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Domingo, 27 de noviembre de 2005
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Carlos Altamirano: "Para un programa de historia intelectual y otros ensayos"

El rastreador de ideas

Cómo seguirle la huella a la historia intelectual y sus precursores.

Por Rogelio Demarchi
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Para un programa de historia intelectual y otros ensayos
Carlos Altamirano
Siglo XXI
136 páginas

Cuando un libro se inscribe en el género ensayo, de alguna manera comunica el estado en que encuentra el tema que aborda y cómo se posiciona frente a la cuestión. En este nuevo trabajo de Carlos Altamirano se percibe que el autor no está preocupado por dar cuenta de las polémicas que han protagonizado durante varias décadas los distintos proyectos que procuraron dar vida al concepto “historia intelectual”; por el contrario, intenta liquidar el tema en un par de párrafos de la Presentación, en los que menciona a algunos de los autores y los textos que impulsaron esos debates. Entre ellos, y para que se tenga noticia del tratamiento nacional de la problemática, señala –pero no cita ni resume– un artículo de Hilda Sabato de 1986.

Entonces (hace casi veinte años), desde las páginas de Punto de Vista, Sabato calificaba a la “historia intelectual” como una denominación entre otras (historia de las ideas, historia de las mentalidades) que refería más a una “tradición” que a un campo y a un objeto de estudio; en esa línea, advertía que la intellectual history se entroncaba con el “ámbito de la producción norteamericana”, donde había quienes se concentraban en la historia de las elites intelectuales y quienes preferían rastrear los significados implícitos en los más diversos actos sociales.

A la parte más medular de aquellas consideraciones parece responder ahora Altamirano cuando manifiesta que él entiende a la historia intelectual como “un campo de estudios” ubicado “dentro de la historiografía”, pero en sus límites, de modo que en ciertas ocasiones puede cruzar esa frontera e ingresar en el terreno de otras disciplinas. Y si es un campo, debe tener temas y objetos propios. “Su asunto es el pensamiento, mejor dicho el trabajo del pensamiento en el seno de experiencias históricas”, explica. Y más adelante vuelve a acentuar su posicionamiento cuando comenta: “No creo que el objeto de la historia intelectual sea restablecer la marcha de ideas imperturbables a través del tiempo. Por el contrario, debe seguirlas y analizarlas en los conflictos y los debates, en las perturbaciones y los cambios de sentido que les hace sufrir su paso por la historia”.

Por lo tanto, el objetivo del investigador es entretejer la historia política con la historia de las elites intelectuales para proceder a un análisis (histórico) del discurso con que se presenta la “literatura de ideas”: los ensayos, artículos, proclamas, manifiestos, etc., donde “la palabra se enuncia desde una posición de verdad” que los convierte en actos políticos.

Si se pone a prueba la validez de la afirmación anterior con el propio libro que la contiene, es probable que estemos frente a un proceso de autolegitimación de conductas académicas: Altamirano es codirector, junto a Oscar Terán, del Programa en Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes, institución que edita Prismas. Revista de Historia Intelectual, donde se publicaron, en 1999 y en el 2001, dos de los ensayos incluidos en este volumen (“Ideas para un programa de historia intelectual” y “José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial”).

A propósito, el conjunto se completa con “Intelectuales y pueblo”, artículo que apareció en un libro de varios autores en 1999; la introducción que Altamirano escribió para una edición del Facundo de Sarmiento a principios de los ’90; y un texto hasta aquí inédito (“América latina en espejos argentinos”). Todos ellos consiguen demostrar que aquel Calíbar que despertó la admiración de Sarmiento por su extraordinaria capacidad para seguir una huella en cualquier ámbito, ahora puede rastrear ideas en los más diferentes soportes textuales.

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