos que parecen fuera de lugar en ese sitio donde casi todo lo vendible acaba teniendo su nicho. Sus promotores no lo ignoran y por lo general tienen la delicadeza de colocarlos en las secciones más alejadas de la comida, al final del degradé que inaugura la electrónica o los artículos de papelería o los demás extras que han hecho del simple mercado un súper o un híper de su ya ecléctica especie. Ahora, en Berlín y en otras ciudades de Europa, una nueva variante pretende borrar incluso esta pequeña concesión a la honra del mejor amigo del hombre después del perro. Libros en máquinas de comida. Y eche un euro en la ranura, si quiere ver la vida color de prosa.
PALITO, BOMBON, LIBROS 
Todo comedor es también un lector, razonó el año 
pasado la editorial SuKuLTur y decidió hacer la prueba de vender libros 
en máquinas de comida. Lo que más nos ayudó es el 
hecho de que los mismos dueños de las máquinas no saben qué 
es lo que vende y qué no, recuerda Marc Degens, director del programa 
y cofundador de la editorial. Después de un buen tiempo de pruebas (se 
buscó un papel que resistiera el ambiente refrigerado de las máquinas), 
en diciembre del 2003 se lanzaron los cuadernos de un euro, con un muy buen 
recibimiento de parte del público y una repercusión mediática 
sin precedentes para la pequeña editorial. No es un gran negocio, pero 
funciona. Esto es muy simple afirma Degens. Si vendemos tanto 
o más que los otros productos, nos quedamos. Los números deciden. 
Nuestra ventaja son los bajos impuestos y que los libros no tienen fecha de 
vencimiento. Las máquinas de comida intelectual están ubicadas 
en hoteles, bares, centros culturales, estaciones de subte y hasta en regimientos. 
Cada máquina cuenta con varios títulos distintos, que van cambiando 
a medida que avanza el espiral que los sostiene. 
Pero lo que distingue a estos libritos amarillos de 16 a 24 páginas no 
es sólo su escaso precio o su curiosa vitrina. Nuestro objetivo 
principal, además de no perder dinero, es llamar la atención sobre 
textos poco comunes de autores poco conocidos, explica Degens, él 
mismo uno de esos autores. Al contrario de lo que sucede en los supermercados, 
donde lo que se vende automáticamente son los best-seller, las firmas 
y los títulos de estos cuadernitos automáticos pertenecen a escritores 
bastante ignotos, incluso para los locales. En principio, todo lo que 
esté en nuestra línea puede ser publicado, sea prosa, lírica 
o teatro, dice Degens, haciendo referencia a las raíces de 
la editorial SuKuLTur, que viene de la escena del comic y del punk, el pop y 
la ciencia ficción, el espacio alternativo de los noventa. 
La renovación es importante también por motivos de venta: un cliente 
de máquina compra dos veces la misma barra de muslix, pero no el mismo 
libro. Interrogado acerca de si la nueva estrategia de venta no pone en peligro 
a las ya amenazadas librerías, Degens es categórico: Los 
libreros no nos ven como peligro o como competencia sino como complemento. Nuestro 
deseo es que luego de comprar en la máquina, el cliente vaya a la librería 
y haga lo mismo con alguno de nuestros libros más gordos.
Y EN EL 2004 TAMBIÉN 
Desde 1992, SuKuLTur viene promoviendo autores jóvenes, contestatarios 
y en su mayoría inéditos a través no sólo de libros 
sino también de revistas literarias, comics, videos y CD. Entre sus actividades 
se encuentra también la organización de eventos culturales y lecturas 
públicas en espacios under de la ciudad. También es laresponsable 
de www.satt.org, una revista literaria sin impresión y sin fin 
de exclusiva aparición en Internet. 
La máquina de libros es su última novedad pero, como todo en la 
vieja Europa, también ella tiene su tradición. La legendaria editorial 
Reclam, la de los clásicos amarillos y milagrosamente económicos, 
trabajó entre 1912 y 1940 con expendedoras de libros, de las que llegó 
a tener unas dos mil. Se supone que también existieron policiales en 
máquinas de cigarrillos y alguna que otra expendedora de gaseosas que 
ofrecía comics. La diferencia, ahora, es que esta camada de libros enmaquinados 
compiten contra las golosinas. Será cuestión de ir acostumbrándose 
al nuevo cambalache de ver reír a un libro junto a un mantecol. 
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