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Domingo, 5 de junio de 2005
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Una nueva colección reivindica el policial en sentido bien amplio.

El misterio nunca muere

Colección Paladar negro
Prólogo y notas de Juan Sasturain.
Cántaro.

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Por Juan Pablo Bertazza

Siempre que una antología dispone de un criterio de selección que enriquece la lectura, gana mucho en originalidad. Esa suerte de regla no escrita es confirmada por los volúmenes de la colección Paladar negro, que acaba de irrumpir con la no poco arriesgada táctica de ofrecer a la vez 40 relatos repartidos en 8 segmentos que tratan el género policial pero a su vez lo exceden.

Por ejemplo, entre los volúmenes de la colección se destacan: Misterios clásicos, que lleva como título una irónica joya de Robert Barr, “El círculo de los distraídos”, y nuclea relatos en los que al descuido se le debe dar toda la atención; Costumbres sombrías son historias que desarrollan el problema de la disociación moral, tema clásico en la literatura occidental desde Edipo hasta Hamlet y Dr. Jekyll y Mr. Hyde y –por último– Series siniestras, compuesto por relatos en los que se tratan temas clásicos pero siempre vigentes, como el del doble.

Son secciones poco convencionales –originales, sí– que se desentienden de problemas de género. Y hacen convivir, por ejemplo en Misterios clásicos, una narración de Poe, fundador del cuento moderno y –simultáneamente– del policial de enigma o deductivo como “La carta robada” con un exponente del policial más efectista o noir como es Gastón Leroux y su “Hacha de oro”. Esa mezcla es lo que viene a sintetizar el juego de palabras de Paladar negro: un paladar exquisito no puede dejar de regodearse con relatos que, a pesar de tener mucho de melodrama, muertos y sangre explícita, están magníficamente escritos.

Pero hablando del placer de la lectura, otro rasgo que conforma la originalidad de esta selección son los prólogos y notas de Juan Sasturain, quien está muy salpicado por las aguas de la buena literatura y lo demuestra con su experimental cuento “Subjuntivo”. Los prólogos a su cargo adquieren autonomía y cuerpo de pequeños ensayos, donde pueden rescatarse perlas como aquella de que “el humor es la cortesía del miedo, el mismo mecanismo que nos hace silbar en la noche solitaria: un recurso para conjurar el temor a lo oscuro o desconocido”. También, a la hora de presentar a los autores, toma distancia de la frialdad de las antologías aburridas al hacer legítimas valoraciones de los escritores y sus obras que componen un verdadero mapa de la vida del cuento moderno.

Es que como toda buena antología, cada uno de los volúmenes de la colección Paladar negro no pretende una instrucción enciclopedista, sino servir de disparador y transmisor del placer que genera la buena literatura, aquella categoría que no sabe de géneros y que incluye tanto a los clásicos como a lo novedoso o poco conocido. Como el cuento de Chaplin, “El ritmo”, donde presenta la historia de un oficial abocado a evitar que la maquinaria de su propio ejército ejecute a un amigo suyo.

Paladar negro es una iniciativa que, de la mano de sus creadores Raúl González (director) y Salvador Gargiulo (editor), no descuida ni siquiera la estética del formato de sus ejemplares. Como para desmitificar aquello de que lo que se hace a pulmón debe ser necesariamente artesanal o rústico. Bienvenida –entonces– esta colección negra, que logra hacernos agua la boca con sus colores pasteles cargados de optimismo.

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