Por Diego Bentivegna
Los dÃas sentimentales
Nicolás Peyceré
Adriana Hidalgo
210 páginas.
Los dÃas sentimentales, la última novela de Nicolás Peyceré, es, antes que ninguna otra cosa, una escritura fragmentaria, regular, discontinua. Se presenta, en efecto, como la escritura de sà de MarÃa Iluminada, una mujer “de sensiblerÃa tierna, ridÃcula o exagerada†de la oligarquÃa porteña preperonista. Planteado como la reescritura de cuadernos personales, cincelado con una precisión artesanal que recuerda los versos de e. e. cummings que se incrustan en él, el texto exhibe en ese trabajo de reelaboración su propia temporalidad enunciativa, mucho más demorada y elusiva que el vertiginoso paso de la historia polÃtica con la que se entreteje la biografÃa de MarÃa Iluminada.
En efecto, los episodios que MarÃa Iluminada registra en sus cuadernos giran en torno del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, episodio que secciona una vida escondida por viajes, matrimonio, pasiones sentimentales. Con todo, lo histórico-polÃtico del texto de Peyceré no radica en las referencias explÃcitas a los personajes y las circunstancias involucrados en el golpe. Lo polÃtico es, por el contrario, una operación, un corrimiento, un modo de subjetivización, no una superación ni una sÃntesis. Nada más lejos de Peyceré (cuya pasión filológica lo condujo a una reescritura documentadÃsima de la historia de Cristo: El evangelio apócrifo de Hadattah) que la novela histórica.
Lo que prima en el texto no es el despliegue temporal ni la lógica del recuerdo y la documentación, sino las hibridaciones y la composición. El texto se presenta, de esta manera, como la exploración obstinada de una voz. Se trata de escribir una voz, de encontrar y hacer escribible –como quiere el imperativo borgiano– el tono y la respiración de una mujer bien de la Buenos Aires de entreguerras. Se trata, también, de evidenciar la escena de la escritura, las operaciones enunciativas sobre el estofado de lenguas (el inglés paterno, el castellano aporteñado y el castellano litoraleño de las mucamas, el latÃn eclesiástico, el lunfardo, el alemán de la mejor amiga), el magma de sentido en el que el texto está inmerso. Llevada al extremo, suspendida entre sistemas lingüÃsticos y variedades dialectales con respecto a los cuales se mantiene siempre relativamente ajena (MarÃa Iluminada podrÃa decir, con Kafka, que es la extranjera de su propia lengua), la escritura no es la mostración de un estilo y tampoco un trabajo de introspección y de búsqueda de sÃ, sino composición, elipsis y, finalmente, desestabilización y fuga.
En la fuga final, el cuerpo de MarÃa Iluminada es el cuerpo desgarrado, manierista, de la MarÃa Virgen Madre, y es, también, el cuerpo desligado, desarraigado, trivialmente moderno, de las revistas ilustradas. Al mismo tiempo, entonces, imaginerÃa, fábrica barroca de un cuerpo que excede el sentido, e imagen moderna, detritus de arte, objeto de consumo. En esa última entrada del texto el tiempo ya no es el pretérito del recuerdo, sino el futuro de la potencia. Despegado del pretérito, más que una excavación de la memoria Los dÃas sentimentales es un deslizamiento de la escritura, un discurrir de la pluma por bloques de sentido. Es por eso que el texto de Peyceré puede entenderse como uno de los momentos proustianos (como esos raros momentos que deparan la literatura de Bianco, de Silvina Ocampo o de Mujica Lainez, lectores de la Recherche y exploradores descarnados del decadente mundo de la oligarquÃa porteña) más felices de las letras argentinas: una muestra de que la escritura puede ser, puede seguir siendo, intensidad, trabajo de precisión, iluminación delicada.
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