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Domingo, 28 de julio de 2002
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Usese con precaución

FREUD MAS O MENOS EXPLICITO

Rudy

Planeta

Buenos Aires, 2001

256 págs.

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POR JORGE PINEDO

No es improbable que una próxima Historia del psicoanálisis reproduzca otra vez las extrañas vicisitudes de escuelas, instituciones, parroquias teóricas y pontífices didácticos, sus correspondientes cismas y diásporas, así como las fronteras de la aldea, alianzas tácticas, enojos coyunturales y amores estratégicos. En el territorio de mayor densidad de profesionales “psi” por centímetro cuadrado de toda la galaxia, la especialidad rebasa su condición terapéutica para convertirse en lo que es: un mercado. Y, por ende, estar sometido a semejantes leyes que, por cierto, distan de las que rigen los principios inconscientes.
En esa más que probable futura reseña histórica, figurarán sin duda el conjunto de aspectos formales que hacen a los vericuetos del métier y, de tal modo, se convertirá en fuente secundaria de información para el asombro de los arqueólogos de siglos venideros. Sin embargo, tales descripciones serán incapaces de dar cuenta de la íntima cotidianidad con la que palpitan sus protagonistas, impregnados de una sucesión de tics. La infatuación que desata el poder institucional, la impostura que supone una mascarada abstinente, la impostación de un saber transformado en arcano, la tendencia a saturar de sentido todo aquello que no lo tiene, la insistencia del furor interpretandis, son algunos de los clichés psicoanalíticos que crónica alguna fue, es ni será capaz de reproducir.
Con la soltura y precisión de quien jamás se lo ha propuesto, surge Rudy (neé Marcelo Rudaeff, editor a la sazón de Sátira/12) al modo del etnógrafo que releva y revela ad absurdum el rostro verdadero de las logias psicoanalíticas contemporáneas. Ineludible documento presentado bajo el aparente ordenamiento del “desorden alfabético” borgeano, Freud más o menos explícito da cuenta de esa otra mitad de la verdad donde la Historia –a la manera de la fórmula decimonónica– se hace sin saberlo, pero se hace. Rudy lo hace: “Es posible que alguien se autodenomine psicoanalista sin haber leído un libro jamás, limitándose a escuchar de sus profesores una lista interminable de libros que no tiene sentido leer, total ya los leyeron los docentes y ellos tampoco los entendieron, así que ahora se lo pueden explicar”.
Nada más sencillo que mofarse del mundo “psi”, tanto como nada más difícil que hacer humor con él. Pues el ridículo lo desliza hacia la comicidad y la naturalización de lo obvio lo catapulta al rincón de lo patético. De allí que, encubierto en un volumen humorístico, el prolijo ensayo etnográfico de Rudy debe valerse de sutiles condensaciones (“Narcinismo: amarse demasiado a sí mismo y expresarlo en forma irónica”), finos neologismos (“Escoger: elegir partenaire sexual”), sagaces metonimias (“Cefalea: dolor de cabeza provocado por un objeto fálico”), y acertadas definiciones (“Clínica: lo que los analistas hacen cuando no están haciendo teoría”) de exquisita precisión (“Psicólogo: profesional que ha aprobado todas las materias correspondientes a la Facultad de Psicología, lo que lo habilita para ejercer el psicoanálisis, al menos como paciente”). Epítome del conjunto de pavadas, simplificaciones, reduccionismos, obscenidades y sandeces de un mundillo que no logra zafar del lugar de ideólogo en que lo ha colocado la globalización, Freud más omenos explícito escapa al género “menor” y se transforma, casi, en una advertencia.

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