Para los argentinos, siempre más interesados en los sucesos de los paĂses centrales (en buena medida, debido a las leyes de los flujos informativos –que hacen que se tengan más noticias del Norte que de por acá–), la Guerra del PacĂfico que mantuvo Chile con Bolivia y PerĂş entre 1879 y 1884 puede sonar muy lejana. Sin embargo, y pese al tiempo transcurrido, los efectos de aquella guerra están más que presentes en la polĂtica continental. Por ejemplo, PerĂş y Bolivia se abstuvieron en la reciente elecciĂłn como secretario general de la OEA del chileno JosĂ© Miguel Insulza, quien competĂa con el candidato impulsado por el gobierno de los Estados Unidos. Y más aĂşn: a raĂz del descubrimiento de importantes reservas de gas en la regiĂłn del Chaco boliviano, ya se han alzado voces que se oponen a que se exporte el gas a travĂ©s de algĂşn puerto chileno (aunque la salida por PerĂş sea más lejana, y por ende, más cara). Para aquellos que quieran subsanar esa ignorancia regional, he aquĂ un buen libro que ayudará a desasnarse de las querellas del PacĂfico. Escrito por dos diplomáticos de cada uno de los paĂses involucrados en la controversia –más las consideraciones finales de la brasileña MĂłnica Hirst–, El largo conflicto repasa no sĂłlo los argumentos centrales de ambas partes sino que tambiĂ©n hace un repaso histĂłrico de las negociaciones que se llevaron a cabo infructuosamente durante más de cien años para, aunque sea, reponerle a Bolivia su salida al PacĂfico.
Las estrategias, en ambos casos, quedan claras a las pocas páginas. El socialista chileno Luis Maira argumenta que los lĂmites de los paĂses americanos no estaban finamente delineados durante el primer siglo poscolonial y se explaya sobra sucesivas derrotas de Bolivia (que, segĂşn afirma, tambiĂ©n perdiĂł tierras a manos de Brasil, PerĂş, Paraguay y Argentina) y sobre los sucesivos e inoperantes dictadores bolivianos, como diciendo “finalmente la culpa es de ustedes”. Además –como para coronar su igualmente brillante repaso histĂłrico– cita a un polĂtico chileno que asegurĂł que “nuestros derechos nacen de la victoria”, casi una aceptaciĂłn de culpabilidad histĂłrica.
En tanto que, por su parte, Javier Murillo da como un hecho evidente la soberanĂa de su paĂs –lo cual lo exime de argumentar en su favor– y habla de “geofagĂa” chilena y de las penurias econĂłmicas que le impusieron al paĂs trasandino la necesidad de aquella guerra de conquista. Para el boliviano, sĂ estaban claros los lĂmites despuĂ©s de la independencia de España (como en el mapa de 1856 que ilustra esta nota) y afirma amparado nada menos que en varias constituciones chilenas de principios del siglo XIX que “Chile termina en Copiapó” (a la altura de Santiago del Estero), es decir, kilĂłmetros antes de su efectivo lĂmite actual.
ÂżPor quĂ© no consiguiĂł Bolivia, entonces, aunque más no fuera, un corredor hacia el PacĂfico, dada por ejemplo la presiĂłn internacional sobre Chile que tuvo como punto más alto la Asamblea de la OEA de 1979? En parte, la cuestiĂłn está cerrada porque Bolivia ha querido recuperar el ciento por ciento de los territorios irredentos –lo que implica nada menos que 400 km de costa y unos 150.000 km cuadrados– y no termina de aceptar tampoco salidas negociadas, sobre todo si implican nuevas concesiones a Chile, sea de territorio, agua o gas (en parte tambiĂ©n por las presiones populares sobre los gobernantes). Lo que deja además como conclusiĂłn este libro –que carece de los imprescindibles mapas– es la habilidad diplomática chilena para aceptar sucesivas negociaciones y despuĂ©s empantanarlas o dejarlas empantanar. Y, por Ăşltimo, un dato de la realidad inexorable: los ganadores de las guerras, sobre todo cuando Ă©stas ocurrieron tanto tiempo atrás, tienen a su favor la realidad, lo que se llama “hecho consumado”. Y Chile hace más de cien años que gobierna territorio que fue boliviano.
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