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Sábado, 13 de julio de 2002
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Visitas ilustres

Pánico en Buenos Aires

Fernando Arrabal estuvo de paso por Buenos Aires, no en su carácter de dramaturgo –Fando y Lis (1956), Cementerio de automóviles (1957), El triciclo (1958)– sino de amigo personal del artista Gustavo Charif, que acaba de inaugurar una muestra en la galería Maman. Allí intentó entrevistarlo Radarlibros, pero el escritor convirtió la entrevista en una performance, de la que a continuación se da una somera descripción.

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por Carmen Crouzeilles

Fernando Arrabal nació en Melilla en 1932. Su padre, luego de ser condenado a muerte por el franquismo en 1936, pasó once años en la cárcel de Burgos, cuando se fugó sin dejar rastros. En 1962, mientras frecuenta a los surrealistas, el dramaturgo crea el movimiento Pánico, junto con Roland Topor (El quimérico inquilino, 1965) y el actor y dramaturgo chileno Alejandro Jodorowski. Al grupo se unirán posteriormente los argentinos Jéròme Savary y el actor y dibujante Copi (ver Radarlibros del 2 de junio pasado).
En 1967, Arrabal es arrestado en Madrid bajo el cargo de blasfemia. Liberado un mes después gracias a la presión internacional, vuelve a Francia.
Ha estado en Buenos Aires varias veces. Esta vez, además de presentar la obra de su amigo, vino para ser canonizado como San Fando (en el contexto de un “devenir patafísico” de la ciudad que a muchos sorprende).
Durante la entrevista con Radarlibros, Arrabal improvisó un efímero Fando, vagamente interesado en responder sobre su obra y algo más en provocar el pánico de su interlocutora, como una actuación efímera coherente con su nueva postura de artista maldito homenajeado por la cultura.
Esto de la canonización genera connotaciones con elementos de su obra como la ceremonia, lo profano, el ritual, ¿qué significa para usted?
—Me parece un premio, es el homenaje número cincuenta y siete que recibo. Es un honor, sobre todo de manos de Charif.
¿Cómo siente un artista que participó del movimiento pánico haber sido canonizado?
—Esa es una pregunta que habría que hacerles a los profesores de literatura. Mañana me voy al Festival de Teatro de Aviñón, donde se va a inaugurar la Sala Arrabal. Allí va a haber gente que está haciendo doctorados y tesis sobre este tema. Habría que preguntarles, sería horroroso para ellos que pensaran que el Pánico fuera una cosa con una frontera.
Tal vez la frontera de las vanguardias sea el museo, la canonización, el modelo.
(Silencio.)
Me parece algo divertido preguntarle a usted estas cosas, no sé si estoy siendo un poco impertinente.
—Las preguntas no pueden ser impertinentes, son las respuestas las que deben serlo.
Los eventos del Pánico nos interesan mucho porque sabemos poco sobre ellos.
—Sí, tiene usted razón, desborda usted de razón. Lo que quiero decir es que probablemente usted establezca una frontera, una barrera y no sé qué pensaría Jodorowski.
Jodorowski evidentemente retoma elementos de la producción pánica de los años sesenta en su producción posterior, como probablemente lo hayan hecho los demás, por eso mi interés era ver qué es lo que retoma usted.
—Qué interesante, usted es tan interesante que estoy verdaderamente desbordado. Primeramente, usted piensa que la literatura pudiera ser un trabajo, pero nosotros nunca lo hemos juzgado de esa manera. Usted piensa que existe una especie de carrera con hitos, llamadas al orden y al desorden, y existe por un lado la vanguardia y por otro lado la retaguardia, pero el término vanguardia ya ofendió a Baudelaire. La vanguardia no existió nunca, desde luego nosotros nunca nos llamamos vanguardia. Chaif hoy acaba de crear el Pánico, como usted podría crearlo mañana. Ninguno de nosotros ha creado una doctrina literaria a la cual nos vamos a ceñir para escribir nuestra propia obra. En las reuniones a las que asistíamos puntualmente en un café de París en la década del sesenta no se daban leyes para lo que se tenía que escribir. El Pánico es algo tan intemporal como las matemáticas.
¿Se trata de un juego, ya que no de un trabajo?—El juego nos interesa siempre que sea una unidad de destino, como puede serlo el ajedrez.
¿El juego no aporta un ordenamiento arbitrario al arte, a la vida, al mundo?
—Yo no tengo más que interrogaciones. Yo no puedo hablar del concepto del arte, yo puedo hablar del arte de vivir de Jodorowski, de Charif, de Topor, de Olivier O. Olivier. Yo puedo hablar de mis obras literarias. Lo que debería evacuar usted de su propio pensamiento es que somos una división con unas leyes precisas para hacer esto o aquello.
Bueno, podríamos hablar entonces de su obra. Hábleme del último libro que ha escrito con Milan Kundera.
—Lo que nosotros escribimos, unos y otros, no tiene ninguna importancia. Para usted no tiene ninguna importancia. Para mí sí tiene importancia. Son libros que nunca salen al mercado, ediciones de bibliofilia de cuarenta ejemplares. Este lo editó Menú, la única editorial de libros de bibliofilia que hay en España. No se puede comparar la importancia que este libro tiene para Kundera y para mí con lo que publicamos para miles de lectores.
¿De todos modos, puede decirnos algo de ese texto?
–Lo que usted puede hacer es buscarlo en mi página de internet, www.arrabal.org, allí está todo al alcance de la mano, como los resultados de tenis de Wimbledon (pausa). Esto es complicado para usted.
Sí, me la está poniendo difícil.
—Usted puede hacer una entrevista extraordinaria, ya que usted sabe sobre Arrabal.
(Silencio.)
Yo soy célebre en Europa, y la celebridad está unida en la mayoría de los casos al desconocimiento. Quizás usted haya oído hablar de Louis Aragon, el poeta surrealista. Un día lo llamé por teléfono, yo formaba parte de un comité para liberar a un poeta de la cárcel, una de las cárceles peores del mundo, y le solicité que formara parte del comité, del que formaban parte los escritores principales del país. Y él me dijo: “Yo no puedo formar parte de su comité porque ya formo parte de otro comité”, se refería al comité del Partido Comunista. “Yo admiro mucho a su poeta y me hubiera encantado ayudar a sacarlo de la cárcel.” Y al final quiso decir algo cariñoso, y dijo: “Sabe usted que yo le admiro a usted mucho: adoro su música”. Yo he hecho muchas cosas en mi vida, pero nada de música. Esto no tiene importancia.
(Sonrisas, silencio.)
A usted le sienta bien el terror, yo no sé por qué yo le causo terror, pero el terror le da a usted belleza. Por un momento me pregunté si iba usted a llorar, Pero quién soy yo para causarle terror, ¿quién soy yo para causarle pánico?
La entrevista continúa todavía un rato por esos cauces. A regañadientes, Arrabal define su relación con la política (“no me hacen ni bien ni mal los gobiernos, yo no tengo ninguna relación con ellos”), con Buenos Aires, con la cultura. Después posa para la foto. Y hay que decir que a Fernando Arrabal le gusta posar.

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