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Martes, 4 de enero de 2005
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Memorias de un artista que no sufrió conflicto entre crear y comprometerse.

El enmascarado no se rinde

El Merodeador Enmascarado
Carlos Gorostiza
Seix Barral
325 páginas

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Por Sergio S. Olguín

Una característica esencial del género “memorias” es que están hechas de recuerdos no siempre conexos. Es decir, están hechas con grandes vacíos frutos del olvido. El Merodeador Enmascarado, que Carlos Gorostiza subtituló “Algunas memorias”, no escapa a las generales de la ley. No tiene la precisión de una biografía hecha por un profesional. En cambio, cuenta con la calidez y el valioso testimonio de un artista que ha defendido en toda su vida una estética y, sobre todo, una ética marcada por la defensa de la libertad y la democracia.
Gorostiza nació en Buenos Aires en 1920. Hijo de inmigrantes vascos pasó su infancia en medio de contrastes económicos y una prolongada estadía en el País Vasco. La adolescencia lo encontró profundamente interesado por la literatura, el cine y el teatro. Su ingreso al mundo de las tablas fue casi una prolongación de su vida como espectador y muy pronto también pasó de actor a autor con su primera obra dramática, El puente (estrenada en 1949). El éxito rotundo de esta obra teatral, su amor por el mundo bohemio de esos años lo conectó con otros autores, músicos y artistas que hoy se han convertido en mitos: los hermanos Discépolo, Narciso Ibáñez Menta, Conrado Nalé Roxlo, Osvaldo Pugliese, Edmundo Guibourg, más todos los personajes del mundo teatral argentino circulan entre las páginas de estas memorias. Son como fantasmas que aparecen y desaparecen dejando algún rasgo de su personalidad o una historia tan íntima como desconocida.
Es difícil encontrar una experiencia artística nacional tan pegada a la historia política del país como ha sido el teatro. Gorostiza ocupa un lugar fundamental en la historia del teatro argentino desde hace ya casi seis décadas. Esa posición protagónica convierten a sus recuerdos en un testimonio fundamental para conocer el desarrollo del teatro independiente, con su esfuerzo para sobrevivir y crecer en medios hostiles, que soportó censuras y persecuciones durante el peronismo y, en mayor medida, la última dictadura militar. Una experiencia artística y política que tuvo su punto culminante a comienzos de los 80 con Teatro Abierto, de la que Gorostiza fue uno de los mentores.
En algún momento de sus memorias, Gorostiza se queja de la falta de consideración que tienen los dramaturgos dentro del campo literario. Dice que no se los reconoce como escritores. Pero el propio Gorostiza peca de escueto a la hora de hablar de su narrativa. Sus cinco novelas, tal vez merecían un desarrollo mayor en el contexto de sus memorias.
Cada anécdota, cada historia de El Merodeador Enmascarado, permite reconstruir la época, armar un mapa de lo que fue la cultura argentina. Gorostiza narra con sencillez, no filosofa ni pierde el tiempo armando alguna teoría que justifique tal o cual accionar. Su historia es la de un artista honesto que no encontró una dicotomía entre crear y comprometerse políticamente. Su paso por la Secretaría de Cultura durante el gobierno de Alfonsín tuvo varios hitos fundamentales. El final de la censura en el cine y en las demás expresiones artísticas es uno de ellos.
Con sus silencios, con sus olvidos, con historias que reconstruyen una época y con otras que simplemente sirven para conocer a sus personajes en la intimidad, El Merodeador Enmascarado rescata una vieja tradición. La del viejo de la tribu que reúne alrededor del fuego a los demás para que no se pierda la memoria de su pueblo.

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