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Domingo, 30 de mayo de 2004
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Dos novelas de épocas

Tiempo al tiempo

Por Rodrigo Fresán
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Audrey Niffenegger
El otro día pensaba que uno de los afanes más recurrentes de la literatura fantástica –y del hombre realista– es el del viaje temporal. Poder acceder a la facultad de moverse a lo largo y ancho de los años como si se tratasen de kilómetros. Y me dije, también, que lo que bien podría llegar a funcionar como prueba distintiva y clasificatoria de esos soñadores viajeros temporales –ese dime qué eliges y te diré cómo eres– es la dirección que escogen a la hora del viaje. ¿Hacia atrás o hacia adelante? Por culpa de H. G. Wells y su nouvelle de 1895 –una anti-utopía “de denuncia” con morlocks y elois–, buena parte de la ciencia-ficción tiene el casi mandato de avanzar, de buscar el futuro, y de mirar atrás sólo a la hora de reconstruir o modificar magnicidios entre los que destacan, siempre, el de J.C. o el de J.F.K. La literatura “seria”, sin embargo, parece empeñada en mirar hacia atrás –la obra es, siempre, memoria– y allí están Charles Dickens, Mark Twain, Henry James, Marcel Proust, Vladimir Nabokov y Bioy Casares entre muchísimos otros retrocediendo en el tiempo valiéndose no de un ingenio mecánico sino del genio del propio cerebro. Así, la máquina del tiempo como state of mind, como ejercicio del intelecto donde siempre –de un modo u otro– se inmiscuyen las intermitencias del corazón. Porque el cerebro es la máquina pero el corazón la pone en movimiento. Y es en esta última variante de las variaciones temporales en la que se inscriben dos recientes novelas norteamericanas, dos novelas “de épocas”.

VOLVER
The Confessions of Max Tivoli de Andrew Sean Green (autor también de una muy buena colección de relatos, How It Was for Me y de una excelente novela, The Path of Minor Planets) utiliza una premisa original pero ya no muy novedosa. Ya estuvieron allí F. S. Fitzgerald con su extraño relato “El curioso caso de Benjamin Button”, Philip K. Dick con El mundo contra reloj y Martin Amis con La flecha del tiempo: un hombre que nace viejo y crece marcha atrás, rejuveneciendo, sabiendo que al otro lado también aguarda la muerte. Lo interesante y lo admirable de la novela de Greer –a la que Updike en The New Yorker comparó con texturas e intenciones de Proust y Nabokov, y esta vez el elogio no es exagerado– es que Max Tivoli empieza naciendo en el San Francisco de 1871 como anciano con mente de niño y acaba como niño de pensamientos adultos, oscuros, inevitablemente trágicos, camino hacia la conciencia absoluta de su desaparición. Entre un extremo y otro, Max pierde y encuentra y vuelve a encontrar –en diferentes formas y edades– el amor de Alice Levy, quien primero es niña a quien observa con ojos de Humbert Humbert inexperto, más tarde es amante perfecta y, finalmente, su madre adoptiva que, por supuesto, jamás sospecha que ese niño de modales lúgubres fue ese viejo que la deseaba en un prolijo jardín y ese hombre que la poseyó en una cama revuelta. The Confessions of Max Tivoli, ya adquirida por una editorial española, recuerda también –en su meticulosidad un tanto freak a la hora de excavar en las ruinas del pasado color sepia, en la manera que enumera antigüedades y fechas para ir edificando la casa de toda una época, en su lirismo que no descuida la construcción de una estructura admirable y de una mecánica narrativa con precisión cronométrica– al Martin Dressler de Stephen Millhauser, otro héroe trágico, otro amo y esclavo de un tiempo que ya no existe pero que siempre vuelve.

IRSE
En The Time Traveler’s Wife de la debutante Audrey Niffenegger, el tiempo juega en otras direcciones pero, al igual que en la novela de Greer, se trata de un tiempo afectado por una enfermedad bizarra. Y, otra vez, en esta enfermedad del tiempo tienen mucho que ver los pesares del amor. La cosa es así: Clare Abshire, 20 años, se casa con Henry DeTamble, 28 años. Y el problema es que Henry padece una mutación genética, algo muy raro llamado “desorden crono-espacial”. Es decir: de golpe y sin aviso -pero por lo general cuando se encuentra particularmente estresado– Henry desaparece rumbo a otra época. Presente o futura, pero siempre dentro de los límites de su propia vida: así que aquí no hay dinosaurios ni antiguos romanos ni viajes interplanetarios, pero sí sucesivas repeticiones de acontecimientos domésticos y terribles que Henry no se permite corregir por temor a cambiar la historia. Esos años que van de 1960 al 2053 y en los que Henry se cruza una y otra vez con Clare quien, en algún momento de su infancia, a los 6 años, ya sabe que ese hombre de 36 años –aunque entonces la verdadera edad de Henry sea la de 16 años– será, inevitablemente, su futuro marido.
Y si Greer recuerda a Millhauser, entonces Niffenegger recuerda aquí a una especie de Anne Tyler que se ha tomado un ácido lisérgico consiguiendo una encantadora novela “de amor” que no está reñida con la novela “de ideas”. Así, Henry es una especie de sombrío Marty McFly –aquel eternamente adolescente Michael J. Fox de la saga Regreso al futuro– quien, incluso, llega a visitarse a sí mismo en el pasado. Y verse. Y mirarse. Y sentir cierta pena, cierta ternura.
Y lo que distingue a The Time Traveler’s Wife –narrada alternativamente por Henry y Clare– es lo mismo que hace destacable a The Confessions of Max Tivoli: el talento y la delicadeza de Niffenegger y Greer permite que, una vez digerido y asimilado lo delirante de sus premisas, uno y otro libro se lean sin dificultad alguna como novelas realistas donde lo que preocupa es lo que sienten sus atemporales héroes más que la rareza de un tiempo desarticulado que los obliga a vidas tan apasionantes y apasionadas como, sí, agobiantes. Max se ve obligado a “desaparecer” una y otra vez para luego volver a los lugares que solía frecuentar como alguien cada vez más tristemente joven y más dolorosamente sabio. Henry no puede conducir autos por temor a sufrir uno de sus ataques al volante y causar daños a inocentes y –como el desplazamiento por el tiempo incluye su cuerpo pero no su ropa o dinero– se ve obligado a robar para sobrevivir. No es sencillo lo suyo.
Y, claro, se impone una pregunta inevitable: ¿cuál es mejor libro? Tal vez The Time Traveler’s Wife –también próxima a ser publicada en español- peque, por capítulos, de cierto almibarado y ambarino sentimentalismo. The Confessions of Max Tivoli en cambio, parece el producto de una inteligencia privilegiada y perfecta y, en ocasiones, excesivamente fría donde hasta las parrafadas más emocionantes parecen articuladas más por una necesidad de perfección que de entrega. Uno y otro –están advertidos- son libros tristes, porque no hay nada más triste que la constante reflexión sobre lo que viene, lo que está, lo que ya se fue. Pero, se sabe, ésta es una de las cuestiones más apasionantes a la hora de hacer literatura y de deshacer vida: si lo pensamos un poco, la noción de tiempo es un elemento fantástico que, con ayuda de almanaques y estaciones y cumpleaños, hemos acabado aceptando como normal para no volvernos locos.
Así que no está mal leer los dos, uno detrás de otro. Total, hay tiempo.
Siempre hay tiempo.

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