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Domingo, 1 de abril de 2007
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En foco

Por qué no somos australianos

En dos libros diferentes y complementarios (uno de ellos escrito junto a Hugo Mancuso), el politólogo Julio Godio afrontó los problemas políticos que emergieron a mediados de los ’50 y aún aparecen en el horizonte nacional.

Por Gabriel D. Lerman
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Hay una gran diferencia entre un análisis político que navega la actualidad de un país, traspolando automáticamente categorías y conceptos utilizados para otra región u otro Estado, que encubren la imposición previa de la forma y los objetivos del pensar, de uno que intenta insertarse en un conjunto de saberes compartidos, de rasgos y situaciones reconocibles, de configuraciones cuyo arraigo profundiza y enriquece el debate. Los dos libros que publicó recientemente Julio Godio, La anomalía argentina (Miño y Dávila) y El tiempo de Kirchner (Letra Grifa Ediciones), corresponden a este segundo caso: textos escritos desde y para la Argentina.

En el caso de La anomalía argentina, Godio se interna junto con Hugo Mancuso (el primero ligado a lo político y social, y el segundo apoyándose en lo social y cultural) en la tradición del ensayo argentino, con el agregado de un marcado anclaje en temas de la teoría social y económica del desarrollismo de los años ’50. De este modo componen un libro de dos partes, una escrita por Godio y otra por Mancuso, donde se revisa la idea de la Argentina como el fracaso de un proyecto de país que a comienzos del siglo XX se incorporaba al mundo dentro de un conjunto de segundas naciones o países emergentes como Australia, Canadá y Nueva Zelanda, con serias perspectivas de alternar en fortalezas a las grandes potencias. La Australia que no fue, sería el enunciado. Con fuertes rasgos de tesis, Godio puntualiza que “tal futuro no será de fácil realización, porque ya a principios de siglo se observa que en el interior del sistema sociopolítico pugnan dos culturas societarias. Esas dos culturas societarias –también políticas– son la cultura rentística y la cultura productiva”. En el caso de Mancuso, su sección remonta la cuesta e intenta cifrar el fracaso argentino en la desvalorización crónica de los momentos cumbre en que la Argentina pudo verse como una sociedad integradora y cosmopolita, receptora de inmigración masiva, máquina modernizadora y autorreformadora, potente en educación, en redes comunitarias y sociales, cuya fecha coloca en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Estas definiciones aportan la rareza de acompañar un texto como el de Godio, que escapa a inscribirse en una genealogía histórica tan precisa y, por el contrario, cuando lo hace reivindica un tipo de sociedad salarial más ligada al primer peronismo que a la conquista del desierto y la elite agroexportadora del ochenta. Mancuso defiende el valor de la planificación estatal y las grandes líneas directrices del desarrollo, que identifica como la causa del progreso obtenido hasta más allá de los años ’50 del siglo XX. Es la grandeza de la belle époque, pero sobre toda una honesta y clara relectura de la herencia sarmientina, la que marca el rumbo a seguir. Aquí parecería montarse una continuidad, acaso conciliación y no ruptura, entre aquel período y el advenimiento del peronismo. Esa Argentina grande, que se amplió con la sustitución de importaciones y las políticas sociales de Perón, y fue única en América latina, es la anomalía que hay que forjar y rehabilitar. Godio y Mancuso elaboran con audacia las bases de un programa nacional y neodesarrollista que aglutine y relance el sueño argentino, haga funcionar la anomalía, y en este sentido ofrecen un conjunto de ideas que pueden situarse en una ancha avenida de grandes sumas, donde la resta correspondería al capital concentrado y rentístico que no genera empleo ni divisas, y que ha sido la base de la postración social y económica del país.

En el caso de El tiempo de Kirchner, la primera impresión que se tiene es la buscada apoyatura en datos socioeconómicos, encuestas y cifras electorales, y artículos periodísticos de ocasión. Esa recurrencia al dato como abono de la reflexión produce en la lectura un efecto de legitimidad, y en la mayoría de los casos hace fluir el razonamiento en una dirección convincente. Godio despliega un arco discursivo donde articula dos campos narrativos: la descripción de hechos autónomos de juicios de valor, y la proposición política, del enunciado o conclusión ligado a líneas de acción, a propuestas. Lenguaje propio del informe técnico-político, los temas y las perspectivas de Godio no son objetivistas por el sostén de una metodología específica ligada a un sistema académico sino por la pretensión de fundar un pensamiento íntimamente ligado al Estado y a la alta planificación de su poderío central.

Este segundo libro permite seguir con escrupulosa lupa el día a día del gobierno kirchnerista, la resolución de puntos centrales o relaciones nodales como la deuda externa, la Corte Suprema, el movimiento piquetero, el duhaldismo, los derechos humanos, el PJ, la transversalidad, el desempleo y los sindicatos. Frente a un momento de reformulación intelectual, política y periodística, donde han entrado en crisis arquetipos culturales de los ’90, Godio aporta información y recopila lo que bien podría ser la primera versión de una historia reciente cuyos capítulos permanecen abiertos.

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