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Domingo, 30 de junio de 2002
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Ubú rey de la patagonia

Ayer fue fundado el Novísimo Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, una institución pionera en esa Ciencia de lo Particular INVENTADA por Alfred Jarry

Por Rafael Cippolini

El riñón patafísico Poco más o menos simultáneamente a la noticia de la aparición de las Obras Completas de Alfred Jarry (1873-1907) comenzó a circular por París un cuchicheo que meses más tarde se puntualizaría así: el 29 de diciembre de 1949 fue fundado el Colegio de Patafísica. Casi de inmediato, para quienes lo formaron, fue menester definir la Patafísica en términos no patafísicos: la Ciencia de lo Particular.
La historia confirma que más de sesenta años antes todo este saber se extrajo del cuerpo desproporcionado, desbordado y aflictivo de un profesor de Física llamado Hébert, docente en Rennes del entonces adolescente Jarry (en 1888 tenía 15 años). El precoz escritor lo rebautizó primero Père Ebé y luego Père Ubú, y de acuerdo con Guy Debord, ese “reservorio de lo siniestro del siglo XX que desmerece incluso la estética de Kafka” ya no conocería descanso. Tan así es que en 1911, luego de la muerte de Jarry, se publica su libro Gestos y opiniones del Dr. Faustroll, patafísico y la Ciencia despierta a copiosos flamantes prosélitos que convertirían al susodicho Colegio en un laberinto de Comisiones, Subcomisiones y Departamentos.
A los precursores de la antedicha empresa (cuyo más destacado miembro fue el Vice Curador Fundador Doctor Sandomir) muy pronto se anexaron, entre otros, y al modo de Sátrapas y Regentes –la jerarquía de la institución es muy verticalista: un Curador Inamovible y eterno, un Vice Curador, un cuerpo de Provisores, otro de Sátrapas, más un último de Regentes y finalmente las membresías–, personalidades tales como Raymond Queneau, Jean Ferry, Jacques Prévert, Max Ernst, Ionesco, Groucho y Harpo Marx, Miró, Roger Shattuck, Boris Vian, Jean Dubuffet, René Clair, Marcel Duchamp y dos argentinos veintiañeros: Esteban Fassio y Albano Rodríguez (estos últimos incluso mucho antes que varios de los antes citados).
Los dos argentinos fueron los creadores del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires (IAEPBA), entidad pionera de cuantas hubo fuera de Francia. Esteban Fassio fue nombrado Proveedor Propagador del Colegio en la Membresía Americana y Administrador Antártico y Albano Rodríguez fue distinguido como Regente de Náutica Epigea, Comendador Exquisito y representante para América del Sur. Como generadores del IAEPBA, cada uno tuvo su misión inicial. La de Fassio, hacer reconocer de Inutilidad Pública a la Patafísica. La elegida por Rodríguez: ofrecerle, ininterrumpidamente, una satrapía a Borges.
Según confesó Rodríguez a Germán Rozenmacher para la revista Así el 14 de julio de 1964: “El plenario de los 33 Sátrapas me encomendó ofrecerle una de las satrapías a Borges, pero éste, indignado, se limitó a decir que el jefe máximo de la Patafísica, el Dr. Faustroll, era un tipo, aunque imaginativo, muy antipático, y acto seguido se fue muy erguido tanteando con su bastón blanco los corredores de La Nación”.

