La apariencia de lo espléndido
Yaki Setton
Bajo la luna
75 páginas
Toda pregunta por el nombre –el propio, de las cosas, del mundo– lleva implÃcita una pregunta sobre Dios. El nuevo libro de poemas de Yaki Setton, La apariencia de lo espléndido, extiende la interrogación al universo personal, particular y, entonces, de la mÃstica judÃa a la lectura del Cratilo de Platón, a la esencia de la poesÃa: ¿por qué cierto nombre a determinada cosa?, ¿por qué cierta expresión y no otra elegimos para decir lo que el poema sostiene? “... ¿no habrá otro modo de nombrar/ de llamar a las cosas por su nombre?â€, inquiere hacia la mitad del libro el poeta y allà la atención sobre la que discurren estas breves piezas y también: “¿No será volver a las antiguas/ oraciones adonai eloeinu adonai/ ejad dios nuestro dios es uno?â€
Breves, concisos, de arriesgado ritmo; tensión lÃrica, agudeza e ingenio de ciertas imágenes; los poemas de La apariencia de lo espléndido se leen en un paulatino devenir de lo general a lo particular, comenzando por un epÃgrafe inaugural de AnÃbal Troilo: “Perdón, por decir yoâ€. MetafÃsica de lo cotidiano, pero lejos de rumores tangueros, dice: “¿Y si el nombre es sólo un nombre que carece de sentido?â€. Lo sabemos, lo sabe Setton: los nombres para la literatura no son tema menor. Y una sucesión de preguntas sobre el cuerpo, la naturaleza, un esplendor escondido en las palabras: “El mundo se presenta como es/ mientras voy por la marea/ de personas y acontecimientos/ veo la apariencia de lo espléndidoâ€.
Los poemas de este nuevo libro permiten ser leÃdos también como una especie de diario Ãntimo (algo que en sus anteriores poemarios aparecÃa distanciado, entrevisto). O un cuaderno de notas que indaga con atención casi obsesiva lo que de incierto tiene la escritura poética y es allà donde el poeta dice: “No puedo/ encontrar las palabras justasâ€. Pero como es la palabra del poeta, la mirada se posa en los otros, en el mundo, en la amada, en los hijos que al costado de la ruta “a campo abierto†se detienen a mear y hay, por supuesto, otro esplendor: “Junto a mis hijos y a mà que no dejamos de oÃr/ nuestros chorros haciendo pocitos en el barroâ€.
También es lÃcito preguntarse por lo que encierra un nombre, alguien que guarda otros nombres posibles en el propio: “Yakiâ€, porque como en el “Arlt†de la aguafuerte “Yo no tengo la culpaâ€, algo hay en esas cuatro letras. Volviendo a los poemas, dos escenas pueden llevarnos a esa incertidumbre: una vecina que lo persigue a escobazos “no sabe cómo llamarme y yo/ tampoco se lo puedo decir†y con cierta distancia irónica: “Nuevamente me encierro en el armario del baño/ para tirar los papelitos al aire y poder encontrar/ mi nombre: Aquiles Débora Salomón o Demián/ ¡Cualquiera, cualquiera será bien recibido!â€. Pero bien sabido es que el que dice “yo†en el poema es siempre otro, perseguido el poeta moderno por la frase de Rimbaud; o es una amplificación de voces que, como en el ajustado epÃgrafe de Troilo, pide perdón por el yo, y la poesÃa reinstala “una máquina cruel de palabrasâ€, un decir en lugar del hacer y el “yo†se repliega en las cosas, en la sucesión de objetos del mundo, en la mirada. “La repetición es infinita/ y asà el mundo parece ordenado/ la apariencia de lo espléndido dijimos/ aunque no hay mal que dure cien añosâ€.
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