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Martes, 4 de enero de 2005
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NOBEL: A pesar de fracasar en su intento de hacer pornografía siendo mujer, Elfriede Jelinek plantea en Deseo un vínculo muy eficaz entre literatura y feminismo.

Mujeres en llamas

Deseo
Elfriede Jelinek
Destino
232 páginas

Por Patricio Lennard
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¿Cómo ser mujer y escribir pornografía?, es la pregunta que subyace en Deseo, la novela que la austríaca Elfriede Jelinek publicó en 1989, y cuya reedición permite que los lectores argentinos empiecen a acceder a la obra de la reciente ganadora del Premio Nobel. Si bien la autora asumió en un reportaje el fracaso de su novela en el intento de articular “el lenguaje femenino de lo pornográfico” –en tanto que para ella la óptica de lo obsceno es inevitablemente masculina, y aún no se ha hallado el lenguaje con que las mujeres expresen su propio deseo–, la incursión de Jelinek en ese universo no sólo la acerca a una tradición de escritores que nace en Sade y se consolida en Bataille y Klossowski sino que, también, plantea una de las resoluciones estético-ideológicas más interesantes del vínculo entre literatura y feminismo de los últimos tiempos.
Pero Deseo no es sólo una novela pornográfica. No del todo. La historia de Gerti –la esposa del director de una fábrica de papel que, cansada de los vejámenes sexuales que le inflige su marido, encuentra un amante joven que termina convirtiéndose en un nuevo verdugo– se teje en las ambigüedades del masoquismo. La violencia por la que el sexo es un instrumento de dominio opera como una pulsión que se interrumpe y recomienza: así, “el director destroza el vestido a su mujer, de un solo golpe, pero al mismo tiempo le susurra que mañana tendrá dos nuevos a cambio”. La fidelidad que éste se autoimpone, temeroso de que las prostitutas que frecuenta le contagien el sida, hace del matrimonio (paradójicamente) el espacio por excelencia de la transgresión erótica. De este modo, si la pareja es la unidad que la literatura pornográfica casi siempre rechaza (en contraposición al lugar común de las orgías), el gesto de Jelinek no sólo es una crítica feroz a la institución del matrimonio sino también un desvío del “género”.
La novela (cuyo título en alemán es Lust) atenta permanentemente en contra de la continuidad narrativa, en tanto su escritura fragmentaria –que nunca termina de oscilar hacia un registro poético– diluye la acción en extraños encadenamientos de frases y metáforas de una exasperante belleza. La matriz metafórica que atraviesa las figuraciones del erotismo en Deseo no sólo desexualiza la sexualidad (tornándola gélida como la nieve que pulula en sus páginas) sino que también la inviste de una fuerza por la que todo, en última instancia, parece implicar connotaciones eróticas. El discurso crítico sobre la sexualidad (que representa pornográficamente aquello que la voz narradora disecciona en sus análisis) se enlaza con la puesta en evidencia de las estructuras de dominación que funcionan en el capitalismo (la fábrica como siniestra alegoría kafkiana), la familia, la iglesia, la sociedad de consumo y el deporte.
Autodenominada “escritora feminista”, ex militante de izquierda, heredera del legado de grandes polemistas y misántropos austríacos como Karl Krauss y Thomas Bernhard, y suerte de enfant terrible en su país (en la tónica de Michel Houellebecq y Fernando Vallejo), Jelinek concibe su activismo literario como un medio para escarbar en la carroña de la moral contemporánea. Deseo –una de sus novelas más exitosas junto con La pianista, que tuvo su versión cinematográfica dirigida por Michael Haneke– es un ejemplo claro del carácter revulsivo de su literatura. Revulsión que no es enunciada desde la obviedad de un “sujeto femenino y feminista” sino desde una voz que inocula su rabia en cada uno de sus gritos.

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