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Domingo, 30 de junio de 2002
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VIDA Y OBRA

El triunfo del espíritu

La semana próxima se cumplen 125 años del nacimiento de Herman Hesse, Premio Nobel alemán y uno de los primeros y más grandes sucesos de mercado de la literatura del siglo XX. A continuación, un perfil de ese inconformista que arrasó las conciencias de los jóvenes lectores de todos los tiempos.

Por Daniel Link
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Herman Hesse nació el 2 de julio de 1877 en la ciudad de Calw, en la provincia alemana de Würtemberg, corazón de la Selva Negra. Desde el comienzo, su vida fue una fuga hacia adelante. Como toda su obra, Hesse protestaba contra la cosificación.
Sus padres fueron dos misioneros bálticos, Johannes Hesse y Marie Gundert, el primero nacido como ciudadano ruso en Weissenstein, Estonia, y la segunda nacida en Talatscheri (India), hija a su vez del misionero pietista Hermann Gundert. El niño Hesse vivió en Basilea entre 1881 y 1886, año en que regresó a Calw, donde permaneció hasta 1889. Entre 1890 y 1891 preparó el ingreso a la fundación en la que sus padres planeaban que se iniciara en los estudios teológicos tradicionales en la familia. En 1891 ingresó al Seminario monástico de Maulbronn, del cual se fugó en abril del año siguiente porque, fiel al espíritu de la época, “llevaba el diablo en el cuerpo”. Compareció ante un teólogo para que le expulsara los demonios; en junio intentó suicidarse; pasó una breve temporada en un establecimiento neuropático. En 1893 concluyó sus estudios de bachillerato y en 1894 comenzó a trabajar en una fábrica de relojes. Años más tarde volcaría su aversión a la educación formal en la novela Bajo las ruedas (1906).
Entre 1899 (cuando comenzó a publicar sus poemas) y 1903, Hesse aprendió a ser librero con J. J. Heckenhauer de Tübingen y publicó artículos en varios periódicos, al tiempo que tomaba contacto con el círculo literario “Le Petit Cénacle”. Peter Camezind (1904) cuenta la historia de un escritor bohemio que rechaza a la sociedad y, en una rousseauniana “vuelta a la naturaleza”, se convierte en un mendicante al estilo de San Francisco de Asís. El éxito rotundo de esa primera novela, con el consiguiente desahogo económico, le permitió (a él, que venía de una familia pobre) abandonar los trabajos que detestaba y casarse con Maria Bernoulli, con quien tendría tres hijos (entre 1905 y 1911), y mudarse a Gaienhofen, a orillas del lago Constanza.
En 1911, Hesse visitó India. Si bien fue decepcionante, el viaje lo introduce en el estudio de las religiones orientales, cosa que volcará en la novela Siddharta (1922). Basada en los primeros años de Gautama Buddha, el hijo del Brahman (como el mismo Hesse) se rebela contra las tradiciones y las enseñanzas de su padre. La antigua cultura hindú y la filosofía china constituyen uno de los sustratos de la obra de Hesse, salpimentada con algunos toques de psicoanálisis junguiano (que conoce a través su propia terapia) y bastante de vitalismo romántico, lo que muchas veces ha despistado a su público, que ha creído ver en Hesse un heredero de las enseñanzas de Nietzsche, sobre todo a partir de sus declaraciones: “Durante toda mi vida he sido defensor del individuo, de la personalidad, y no creo que haya leyes generales que sirvan para el individuo. Por el contrario, las recetas y las leyes no están ahí para él, sino para las multitudes, los rebaños, pueblos y colectividades. Las personalidades auténticas tienen un panorama más difícil, pero más hermoso; no disfrutan de la protección del rebaño, pero sí de las delicias de la propia fantasía y cuando superan los años de la juventud tienen que afrontar una gran responsabilidad”.
Planteada en el cruce de las filosofías orientales, la psicología del yo y la ontología vitalista, la obra de Hesse estaba condenada al éxito, sobre todo teniendo en cuenta el nuevo público de entreguerras, esos jóvenes que habían visto cómo el mundo se hundía catastróficamente bajo sus pies y que habían aprendido en la noche de las trincheras a anhelar un mundo nuevo. Hesse pasa los años de la Primera Guerra Mundial en Suiza, con su familia. Su esposa se hunde progresivamente en la demencia y uno de sus hijos resulta gravemente enfermo. El escritor se dedica a atacar el militarismo y el nacionalismo alemán y a defender la causa de los prisioneros de guerra. La palabra “traidor” comienza a circular junto a su nombre en su país de nacimiento.
