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Domingo, 17 de septiembre de 2006
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Hella S. Haasse > El ojo de la cerradura

Toda intimidad es política

Llega una sorpresa desde los Países Bajos: la octogenaria novelista Hella Haasse, nacida en Java, vive en Holanda y tiene amplia memoria.

Por Leonor Silvestri
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El ojo de la cerradura
Hella S. Haasse
Edhasa
181 páginas.

La autora holandesa Hella S. Haasse (1918) nacida en Batavia, actual Yakarta, es considerada en su país y en muchos territorios europeos donde ha sido traducida, “la señora de la novela histórica”. Su último trabajo tiene como tema la vida de una mujer en las Indias holandesas bajo la máxima lo personal es político, es decir: cómo el relato de una persona sin aparentemente ningún valor histórico revela el trasfondo ideológico y político de todas las etnias reunidas de facto en un mismo territorio.

Ante la imprevista llegada de una carta de un investigador que está escribiendo sobre su amiga de la infancia, convertida en huidiza militante micropolítica, la octogenaria Harma, narradora en primera persona de este texto y, hasta cierto punto, alter ego de Haasse, se dispone a pasar en limpio sus recuerdos, descartar todo lo que no había de cierto en ellos, y escribirlos. Efectivamente, esta breve novela puede ser leída como una especie de falsa autobiografía ya que la holandesa Harma cuenta la relación con su mejor amiga de la infancia, Dee, una extraña e incomprensible belleza euroasiática descendiente de holandeses, casi como un monólogo con ella misma, no tanto para darle pistas al investigador sino más bien para entender ella su propia vida durante su larga estancia como colona y su vuelta a Holanda. No en vano esta mujer se pregunta: “¿Puedo confiar realmente en mis recuerdos?”, tomando conciencia de cuánto hay de construcción y supervivencia en la memoria.

Hasta aquí, esta novela podría ser, de algún modo, cualquier otra novela intimista. Sin embargo, el hecho de que sea una novela histórica con un escenario tan exótico y ajeno al público lector argentino como es el drama de la ocupación de los territorios indonesios (primero por los holandeses, luego por los japoneses) hace de esta suerte de diario personal una reflexión ideológica sobre la búsqueda, y la lucha, por la identidad de un pueblo y del racismo entre holandeses, indo-holandeses y habitantes autóctonos. La novela se desliza como seda en la descripción de costumbres coloniales y territorios asiáticos, sus mitos y sus relatos a través de la piel de otros personajes que también dejarán entrever la conexión entre comunismo y nacionalismo en estas latitudes y el odio y la violencia que la ocupación holandesa generó, tal vez como metáfora actual de que los pueblos no aprenden de los horrores que les tocó vivir y, más aun, los reproducen.

Por otra parte, el desapego, racionalidad y falta de desesperación que Harma demuestra al pasar revista a su propio drama protegen este texto de todo melodrama exasperado y lo ponen al nivel de la reflexión filosófica más afilada. La memoria selectiva pero abundante de Harma permitirá a quien lea la novela construir realmente la trama entre los intersticios de lo no dicho, de lo que no se ve pero se intuye, aquello que ella misma negó durante décadas para poder desarrollarse. Y el símbolo del ojo de la cerradura del antiguo baúl de su padre que no logra abrir, y a través del cual tiene que fisgonear, puesto que allí es donde ella supone se encuentran todos los recuerdos de importancia no sólo de su infancia sino también de su adolescencia en Yakarta, para finalmente darse cuenta de que, como dijera el filósofo Séneca, todas mis cosas están conmigo. No es ésta la única muestra de sabiduría ancestral, puesto que el texto termina proféticamente con la frase del ornamento caligráfico que el baúl contiene, cita de un prosista místico persa: “Todo lo que haya visto u oído, todo lo que crea conocer ya no es eso, sino otra cosa”.

El ojo de la cerradura es una novela breve hecha a base de pequeñas cosas, donde los lectores son la clave para desentrañar la trama, puesto que su entendimiento no sólo de historia sino su activa participación es condición sine qua non para develar las sombras que los corazones de aquellos que creemos conocer –incluso más que a nosotros mismos– nos esconden.

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