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Domingo, 7 de noviembre de 2004
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Una novela que capta con fuerza el panorama de la nueva pobreza.

La universidad y la calle

Pegamento
Gloria Pampillo
Sudamericana
187 páginas

Por Patricio Lennard
En la primera escena de Costanera Sur (1995), la anterior novela de Gloria Pampillo, la protagonista pasa delante de unos chicos que inhalan pegamento en una plaza, pero no se detiene. En ese cuadro minúsculo hay, en efecto, un germen, una encrucijada literaria en que se atisba el camino que conduce a Pegamento (ganadora del premio de novela del Fondo Nacional de las Artes 2003), donde el mundo de los chicos de la calle es lo que se mira de cerca.
Luisa, una escritora, decide aprender inglés para leer a Shakespeare en su lengua original. Con ese fin se inscribe en los cursos de idiomas que la Universidad de Buenos Aires ha comenzado a dictar para que la subasta de los bienes del Estado no la convierta también en uno de sus lotes. Con la década pasada como telón de fondo, el grupo mixto de adultos que empieza las clases en la vieja sede de la calle 25 de Mayo, pronto se ve enredado en una trama de malentendidos, secretos, idas y vueltas. Luisa comienza a tener un affaire paralelo con Richard (un hombre mayor, abogado) y con John (un médico que realiza trabajo social), quienes antes hicieron lo propio con Nancy (una secretaria a la que su empresa le costea el curso de inglés porque de él depende que siga en su puesto). Desde el principio, la relación entre las dos mujeres se plantea ambigua y conflictiva, hasta que Nancy –luego de sufrir un accidente al caer por unas escaleras– desaparece misteriosamente.
La novela, que fue escrita en 1996 y permaneció inédita hasta ahora, fue corregida por Pampillo a lo largo de estos años. Dueña de una prosa rigurosa y bella, la autora construye un mundo de reticencias y omisiones, en que varios elementos de la intriga son apenas sugeridos, cuando no velados. El lector nunca termina de acceder, por ejemplo, al turbio trasfondo psicológico de la protagonista, en donde se halla el origen de la abstrusa empatía que la lleva, reiteradamente, a observar a chicos de la calle. Las escenas en que Pampillo plasma, a través de los ojos de Luisa, la cartografía de una ciudad signada por la marginalidad y la pobreza, involucran siempre un sentido de perplejidad y desconcierto que aleja a la novela de golpes bajos y de cualquier sensiblería.
El personaje de John –que participa de un programa cuyo objetivo es sacar a los menores de la vía pública y promover su reinserción social– apuntala un costado sutilmente antropológico que de a poco se abre en el texto. Al relato de la miseria que Luisa arma a partir de detalles (las suciedades del pelo, la opacidad de las miradas, el profiláctico inflado por un chico al pie del Obelisco), se le suma el horror de una cifra estadística: el vago recuerdo de haber leído en algún lado que son treinta mil los chicos argentinos que viven en la calle. Nada más y nada menos. En este sentido, uno de los pasajes más logrados es el que describe el proceso alucinatorio que causa la inhalación de pegamento: los chicos vislumbran, de pronto, que el piso se cubre de estrellas, o que el simple acto de trazar con el dedo un círculo en el aire hace posible la obtención de un remolino. El carácter de verdad de varias de las escenas y la distancia con que la marginalidad es representada son tan sólo dos de los motivos que hacen que ésta sea la mejor novela de Gloria Pampillo.
Pegamento es un aporte más que valorable a esa zona de la literatura argentina que indaga en las esquirlas del pasado reciente. Un ejemplo claro de cómo, a través de la ficción, el presente se hace cargo de la historia y nos interpela.

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