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Sábado, 24 de diciembre de 2005
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Noemí Cohen: "Mientras la luz se va"

La tierra de la diversidad

Una novela bien argentina con inmigrantes judíos, turcos, árabes, tenderos, criollos y gauchos.

Por Jorge Pinedo
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Mientras la luz se va
Noemí Cohen
Losada
211 páginas

Alepo es un pueblo de Siria cuyas coordenadas geográficas se derraman en las latitudes de la literatura y las longitudes míticas hasta conformar la sede originaria de una ininterrumpida diáspora. Junín, en la chata pampa bonaerense, el tuñoneano barrio de Flores o el textil Once de Birmajer se tornan entonces tanto escalas como destinos de esos “turcos” capaces de vertebrar la argentinidad de tan judíos que siguen siendo. Sefardíes árabes que cultivan, pueblan y procrean generaciones al mismo tiempo criollas de mate con tortas fritas y café con baclawa, portadores de sabores y olores (“de las calles de La Boca, hojaldre, damasco, canela y nuez”) dejan sobre estas ingratas pampas el dulce del almíbar y el aroma a azahares junto a los callos del trabajo, el reflejo luminoso del sudor y la sangre vertida por las dictaduras.

En su augural irrupción narrativa, Noemí Cohen despliega una novela argentina como pocas en tanto conjuga lenguas, personajes y vicisitudes dentro de un campo frondoso donde el gaucho siempre es el otro, lejano y de mentas. Mientras la luz se va relata la transformación de Rena en Elena y de Setti en Teresa por obra de la torsión de un burócrata de la oficina de migraciones durante la primera década del siglo XX. También, la costosa inclusión en una sociedad que es vista en forma muy semejante a cómo es mirada: la diversidad se homogeneiza en la exogamia, la diferencia pervive en la endogamia. Dispositivos de integración y al mismo tiempo de defensa, lejos de teorizarse se demuestran en los hechos y en el transcurrir de las generaciones: “Cuando las convicciones se le transformaron en interrogantes, los humores removidos la arrastraron, casi sin darse cuenta, a poner en entredicho cada acto de su vida diaria. Hasta le molestaba la insistencia de Jaime de hablar de ‘los nuestros’”. Prosa delicada, prolija selección de las palabras, fina trama articulada en la acción despojada de adjetivos, la literatura de Cohen transcurre en una voz histórica que si no fuera por el compromiso con los personajes resultaría neutra y no obstante continúa siendo acogedora. En forma esporádica, el juego narrativo da un salto hacia la primera persona del singular a fin de que cada personaje hunda su marca en la carne de la propia subjetividad sin comprometer, respetuosamente, la tensión del hilo que enhebran sus compañeros de ruta. Pirueta literaria de la que la autora sale airosa en el ánimo de que queden con claridad delimitadas las diferentes voces entonadas por las sucesivas mujeres que engalanan la trama.

Universo hendido entre idiomas superpuestos, poderes arbitrarios y teogonías al mayoreo hacen del surtido identidad, flexión de la duda, afirmación del interrogante: “Por qué Dios da emociones si luego deben ser controladas, por qué se debe sufrir por esas buenas emociones”.

Sin remilgos ni vericuetos, la vida del inmigrante, criollo, argentino, judío, sefardí, tendero, madre padre, hijo nieto, gaucho turco, esa vida múltiple e intensa esgrime la aguja y la pluma para bordar las letras de una identidad abarcativa. Condición que hace de engranaje entre las prácticas sociales y una intimidad sutil donde se declinan los acontecimientos: “después de una noche con Jaime en su dormitorio despertaba con el cuerpo estremeciéndose hasta con el roce de la sábana, la vagina palpitándole y un deseo de volver a sentir el peso del hombre encima suyo. No necesitaba palabras para saber que el calor que le subía por el centro de su cuerpo era el que mejoraba el ánimo y le daba sosiego a la angustia de su mudez”. Erotismo del lenguaje, paradoja de la historia, migración generacional por las tripas de una cultura (la del plural), Mientras la luz se va convoca desde el melancólico llamado de su título la algarabía de la vida encontrada.

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