En 1919, con el seudónimo Emil Sinclair, Hesse publica unas falsas memorias de juventud que tienen éxito instantáneo. Se trata de Demian, esa fantasía homoerótica que impresiona vivamente las conciencias de los jóvenes veteranos de la Primera Guerra y que azotaría la conciencia de los adolescentes de todo el mundo hasta bien entrada la década del ‘80, cuando la new age arrasó incluso con su propio pasado. Sinclair piensa que “las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque creen que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría”.
En la economía exquisita de Demian, el protagonista se debate entre una existencia pequeñoburguesa y el mundo caótico de la sensualidad. Todos aprendimos de memoria alguna vez la protesta que Emil Sinclair lanzaba al mundo: “Quería tan sólo vivir aquello que brotaba espontáneamente de mí. ¿Por qué tenía que resultarme tan difícil?”
Con ese triunfo de la rebelión (insuperado todavía en la historia de la literatura del siglo XX), Hesse encuentra su público y, por lo tanto, su lugar en el mercado. Si bien puede interpretársela como un grito desesperado contra la cosificación del individuo, hay que decir que su obra contribuyó fuertemente a perfeccionar ese aparato de cosificación en el que se transformaría, bien entrado el siglo, la cultura de masas. Como nuestro Jorge Bucay, como el brasileño Paulo Coelho, Hesse interpela a esas manadas de jóvenes disconformes para decirles que sean ellos mismos. Y ellos (y nosotros) creímos y creemos que leyendo a Hesse (o a Bucay o a Coelho) eludimos la maquinaria materialista y que, con Hesse (o con Bucay y Coelho) nos reconciliamos con nuestros anhelos de libertad incondicional: el triunfo del espíritu.
En 1919, Hesse abandona a su familia y se traslada, solo, al sur de Suiza. Escribe Siddharta, que será todavía más leída que Demian y cuya versión inglesa (1950) se convertirá en una de las guías espirituales de los jóvenes poetas del movimiento beat. En 1924 se casa con Ruth Wenger, pero el matrimonio fracasa. Escribe El lobo estepario (1927), cuyo protagonista, Harry Haller, atraviesa una crisis de mediana edad, desgarrado entre la acción o la contemplación. Haller (cuyas iniciales coinciden con las del autor) se ve progresivamente dominado por un Doppelgänger que lo introduce en los fragores del alcohol, la danza, la música, el sexo y las drogas. En los sesenta, el grupo de rock californiano Steppenwolf lanzará al mundo su grito estepario: “Born to be wild”.
Durante la República de Weimar (1919-1933) y durante el nazismo, Hesse interviene activamente en los medios contra el destino político de Alemania. Pensamientos (1927) y Guerra y Paz (1946) recopilan sus ensayos contrarios a los movimientos de masas. A pesar de su rechazo hacia la política nazi, los libros de Hesse continuaron circulando en Alemania y llegaron a ser defendidos por Goebbels (otro exquisito cultivador del espíritu) en una famosa circular de 1937. Recién en 1943 sus libros serán prohibidos en Alemania. En Narciso y Goldmundo (1930), Hesse vuelve a plantear el problema de la dualidad de la conciencia, esta vez encarnada en dos personajes antitéticos en una ambientación pseudomedieval (último detalle que le faltaba a su obra para volverse el clásico de clásicos para los jóvenes con anhelos de fugarse de su cotidianidad).
En 1931 comienza a escribir su obra maestra, El juego de los abalorios (1943), una presentación de una comunidad elitista y vagamente futurista (Castilia) donde triunfan el intelecto, las matemáticas, la música. El título de la novela se refiere, efectivamente, a un juego iniciático. Knecht es elegido como aspirante a la Orden de jugadores. Capta la atención del Magister Ludi (Maestro del Juego), Thomas von der Trave (cuyo nombre, según los comentadores, es una alusión al rival de Hesse, Thomas Mann). Cuando Von der Trave muere, Knecht se convierte en Magister Ludi.
Rechazada en 1942 en Berlín, la novela sale publicada en Zürich al año siguiente. En 1946, obsesionada por salvar a la cultura alemana del desastre total, la Fundación Nobel recompensa a Hesse por su obra. El autor, que ciertamente nunca conseguirá ocupar el lugar del Magister Ludi, es decir de Thomas Mann, muere de una hemorragia cerebral el 9 de agosto de 1962, justo antes de poder comprobar cómo su obsesión por la búsqueda del yo y su protesta contra la cosificación se convertía en best-seller: las entretelas del alma como mercancía.

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