Alfred Jarry, sus orígenes
Destacado en el listín de quienes los surrealistas consideraron sus precursores (una biblioteca que entremezcló Rimbaud, Sade, Lautréamont, Freud, Lichtenberg, Fantomas y Chamfort, entre tantos de ese colmado inventario que nutrió a su sistema) aflora un dramaturgo, comediante, pintor, compositor, poeta, narrador, practicante de esgrima y adicto a disparar sobre envases, vidrieras y personas llamado Alfred Jarry (fue el mismísimo Breton quien fascinado escribió sobre “la alianza inseparable de Jarry con su revólver”).
Hijo de Anselme Jarry, comerciante de tejidos, y de Caroline Quernest, en la secundaria frecuentó a Henri Morin, compañero de curso cuyo hermano Charles es autor de la comedia Les Polonais. Tras asistir a su puesta en escena con títeres en casa de los Morin, hacia 1889, el precoz Jarry elaboró al personaje que Cyril Conolly definirá como el Papá Noel de la Era Atómica: le Père Ubú, “ex monarca de Polonia y de Aragón y Doctor en Patafísica”, inspirado, como ya sabemos, en su rabelaisiano profesor de Física Félix Hébert.
Ubú aparece citado por primera vez en L’Echo de Paris el 23 de abril de 1893, o sea, en el mismo año que muere la madre de su creador y éste frecuenta a Mallarmé y a Marcel Schwob. Un año antes, en el Instituto Henri IV de París, junto a su camarada Léon-Paul Fargue, representan las piezas Ubú rey y Ubú cornudo (en 1927 Antonin Artaud fundará el “Théâtre Alfred Jarry”). La primera de éstas inscribe en la Historia la oración exclamativa y unimembre más famosa de cuantas hayan dado inicio a una epopeya: “¡Mierdra!
El Padre Ubú es, sin dudas, uno de los personajes más queridos por los pintores y dibujantes del siglo XX (su retrato fue realizado por Picasso, Bonnard, Dalí, Miró, Baj, Ernst, Hockney, Nash y Jarry mismo, entre tantísimos). El 4 de setiembre de 1963 Ubú desembarcó en la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires de la mano de Luisa Valenzuela (según el Colegio de Patafísica, Comendadora exquisita de la Orden de la Grande Gidouille), Eduardo Bergara Leumann y Victoria Guido, que leyeron arengas y célebres textos patafísicos. Ubú rey, por otra parte, fue estrenada poco más de dos años después, el 10 de diciembre de 1966, interpretada por Jorge Fiszón, Marta Serrano, Sara Quiroga y el escritor Pepe Romeu, entre otros, según la versión de Fassio publicada por editorial Minotauro en 1957.
La diseminación de la patafísica fue inmensa. El número 9.10 de la revista del Colegio titulada Subsidia Pataphysica, en su página 24, alerta sobre la proliferación de la Ciencia en la cultura rock, haciendo mención expresa del tema “Maxwell’s Silver Hammer” de Los Beatles (Joan was quizzical/ Studied Patafhysical/ Science in the home) y de la “Pataphysical Introduction” de la banda de Robert Wyatt, Soft Machine. Menos de un lustro después aparecería la “patafísica del sur” que Sui Generis introdujo en su disco Instituciones.
En cuanto al Colegio de Patafísica, y tal como lo escribió Fassio para la revista Letra y Línea nº 4 (julio de 1954), “no hay empresa a la que se haya consagrado el Colegio que no responda a este precepto fundamental: allí donde brilla un destello de luz patafísica, el Colegio se halla presente. No existe verdad fuera de la experiencia patafísica”.
Un amor patafísico En el mismo año de la fundación del Colegio, Aldo Pellegrini –que en 1926, a sus 23 años, con algunos compañeros de estudio de la carrera de medicina, había sido gestor del primer grupo surrealista en habla castellana– publicó su opera prima poética, titulada El muro secreto (era autor, además, de Los mecanismos de la curación, editado en 1941). Pellegrini, que además de poeta era editor, traductor, crítico de arte y médico gastroenterólogo, dirigía entonces, junto a Elías Piterbarg, David Sussman y Enrique Pichon-Rivière, la revista Ciclo y era centro de una no muy numerosa corte surrealista que, en los días a los que hacemos referencia, se mudaba desde la Confitería Jockey Club –Florida y Viamonte– al Bar Chamberí, de San Martín y Córdoba.
Si la Jockey Club alojaba habitualmente a Ramón Gómez de la Serna, Rafael Alberti, Oliverio Girondo y Norah Lange, Borges, su cuñado Guillermo de Torre, Manuel Peyrou y Bioy, al Chamberí se mudaban, fieles a Pellegrini, entre otros: Enrique Molina, Carlos Latorre, Coco Madariaga y J. Ceselli. La partida sumaba a Albano Rodríguez y Esteban Fassio, amigos íntimos desde la adolescencia. Pellegrini se carteaba hace rato con André Breton y Rodríguez y Fassio hacían otro tanto con los miembros del Colegio de Patafísica. El 6 de abril de 1957, a las 18 horas, en la casa de Fassio dan nacimiento al mítico IAEPBA. La entidad resultó tan impresionante a los sátrapas fundadores que, el que sería el último mensaje oficial del Doctor Sandomir (nacido en 1864 y amigo personal de Jarry) fue dirigido a sus jóvenes colegas argentinos.
En una de esas veladas del Chamberí (corría el año 1953, en el que el Colegio celebraba en Londres la natividad del Marqués de Sade), Rodríguez –que, anotado Albano en el Registro Civil se hacía llamar Álvaro, según el deseo familiar– conoció a la mujer que cambiaría su vida. Eva García venía de divorciarse de su primer marido, concertista de piano, y de dar término a su romance con el entonces estudiante de filosofía Paco Porrúa (quien con los años se convertiría en afamado editor, fundador de las ediciones Minotauro y descubridor de Cien años de soledad).
Fue amor a primera vista. Tres meses después se mudaron al altillo que habitaba Rodríguez, al lado del Café de los Angelitos, en la avenida Rivadavia y Rincón. Él tenía 28 años, ella 32. Un año después, Eva García realizaba su primera exhibición individual en la galería Galatea. La pintura patafísica descubría una pintora en Buenos Aires.

