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Domingo, 27 de febrero de 2005
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Después del éxito inesperado y arrollador de Expiación, Ian McEwan publica una novela típicamente británica: una novela que transcurre en un solo día.

24 horas

SATURDAY
De Ian McEwan
Jonathan Cape, 2005
280 páginas, 17.99 libras

Por Rodrigo Fresán
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La literatura británica suele favorecer la práctica de novelas cuya acción transcurra en un solo día. Allí se apuntan y se agendan títulos como Mrs. Dalloway de Virginia Woolf, Mr. Phillips de John Lanchester y, por supuesto, Ulises de James Joyce. A este poderoso subgénero –que podría denominarse beatlescamente como “A Day in the Life”– se suma ahora, ya desde el mismísimo título, Ian McEwan con Saturday.

Y lo cierto es que luego del suceso de Expiación –suerte de reformulación de la novela modernista inglesa; libro “culto” si lo hay que, sin embargo, vendió 700.000 ejemplares sólo en el Reino Unido superando en las listas de ventas a gente como John Grisham y Tom Clancy– había una enorme expectativa con lo que haría McEwan. Buenas noticias todas: Saturday recupera la mirada clínica pero confesional del libro anterior de este escritor (cada vez más cercana a la de John Banville) pero invierte el sistema sin traicionarlo. Si Expiación era el relato de toda una vida marcada por lo sucedido durante un día, entonces Saturday es el relato de un día marcado por toda una vida.

El protagonista aquí es Henry Perowne, neurocirujano reconocido (abundan las descripciones de complejas operaciones craneales), marido todavía enamorado después de tantos años, padre de dos hijos formidables (un admirado guitarrista de blues y una prestigiosa poetisa) y, a su vez, dedicado protector de su propia madre perdida en las nieblas de un cerebro dañado para siempre. Y la acción de la novela –y Perowne– se despiertan al amanecer con la visión de un avión en llamas sobre el cielo de Londres. Es el primer signo de una jornada corriente pero, al mismo tiempo, única: Perowne discute sobre la guerra de Irak con su hijo (es el sábado de la gran marcha mundial contra la guerra, sábado 15 de febrero de 2003), hace el amor con su mujer, casi muere en una calle de la ciudad, pierde un partido de squash, compra pescado para un guiso y visita a su madre. Lo que no significa que estemos en los territorios habituales de Nicholson Baker –la simple pero sofisticada recreación de la textura de lo cotidiano– sino, como ya ocurría en Los perros negros, frente a otra gran y poco ortodoxa novela política. La idea de McEwan –y es una muy buena idea– es mostrarnos cómo funciona lo local frente a lo global, como protegernos del ruido blanco del mundo con la melodía de lo íntimo, cómo vivir a la hora del sálvese quién pueda. Y por supuesto –marca registrada de este autor; recordar Niños en el tiempo o Amor perdurable– se hace imposible evitar las grietas por las que se cuela el horror de lo que acecha fuera de la burbuja. En el caso de Perowne, la amenaza está corporizada no en Bush & Blair sino en Baxter, un tipo peligroso dispuesto a lo que sea. Al anochecer, Perowne y los suyos han sobrevivido a una jornada terrible. Y el neurocirujano sigue pensando que las novelas que te cuentan en todo detalle la vida de sus héroes no tienen gran sentido. En eso –a la luz y sombras de Saturday, novela cerebral en todo sentido– Perowne está completamente equivocado, por supuesto.

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