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Domingo, 28 de julio de 2002
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POLITICAS CULTURALES

Bajo el volcán

Haciendo honor a su apodo de Pulgarcito de América, los salvadoreños marcaron un tanto trascendente en la historia cultural de la región al convertir a su patria en la sede mundial de la poesía durante la primera semana de julio de este año.

POR GRACIELA CROS, Desde El Salvador

La idea de organizar el Primer Festival Internacional de Poesía de El Salvador nació de los poetas Federico Hernández Aguilar y Mario Noel Rodríguez, quienes luego de participar del ya célebre Festival de Medellín (Colombia) se preguntaron por qué no hacer algo similar en su país.
Contagiados del fervor colombiano, pusieron manos a la obra. Primero hubo que crear y legalizar la Fundación Poetas de El Salvador. Una vez realizado este movimiento institucional inicial estuvieron en condiciones de conseguir el patrocinio de organizaciones culturales, internacionales, universitarias y de la empresa privada. Moviéndose como un ejército (aunque sólo fueran seis sus integrantes), tejieron la trama de una organización altamente eficiente y, por lo mismo, sorprendente tanto para los poetas participantes como para el público. “Hemos sido abusivos para organizar este evento”, aseguró Mario Noel Rodríguez, vicepresidente de la Fundación Poetas, “porque en Medellín comenzaron hace 12 años con un festival nacional, luego pasaron al internacional. Nosotros hemos dado un paso más alto a pesar del reto que eso implicaba. Por ejemplo, en Medellín los recitales son escuchados hasta por 7 mil personas, mientras que acá habitualmente sólo llegaban siete pelones”. Esa apreciación funcionó hasta antes del Festival. Porque los números en lo que hace a concurrencia fueron muy distintos y superaron con creces a los clásicos “siete pelones” para transformarse en más de 5 mil personas.
Del 1 al 5 de julio, 18 diferentes escenarios (dos de ellos en atractivas ciudades del interior: Santiago Texacuangos y Suchitoto) repartidos entre universidades, museos, bibliotecas, parques, espacios culturales, fundaciones, librerías, casas de arte y cultura, centros culturales extranjeros como el de la Embajada de México o el de Estudios Brasileños, vieron colmadas sus instalaciones por un público ávido y respetuoso.
Cincuenta poéticas de cuatro continentes –Asia, Africa, Europa y América– y 17 países, una veintena de poetas extranjeros y otros tantos nacionales fueron invitados a participar de un nutrido programa de 23 lecturas. Las ausencias fueron pocas, como la del peruano Antonio Cisneros o el costarricense Luis Chaves. Algunos poetas venían de participar del Festival de Medellín y otros seguían viaje al de Costa Rica, una semana antes y después, respectivamente.
Con la intensa sensación de salir del aislamiento, de concentrar la atención por algo distinto de razones políticas, desastres naturales, pobreza o violencia, los salvadoreños hicieron del Festival el acontecimiento cultural del año, su mejor y más enriquecedor atrevimiento en mucho tiempo. La profusa difusión diaria del programa del Festival contribuyó también a que la gente hiciera con su participación una auténtica celebración de cada lectura: “Las musas esperan por ti, ¡no faltes!”, decía uno de los avisos que aparecía en los diarios de mayor tirada del país.
Desde que los poetas empezaron a bajar de sus aviones en el aeropuerto internacional de Comalapa fueron entrevistados por distintos medios gráficos, radiales y hasta de televisión (algo impensable en la Argentina de hoy). Desde semanas antes del inicio del Festival habían estado apareciendo en los diarios páginas dedicadas a los poetas extranjeros invitados, de modo que el público llegaba al Festival conociéndolos. Algunos asistentes expresaron de viva voz al término de la lectura haber atravesado el país en auto para escuchar a alguien en particular. La química intelectual y emocional entre poetas y público, organizadores y poetas invitados funcionó de maravillas, y también la logística, que en eventos de este tipo, que se desarrollan en varias ciudades, puede ser decisiva. “¿A dónde vas, paisito, sin la Poesía?”, se preguntaron los miembros de la Fundación Poetas de El Salvador en la introducción a su memoria-libro-programa. A juzgar por este primer resultado, habría que reformular la pregunta: “¿A dónde vas con la Poesía?” Y la respuesta es, obviamente: “Lejos, muy lejos”.

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