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Domingo, 20 de noviembre de 2005
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Jhumpa Lahiri: "El buen nombre"

Aquella ascendencia bengalí

Una novela sobre la inmigración y la asimilación con logros parciales.

Por Mauro Libertella
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El buen nombre
Jhumpa Lahiri
Emecé
367 páginas.

Si quisiéramos hacer una lista de escritores que escribieron en un país sin haber nacido en él, nos excederíamos en nombres y tendríamos que remontarnos a la primera hora de la literatura. Pero lo interesante sería ver cómo cada autor creó su propio puente entre país de origen y país de escritura, y de qué modo y en qué medida ese pasaje definió su literatura.

El caso de Jhumpa Lahiri es el de una escritora que nació en Inglaterra, creció y escribió en los Estados Unidos, y la ascendencia bengalí dejó una marca indeleble en su apellido y en su literatura. Es, en un punto, el camino inverso al de Henry James: nacida en Inglaterra, es prácticamente una autora norteamericana. Su debut editorial fue con un conjunto de nueve historias, Interpreter of maladies, un libro que despertó el entusiasmo de ciertos sectores de la crítica norteamericana y que le valió el premio Pulitzer en el año 2000. Son historias que se pueden leer como fotografías congeladas del abismo entre dos culturas, donde personajes, narrador y relato mismo dan pasos por la cornisa de esa escisión. Ahora Lahiri publica su primera novela, El buen nombre, y parecería que, a fuerza de explotar nuevamente su tema predilecto, la autora se topó de súbito con el fin del camino.

La novela narra el crecimiento de Gogol, un chico nacido en Estados Unidos de familia bengalí. A medida que pasan los años, el joven Gogol se empapa de lleno en una american way of life llena de clichés, y toda la narración gira en torno de las dudas existenciales que le suscita la intención de cambiarse el nombre. El crecimiento de Gogol va muy acompañado de la voz de la narradora que, en un gesto casi pedagógico, explica cada una de las aristas del personaje.

Se puede leer en El buen nombre cómo la autora quiere mostrar la transformación en las costumbres del inmigrante en los Estados Unidos: de lo artesanal a lo industrial, de lo único a lo serial. Y, así, la novela es una progresión de tensiones que se tejen de modo muy evidente, donde cualquier elemento trae detrás a su opuesto, de forma automática, para mostrar contradicciones que saltan a la vista y no aportan demasiado. Sucede, de ese modo, que la trama avanza sin depararnos esa sorpresa o ese mínimo interés que se le pide a una obra literaria.

El buen nombre es, entonces, la primera novela de una autora a la que el formato cuento le servía para articular pequeños mundos de oposiciones, escenas de la vida transcultural, pero que la novela se le va un poco de las manos.

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