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Domingo, 19 de junio de 2005
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La última novela de Mankell plantea (otra vez) el hipnótico enigma de su éxito.

Qué tendrán los suecos

Cortafuegos
Henning Mankell
Tusquets
538 páginas

Por Leonardo Moledo
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Bueno, aquí tenemos nuevamente a nuestro conocido y a pesar de todo querido inspector Kurt Wallander (Los perros de Riga, La leona blanca, La quinta mujer, entre otros) derivando por las calles de Ystadt, desplegando su aire de pseudo Philip Marlowe (que no le sale) y enfrentado a una seguidilla de crímenes truculentos pero, como en toda la saga de Mankell, desvaídos, y que aparentemente no dan para un libro de quinientas páginas y que sin embargo, funciona.

Esta vez, se trata de la informática: computadoras interconectadas, virus, defensas contra intrusiones (los cortafuegos del título), redes que abarcan bancos y grandes compañías en Oriente y Occidente y que sostienen el orden financiero mundial; hay una sobrevaloración de estas redes y sistemas que no llega a convencer ni ayuda a la verosimilitud, aunque hay que recordar que es una novela “pre Y2K”, esto es, de antes de que el gran bluff apocalíptico de fin de milenio mostrara su inoperancia, como suele ocurrir con los apocalipsis que acompañan los fines de milenio y, admitámoslo, con los apocalipsis en general.

Pero, sea como fuera (o como haya sido) lo cierto, o lo ficticiamente cierto es que Wallander vuelve a transitar todos sus lugares comunes: intuiciones que no intuyen nada (“intuía que la respuesta debía estar allí, pero se le escapaba” –variantes de esta frase se repiten una y otra vez–), y que cuando intuyen algo, se equivocan, preguntas cuyas respuestas no llegan nunca (“debe haber un mensaje cifrado en ese sueño, pero ¿cuál puede ser?”), lamento por la muerte de su maestro, el que le enseñó a intuir (aparentemente sin demasiado éxito), y desgrana sus reflexiones vacías sobre la vida, la muerte, el siglo, la juventud que se pierde en los laberintos de la droga y la delincuencia, al carecer de ideales... y de trabajo (¡en Suecia!) y la forma en que la sociedad sueca se desintegra y rueda oscilando elegantemente entre el vacío y la nada (Wallander no lo plantea exactamente así, pero ésa es la idea).

No faltan, desde ya, los entredichos en la comisaría, problemas políticos internos y celos profesionales, conflictos y reconciliaciones entre Wallander y su hija que vive en Estocolmo, críticas a la política nacional de seguridad (¡en Suecia!) y algunas vueltas en torno de la soledad en que se ve envuelto un hombre solo: ¿debe buscar pareja a través de un aviso en los diarios? Tal es la cuestión.

Es curioso: toda la saga Wallander tiene, claramente, textura de best seller con poco –nulo en realidad– trabajo textual o literario, y sin embargo simula con aceptable éxito ser buena literatura; como novela de género no es para nada interesante, pero se lee con interés; el caso no da en absoluto para quinientas páginas, y éstas se transitan sin que parezcan muchas. Lo cual configura un notable misterio, la verdadera intriga de estas novelas policiales à la sueca.

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