Bestiario
Adán García, padre de Eva, fue un renombrado criador de caballos. En El Relincho, su estancia chubutense, crió y entrenó a dos históricos caballos criollos, Gato y Mancha, con los que el apaisanado suizo Tchieffely unió, el año del nacimiento de Eva, Buenos Aires con Nueva York. Hoy ambos equinos lucen embalsamados en el Museo Histórico de Luján y son visitados en secreto por numerosos patafísicos que conocen el vínculo. La madre de Eva, la pianista Eufemia Herrera, fue la hermana de Benigno Herrero Almada, periodista y subdirector durante muchos años de la dirección de la revista El Hogar. En estas dos dimensiones, la Patagonia profunda y la vida cultural de Buenos Aires, transcurrieron la infancia y adolescencia de Eva.
En 1959 Eva García y Álvaro Rodríguez deciden viajar a París en barco, acompañados por Fassio, para asistir a la proclamación del Barón Mollet (que fue íntimo amigo de Apollinaire) como Vice-Curador del Colegio, el 10 de mayo, en la Terraza de los Tres Sátrapas. Con esta ceremonia se inicia el Segundo Magisterio del Colegio, que se prolongaría hasta 1965 (o sea, entre los años 84.92 de la Era Patafísica, que se contabiliza a partir del día del nacimiento de Jarry, el 8 de setiembre de 1873). Son los dos únicos argentinos presentes. Asisten a veladas diarias en casa de Jacques Prévert, intiman con Boris Vian –quien muere unas horas después de visitarlos–, Jean Dubuffet, Raymond Queneau, Raymond Fleury y André Bureau, se dedican a la sistemática búsqueda de rarezas bibliográficas. Fassio publica su “Planisferio del Colegio de Patafísica” en las páginas del número 13 de la Evergreen Review, órgano de los patafísicos neoyorquinos, y en el Dossier nº 16 del Colegio. Eva García expone en las galería La Proue, de Bruselas, y las parisinas L’Antipoète y Le Soleil dans la Tête. A su regreso a Buenos Aires, Rafael Squirru, director del flamante Museo de Arte Moderno, incluirá su obra en la Primera Gran Exposición Internacional de Arte Moderno.
Por esos meses un taxidermista le ofrece a Rodríguez un mono embalsamado, un cinocéfalo papión, y el patafísico descubre de inmediato que se trataba de Bosse-de-Nage, el acompañante del Dr. Faustroll. Por supuesto, su mujer lo compró y desde ese momento formó parte de su cotidianidad. Luisa Valenzuela, que los frecuentaba asiduamente, escribió: “Poco a poco se fueron mimetizando, el papión y el hombre cuya melena se iba salpimentando y haciéndose más voluminosa con el tiempo”.

Máquinas de leer
En el artículo de la revista Así antes citado, Rodríguez revelaba que “no hay más que doce patafísicos en todo Buenos Aires. Más una larga lista de snobs con plata que, sin entender un pepino de patafísica ni de nada, se dicen miembros del Colegio”. Acto seguido, pasaba a elogiar el último de los inventos de Fassio: una máquina para leer Nuevas Impresiones de Africa, la novela de culto de Raymond Roussel. Todo se precipita: Fassio da a conocer la Rayuel.o.matic, sucesora infinitamente más sofisticada que la anterior, que sirve para leer Rayuela (1963), al tiempo que funda la Cátedra de Trabajos Prácticos Rousselianos, Comisión Rayuela, Subcomisiones Electrónica y Relaciones Patabrownianas.
Julio Cortázar, ya definitivamente consagrado, dedica a Fassio y su aparato el celebratorio ensayo que finalmente publicará en La vuelta al día en ochenta mundos en diciembre de 1967. En 1973, Subsidia Pataphysica, la más importante de las publicaciones del Colegio, reproducirá el texto en francés.
En el ínterin, en el número doble 24.25 de Subsidia, se publica un pastiche firmado por un ignoto patafísico porteño llamado Jesús Borrego Gil. El mayor estudioso de la vida y obra de Rodríguez, el profesor Ignacio Vázquez, ha descubierto que no se trata sino del anagrama de Jorge Luis Borges, a quien ambos compinches lograron hacer publicar finalmente en las ediciones del Colegio, aunque, como no podía ser de otra forma, transmutado.
Ruy Launoir, en su “Historia del Colegio de Patafísica” (reproducido en el número 3 de la revista Artefacto de 1999) describe con minuciosidad la internacionalización del Colegio y la multiplicación de los Institutos que lo conforman, luego que el Tercer Vice-Curador se traslada hasta el IAEPBA, pionero ante todos (Suiza, el Reino Unido, Hungría, Suecia, Alemania, Canadá, etc.). Launoir escribe: “Si bien se mundializa, el Colegio se repliega”. El Tercer Magisterio decide su Ocultación el 29 de abril de 1975 (año 102 de la Era Patafísica) a la vez que anuncia su desocultación para el año 2000. Ni Fassio ni Rodríguez podrán verlo: uno, saturado del asfixiante clima de los años de dictadura militar, parte con su mujer hacia Barcelona, donde muere, complicado por su asma, en los primeros meses de 1980; su amigo Álvaro fallece cuatro años después, a los cincuenta y nueve años, mientras duerme. Así lo encuentra Eva cuando regresa al departamento que compartieron tanto tiempo.

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