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Domingo, 5 de diciembre de 2004
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Alcances y límites de esa vieja costumbre de dar vueltas por ahí.

Yira yira

El nomadismo.
Vagabundeos Iniciáticos
Michel Maffesoli
Editorial Fondo de Cultura Económica
213 páginas

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Por Cecilia Sosa

¿Quién no sintió alguna vez una inexplicable sed de infinito y se vio tentado a abandonar todo en un busca de un incierto, pero mágico Otro Lugar? A no preocuparse: Michel Maffesoli, director del Centro de Estudios sobre lo Actual y lo Cotidiano de la Sorbonne (París), encontró en esta voluntad evasiva mucho antes que un preocupante rasgo de patología individual, una clave para interpretar los nuevos tiempos. En su provocador ensayo El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, Maffesoli sostiene que el impulso hacia la vida errante y el nomadismo constituyen un estructura antropológica antiquísima, que sólo en estos tiempos comenzó a desplegar todo su poder de rebeldía.
Viajes, explosiones revolucionarias, aventuras amorosas, identidades múltiples, turismo interplanetario, familias recompuestas, migraciones laborales, fiebre cibernética, escapismo y fiesta; deificación de lo extranjero, callejeos, escarceos y frenesís varios: todos intentos de sortear en revueltas –más o menos discretas– los confinamientos domiciliarios, laborales, profesionales y amorosos que la modernidad intentó apresar bajo triple llave.
“Cuando no es el hambre, es al aburrimiento o la desesperanza lo que nos mata”, sentencia Maffesoli. Frente a una sociedad que se afirma plena, el nomadismo verbaliza la exigencia de unaépoca: el anhelo de un vacío o, en todo caso, de una vida que escape a toda vocación estadística y material. Bajo la sombra de un rejuvenecido Dionisos, la pasión desborda alcobas para partir en busca de un nuevo “Santo Grial” contemporáneo capaz de adquirir las máscaras más disímiles (juguetonas o trágicas, violentas o efímeras), pero siempre ambiguas.
Navegadores de la Internet, mochileros pululantes del mundo, devotos de brujos africanos, habitués de restaurantes chinos y hasta fans de ¡cine latinoamericano! son amalgamados, ya que el hombre de las “tribus” no deja exotismo sin consignar, porque para Maffesoli el nomadismo no es un privilegio de pocos: la búsqueda de nuevas “experiencias del ser” alcanzan tanto la compulsión viajera del “jet set” como las migraciones de masas empobrecidas en busca de trabajo. Mucho antes de que la expresión de una voluntad individualista y egoísta, Maffesoli encuentra en las variantes más sorprendentes de este impulso nómade “una verdadera huida hacia el prójimo. Un deseo inconsciente de estar en masa, de juntarse con los demás”.
Si se puede convenir con el autor en que “hay algo desenfrenado, potencialmente libertario en lo que no se arraiga”, resulta difícil acompañarlo en sus pasajes más eufóricos: “El nomadismo y la Internet se entienden cada vez mejor” o “La vida errante restaura una visión más flexible, más natural, más ecológica de la realidad humana”, según asegura este autor que por momentos, parece más cerca a sentirse un nuevo “rolling stone” que a cuestionar la nueva generación de “niños eternos” que surge como contracara boba del impulso errante.
Con todo, Maffesoli sorprende. Lejos de los papers ombliguísticamente académicos del mundo intelectual (especialmente el francés), El nomadismo es un ensayo provocador –y de lectura amplia– sobre un deseo errante que más allá de la Sorbonne también deja oír sus resonancias por estas lejanas tierras.

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