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Domingo, 17 de diciembre de 2006
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El generalísimo no tiene quien le escriba

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En 1976 Borges recibió de manos de Pinochet el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile. Algunos años más tarde, luego de otro encuentro, el argentino calificaría al chileno de “excelente persona”. Si bien la Academia responsable del Nobel siempre negó que la política pueda influir en las decisiones del jurado, esos encuentros ayudaron a que el escritor argentino más importante del siglo XX se quedara sin un premio que muchos creían suyo. Hoy, 30 años después y a pocos días de la muerte del ex dictador, los escritores vuelven a opinar sobre él, aunque esta vez las palabras parecen situarse en los antípodas del elogio caballeroso. Uno de los primeros en alzar la voz fue el mexicano Carlos Fuentes, quien afirmó el lunes pasado en Roma que “el diablo va a tener un mal día, porque le van a quitar la presidencia del infierno”. La escueta pero contundente declaración fue expresada luego de que Fuentes ofreciera una lección magistral en un acto en el Instituto Italiano Latino Americano al que asistió, entre otros, Giorgio Napolitano, el presidente de la República italiana.

Por su parte, el uruguayo Mario Benedetti sumó su voz a una frase que muchos pronunciaron apenas se supo del fallecimiento de Pinochet: “La muerte le ganó a la justicia”, haciendo notar que el general chileno falleció sin ningún tipo de condena por las causas iniciadas en su contra. “Es la muerte de un dictador que fue muy cruel con una parte de su pueblo. No pudo concluir el juicio, pero ya lo juzgó la historia y lo condenó”, concluyó Benedetti.

Pero por supuesto, fueron los escritores chilenos los que más se hicieron escuchar. Jorge Edwards, por ejemplo, espera que “después de la muerte del ex dictador se forje en Chile un mayor consenso nacional y el país se transforme en una democracia más moderna”. Edwards también señaló que, pese a que Pinochet falleció sin ser condenado por las violaciones a los derechos humanos, la Justicia llegó, con respecto a su caso, mucho más lejos de lo que lo hizo con otros dictadores, y destacó que su muerte volvió a paralizar a los chilenos: “Fue como si hubiera vuelto la polarización que hubo en Chile entre uno y otro bando. Pero creo que esos dos extremos, los que celebraban y los que lloraban, eran bastante minoritarios”, indicó, matizando un poco la voz popular. “Me parece que la opinión central del país es más tranquila y que en el fondo es mucha la gente que se alegra de forma tranquila porque piensa que vamos a dejar atrás todo ese período ¡por fin!, y que vamos a transformarnos en una democracia más moderna”.

Antonio Skármeta también trató de mirar hacia adelante, pero en este caso, teniendo en cuenta las consecuencias que implica un período tan traumático: “Una dictadura tan cruel deja secuelas. La sociedad fue tan ultrajada que hoy es más conservadora. La herencia de Pinochet sigue presente”.

Pero, tal vez, las palabras más explosivas correspondan a Ariel Dorfman: “Pinochet era la personificación de la tiranía, el culpable de los asesinatos que convirtieron a Chile en una copia infeliz del infierno”, y sobre todo, a Luis Sepúlveda: “Cada vez que algún miserable fallece, abro una botella de vino. Pero para el asesino, el cínico ladrón, el cobarde, el traidor de Pinochet, tuve dispuesta una botella de Dom Perignon. Es una reserva especial y me la obsequió con ese fin mi querido amigo Vittorio Gassman. Ahora, la Justicia debe seguir adelante”.

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