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Domingo, 20 de febrero de 2005
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biografías

El otro Abraham

Una biografía que parece definitiva arroja luz sobre el gran icono político de la democracia norteamericana que fundó el Partido Republicano y compartía su cama en la Casa Blanca con un amigo cuando su mujer no estaba.

Por Sergio Di Nucci
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La noticia no era nueva. Pero después de un libro dedicado al tema, escrupuloso en la recolección de los registros y el análisis de las fuentes, parece definitiva. El mundo íntimo de Abraham Lincoln, del psiquiatra C.A. Tripp, ex miembro del grupo de investigación Kinsey, enfatiza hasta volver ineludible la homosexualidad, en el plano emotivo y sexual, del héroe nacional, fundador del Partido Republicano y presidente victorioso en la Guerra Civil contra los esclavistas estados del Sur. El momento no puede ser menos oportuno para el escándalo, en un contexto, el de 2004, en que el fundamentalismo cristiano dio el triunfo electoral al presidente Bush. Y en un país cuyos Estados más rojos (los de aquí serían La Pampa, Tierra del Fuego o Mendoza) celebraron a los tsunamis porque barrieron con cientos de miles de sodomitas, o a los aviones de las Torres Gemelas, por hacer lo propio con miles de homosexuales en la meca del pecado, Nueva York.

Las reseñas del libro de la derecha cristiana fueron lapidarias, con acusaciones varias, caricaturas de Lincoln retratado bajo el estereotipo pluma-pluma-gay. Y la pregunta esperable, repetida: ¿qué tiene de relevante saber si Lincoln era homosexual o heterosexual? Tripp, en el libro, ofrece una respuesta: “Para conocer al hombre completo y entender que todo allí fue necesario”.

A partir de cartas, diarios privados e historias orales, Tripp concluye que Lincoln mantuvo al menos tres relaciones con hombres en diferentes momentos de su vida. La primera fue con Billy Green, su compañero en New Salem de la década de 1830; la segunda con su amigo de toda la vida Joshua Speed, en la década de 1840; y la última con el capitán David V. Derickson, con quien compartió su cama en la Casa Blanca cada vez que su esposa se ausentaba.

Además de los reparos ideológicamente cerrados de la derecha cristiana, los historiadores y el público general plantean una pregunta legítima. Es una pregunta metodológica: ¿cómo sabe Tripp, cómo puede conocer un historiador con quién eyaculaba un hombre del pasado? Las fuentes del siglo XIX callan sobre esta cuestión crucial, y sólo a partir de la unión de materiales concordantes se puede reconstruir cómo tenía sexo una figura histórica. En un siglo que condenaba la masturbación, la homosexualidad era demonizada y algunos estados la castigaban con prisión y castración. Resulta así imposible hallar las pruebas explícitas que exigen los escépticos, o los que consideran que las evidencias deben ser indubitables porque, si no, se ofende a un padre fundador. Pero si la historiografía requiriera estándares tan altos, se llegaría a la conclusión de que en el siglo XIX no existió homosexualidad salvo en casos explícitos como el de Oscar Wilde. La biografía de Lincoln, como tantas otras, desmiente esta perspectiva, y demuestra la existencia de una mayoría silenciosa.

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