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Domingo, 26 de febrero de 2006
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Rescates

Un sacerdote y un moribundo

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Gracias, Dios, que no creo en nada, rezaba el estribillo de Mi religión, tema de la ficción televisiva Soy gitano. La notable paradoja cantada con hondo sentimiento por Javier Calamaro nos lleva a una idea muy interesante, y es que los grandes pensadores y escritores que combatieron desde su ateísmo a las religiones tomaron prestados de la teología varios de sus conceptos y, lo que es más llamativo, le sustrajeron algo de su fuego sagrado. Marx, sin ir más lejos, usaba conceptos evidentemente religiosos como el de fetichismo. Como si no fuera suficiente con decir que Dios ha muerto, hay un plus de lo sagrado que siempre parece estar volviendo por la ventana. Tal vez, por tratarse de obras que, por lo que vienen a romper, están mucho más cerca del goce peligroso que del mero placer del texto, es que la literatura de los grandes ateos, desde el Marqués de Sade hasta los malditos simbolistas, tienen ese halo de singularidad que, de alguna manera, también los vuelve santos.

La reedición bilingüe de Diálogo entre un sacerdote y un moribundo viene a expresar eso: cuán venerable es Sade. Trae, además, un prólogo de Maurice Heine, quizás el mejor exégeta del marqués. Publicado en un número de la también sagrada y sacrílega Contre-attaque, nos esclarece los tortuosos vínculos entre las ansias republicanas de Donatien Alphonse François y la Revolución Francesa. Además, el libro incluye una cronología de las persecuciones y encierros sufridos por el autor de Justine, como así también el texto Fantasmas (1802), fragmento de la sádica y hoy perdida obra Refutación de Fenelon, donde el marqués había sistematizado todos sus argumentos ateos. El fragmento fue rescatado de los Cuadernos personales de Sade.

En Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, que pone en boca del segundo una réplica de inusitada fuerza filosófica a las cinco pruebas de la existencia de Dios, hay una serie de misiles contra el clero que luego fueron repetidos hasta el hartazgo por ateos de menos monta, como cuando el moribundo dice: “Vamos, predicador, ultrajas a tu dios presentándomelo de esta manera; déjame negarlo del todo, pues si existe, entonces lo ultrajaría menos con mi incredulidad que con tus blasfemias”. El texto, que fue varias veces representado en nuestro país en los ’60 y también en los ’80, tiene además un claro vínculo simbólico con la biografía del marqués, como puede verse en la no tan buena película Letras prohibidas: el benévolo Abad Coulmier había ido a visitar a Sade a su lecho de muerte para ayudarlo a arrepentirse de sus pecados y, como respuesta, obtuvo que el marqués se largara a defecar para escribir (si usted no es asiduo lector de Sade, no continúe leyendo, por favor) con su propia mierda, precisamente, el título de uno de sus libros: Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Demasiada negación, podría pensarse. Pero es que, en definitiva, y gracias a Dios, no creemos en nada.

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