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Domingo, 25 de agosto de 2002
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El chisme y su relación con el inconsciente

EL COMUN OLVIDO

Sylvia Molloy


Norma

Buenos Aires, 2002

356 págs.

Por Claudio Zeiger
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“Cuando murió mi madre, encontré entre sus cosas un viejo billete de un peso argentino en el que había anotadas algunas palabras, y esto ha sido el punto de partida de mi nueva novela”, explicaba Sylvia Molloy en una reveladora entrevista de la revista Nueve Perros (Rosario, noviembre del 2001). En las primeras dos páginas de su nueva novela, efectivamente, el narrador, llamado Daniel, cuenta que en un billete de un peso encontrado entre los papeles de la madre muerta, hay dos inscripciones: una fecha (15/5/1938) y unos nombres (Lloyd George y City Hotel). Esa fecha parece ser la que divide en dos la memoria del protagonista, mientras Lloyd George es el nombre de un cocktail suave (“de señoritas”, se burla el barman) y City Hotel el de un hotel porteño en el que Daniel se aloja cuando a mediados de los ochenta vuelve al país desde los Estados Unidos) para tratar de recuperar la memoria familiar. La mención de este micro-relato autobiográfico que pasa al texto de ficción viene a cuento porque a raíz de El común olvido ya circula entre los entendidos que se trata una novela plagada de claves secretas, anécdotas apenas veladas de maestros literarios como Enrique Pezzoni y José Bianco, chismes y frases célebres coaguladas entre cierta aristocracia intelectual a la que fácilmente puede asociarse a la revista Sur. Pues bien, se posean o no las claves “secretas”, en esa entrevista de Nueve Perros y en el artículo que la misma Molloy escribió en Punto de Vista (diciembre de 1998), cuando se reeditó su legendaria En breve cárcel (publicada originalmente en España en 1981) están bastante visibles todas las pistas autobiográficas que la propia autora ha ido dando a conocer y que en rigor no están tan ocultas.
Ella, cómodamente, se instala en la posición del personaje. Daniel es traductor y bibliotecario, una manera seguramente más reposada de conectarse con los textos literarios que como Molloy, que es a la vez crítica y escritora (es decir, productora de ficciones e investigadora de las ficciones de los otros). Pero los dos, él y ella, tienen la experiencia de “vivir entre” (dos países, dos lenguas), de encontrar en la literatura un refugio y un modo de ver la vida y de elegir una perspectiva narrativa sesgada por el punto de vista gay (o para decirlo políticamente bien: lésbico-gay). Molloy, lesbiana, aquí es varón homosexual, y en el recorrido de la memoria va hacia un secreto familiar donde el lesbianismo tiene un rol central. El astuto desplazamiento de género le permite moverse con mucha soltura en las escenas y situaciones que tienen que ver con la sexualidad de Daniel, que se cuentan entre lo más logrado de esta novela, junto a los malentendidos lingüísticos que vienen a ser como la representación en pequeño del malentendido mayor que separa a Daniel (joven argentino emigrado de niño a EE.UU.) del país, de la sociedad argentina.
Donde quizás más desorienta El común olvido es en el tratamiento de los climas de época. Situada a mediados de los ochenta, parece haber una exagerada preponderancia de lo que sucedía en los años cuarenta, en el país y el mundo, como si en esa época estuvieran aprisionadas las claves para comprender lo que empezaría a partir de los ochenta. Esta relación entre las décadas (justificada en el libro por razones narrativas: los vaivenes de la familia de Daniel, el secreto de la madre) deja unos considerables huecos llamados décadas del sesenta y el setenta (tanrevisitados en los ochenta a la hora de explorar la tradición cultural de la modernidad que, se suponía, volvía a ponerse en marcha con la democracia).
Llama la atención este desplazamiento hacia atrás en el tiempo, hacia el mundo pre-sixties, cuando el peronismo era más aparatoso, estatal y hasta ingenuo que en su devenir setentista, y la clase alta se dignificaba con el barniz de la alta cultura. Daniel se confronta con diferentes versiones de la madre y de la familia anglo-irlandesa del padre, y con diferentes tipos de memoria: está el homosexual refinado memorioso que remata cada frase sentenciosa con un “che” aristócrata pero campechano y que en rigor recuerda lo que le conviene; está la tía cuya mente fue arrasada por un tipo de amnesia muy creativa, que recrea el pasado en vez de olvidarlo (Molloy ha contado que asistió con dolor y asombro a esa enfermedad en su propia madre), y también con los propios recuerdos de Daniel, que en un momento son tan selectivos como los recuerdos de los otros.
El rastreo literario de este viaje al pasado nos conduce casi inexorablemente a Proust (memoria y decadencia de clase; detallismo y aristocracia; cita literaria y pasiones veladas) tanto como a José Bianco, pero –es una opinión– no al Bianco más clásico (Las ratas, Sombras suele vestir) sino más bien al Bianco tardío de La pérdida del reino, justamente un libro que desde los setenta revisa –hacia atrás– el reino perdido de la infancia, la pertenencia de clase y la intensidad del amor en una historia de homosexualidad espiritualizada.
“Tanto Proust como Bianco han marcado mis lecturas y mi escritura, y los dos han trabajado con homoerotismo y memoria. Y también con las intermitencias del corazón; las distracciones de los sentimientos: pasar de una pasión a una trivialidad”, declaró Molloy a Radarlibros, y no hay mucho para agregar al respecto, ya que la travesía de Daniel, narrador sumamente intermitente, es precisamente ésa. Por momentos, esta travesía aparece un tanto reiterativa en el plano narrativo (con las historias familiares hay que tener un poco de cuidado porque les pasa como a los sueños: interesan más al protagonista que a los oyentes).
Lejos de la hiperconcentración de En breve cárcel, El común olvido es una novela abierta, aireada, de permanente deriva, siempre atractiva en su manera chispeante y picaresca de leer los relatos cruzados del lenguaje, el sexo y los tics de las clases sociales. Es un relato lúcido sobre la Argentina que incorpora la mirada del que se fue, demostrando que se puede ser crítico y nostálgico al mismo tiempo, y arrojando como resultado final una alquimia muy cercana a la serenidad y la sabiduría.

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