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Domingo, 20 de febrero de 2005
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Hatshepsut, la mujer que inventó el término faraona, se vistió de hombre, impulsó la primera expedición científica de la Historia y gobernó Egipto cientos de años antes que su coetánea más famosa.

La tatarabuela de Cleopatra

Hatshepsut, la reina misteriosa
Christiane Desroches Noblecourt
Edhasa, 598 págs.

Por Federico Kukso
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Desde hace más de 20 años, la egiptología sufre un ataque de nostalgia. Sin descubrimientos estridentes con los cuales deleitar, los avezados en el arte de desenterrar y estudiar la realeza más fructífera de la antigüedad se conforman con alimentar la voraz máquina cultural del turismo y rezar para que después de correr tanta arena aparezca ante sus ojos la tumba intacta de un faraón importante y los catapulte de lleno a la fama. Los menos ambiciosos, en cambio, se conforman con vivir de y para el pasado, con lo ya descubierto (pero sabido por pocos) y a la espera de que los millones de jeroglíficos aún sin descifrar que adornan los monumentos y obeliscos les hablen y cuenten nuevas historias. Cuando lo hagan, allí estará la francesa Christiane Desroches Noblecourt, ex jefa de conservadores del departamento egipcio del Museo del Louvre (Francia), una institución en la materia que sigue la línea de los gigantes de la egiptología: el lingüista francés Jean François Champollion (1790-1832), que descifró el sistema jeroglífico utilizando la piedra de Rosetta, el bigotudo Theodore Monroe Davis (1837-1915), uno de los más hábiles “saqueadores científicos” de sarcófagos, y el inglés Howard Carter, quien halló en 1922 la tumba de un faráon enclenque, el por todos conocido Tutankamón (el mayor, más rico e impresionante de los tesoros arqueológicos hasta ahora descubiertos).

Con 92 años a cuestas, la veterana científica hace tiempo que dejó atrás el pico, la pala y las excursiones bajo el inclemente sol de Sahara. Ahora, se entretiene con su “apostolado”: revelar al mundo la majestuosidad de Hatshepsut, la primera reina (y faraona) de la historia.

La historia, según cuenta Noblecourt en Hatshepsut, la reina misteriosa, comienza en el siglo XV a.C., cientos de años antes de que Julio César y Marco Antonio se rindieran a los encantos de Cleopatra. Con todo el peso de la tradición masculina en su contra, Hatshepsut (que significa “la más noble de las damas”), única hija viva del soberano Tutmosis I, vio en más de una ocasión cómo el trono pasaba de manos frente a sus ojos. Es que en Egipto aún el concepto “reina” no existía: primero, fue obligada a casarse con su hermanastro Tutmosis II, luego coronado rey; y después presenció cómo su esposo nombró heredero a su pequeño hijo, Tutmosis III, a quien había tenido con otra concubina. Muerto el rey, Hatshepsut se volvió regenta; vio la oportunidad y no la desaprovechó: acaparó poder, se autotituló faraona (proclamándose “Horus femenino”), se hizo retratar con ropas de hombre y barba de faraón, y muy astutamente hizo esculpir en piedra la historia de su origen divino que legitimizaba su autoridad.

Siguieron, entonces, 15 años de amantes, de construcciones megalomaníacas, de conquistas y expediciones (hizo la primera expedición científica de la historia humana), y finalmente, de odios (curiosamente, después de su muerte en 1458 a.C., Tutmosis III, ya adulto y muerto de envidia, hizo mutilar a martillazos las esculturas y monumentos de la faraona), en fin, una historia puntillosamente reconstruida de pies a cabeza por Noblecourt (primera en acuñar los términos “patrimonio cultural”), quien le otorgó a su investigación un tinte eminentemente feminista –como hizo también en La mujer en tiempos de los faraones– ante el cual no deja resquicio para disentir.

Aunque el libro tiene el mérito de arrojar luz sobre este personaje legendario y casi desconocido (con cientos de ilustraciones), la pormenorizada y abundante documentación aplasta tanto como diez toneladasde arena. Lo cual aturde ya que, como todo el mundo sabe, la arena es muy molesta.

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