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Domingo, 13 de mayo de 2007
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Radiana, de Esther Cross

Yo, Robot

Abrevando en la ciencia ficción y el delirio, esta novela breve de Esther Cross indaga exhaustivamente en el tema del doble, en un singular cruce entre ciencia y arte.

Por Angela Pradelli
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Radiana
Esther Cross
Emecé.
130 páginas.

En 1988 Esther Cross publicó Bioy Casares a la hora de escribir, un libro de entrevistas realizadas por integrantes de un taller literario del cual Cross participaba. “¿Para escribir parte de una idea abstracta y después busca la situación?”, le preguntó a Bioy Casares ella, que hasta ese momento no había publicado ningún libro y todavía faltaban casi cinco años para que apareciera su primera novela, Crónica de alados y aprendices, y los críticos la celebraran como una de las revelaciones literarias del año. Y si es verdad que lo que le preguntamos al otro es, casi siempre, una pregunta que nos hacemos primero a nosotros mismos, los términos de aquella interrogación de Cross, “abstracción/realidad”, permiten suponer no sólo la importancia que tienen ambos planos en su literatura sino los propios cuestionamientos de la escritora en relación con la primacía de una u otra representación. Y tal vez ya en la enunciación de aquella duda, Cross (se) planteaba, al mismo tiempo, una respuesta que empezaba a sospechar. Partir de una abstracción en tanto lo abstracto es una construcción mental para lo cual no encontramos exactitud en su correspondencia con la realidad.

Crónica de alados y aprendices, La inundación, La divina proporción son libros anteriores que bien podrían dar cuenta de un punto abstracto de partida. En todos, y también en El banquete de la araña pero sobre todo en Kavannagh, su último libro de cuentos, que también puede leerse como una novela, la autora maneja el lenguaje de un modo que en ella es un estilo, un tono que se define por lograr una fusión entre una voz que narra y la historia en sí.

Radiana es una nouvelle en la que su protagonista, la pianista Rita Lavenza, encuentra tarde al amor en Elmer Dus, un profesor en ciencias eléctricas. La historia, que sucede a principios del siglo XX, no tarda en explotar en su delirio. La noche de la boda, un grito desaforado de Norma, su mucama, a causa de un accidente doméstico, interrumpe el concierto del Nocturno en Mi bemol de Chopin, regalo de bodas de Rita a su marido. De esa interrupción nacerá el bloqueo de Rita que se eternizará en ese instante de la ejecución. Mientras que su marido consigue una señora de la aristocracia que oficiará de mecenas para, a escondidas, llevar adelante su proyecto –la creación de un robot que llamará Radiana–, Rita, a escondidas también, consigue un médico que le opere las manos y le cambie los huesos para salir por fin de su bloqueo frente al piano. Los personajes secundarios viven situaciones que ahondan el delirio de los protagonistas. Hugo, el cocinero que el profesor Elmer Dus despide no bien se casa con Rita, encuentra un nuevo trabajo como modelo publicitario de Ganz, el inventor de tónicos capilares, fajas reductoras, audífonos y pastas blanqueadoras de dientes.

Siempre es difícil cortar la lectura y cerrar un libro de Cross porque su prosa tiene una velocidad que no permite que nos detengamos. Articulada con destreza y precisión, su prosa corre como un río ágil. En Radiana la autora aceita esa virtud. Su literatura parece nombrar desde la oralidad, al punto de que leerla es casi siempre y sobre todo, escucharla. Al narrar sin adornos ni cosmética, Cross, como si inventara el lenguaje, conduce sin vueltas al hueso de la historia.

Radiana instala un cruce de lecturas. ¿Cuál es la relación entre la ciencia y el arte; la medicina y la vida; la escritura y la identidad?

La idea del doble atraviesa la historia y la noción de duplicidad no se agota en el espejo Rita/Radiana porque la autora distribuye signos de dualidad que ahondan la repetición a lo largo de todo el relato. Por ejemplo, el nocturno en Mi bemol, la música que Rita intenta una y otra vez ejecutar, en tanto los nocturnos tienen estructura bipartita y las repeticiones casi nunca son textuales. En la Rita pianista se repiten también la vida atormentada de Chopin y los sufrimientos físicos del músico, que no tuvieron curación. Incluso en el nocturno, que es una composición que evita el virtuosismo y se mantiene pareja durante toda la obra buscando que el receptor se involucre sin sobresaltos, puede el lector encontrar la repetición de la obra de Cross, que comparte con el nocturno estas mismas características.

Y así podríamos seguir con la enumeración de dobles: El mismo Dus, inventor de Radiana, se duplica en el inventor Ganz (es notable que todos los inventos busquen reemplazar, reponer una pérdida corporal). El cocinero Hugo que, como modelo de Ganz, es fotografiado en imágenes falsas, en cuanto invierten el tiempo real, del antes y el después en el uso de los productos inventados. La firma que Elmer Dus ensaya hasta la perfección para reemplazar la de Rita es, quizás, el nudo que Cross apretó con más fuerza y que abre tantas puertas en la novela. Y en su intento de crear una robot, ¿no es Elmer Dus una duplicación misma de Esther Cross que en esta novela crea personajes que se mueven, y no sólo en un plano físico, como robots? Ahora bien, la duplicación que plantea la autora se aparta con maestría del mecanismo espejado de Bioy, que en La invención de Morel duplicó imágenes de personas, paisajes, árboles, soles y lunas. Un desvío que se logra porque en Radiana cada criatura, cada acto, cada elemento que se repite aporta también características que lo individualizan. Y tal vez sea eso lo que hace que esta novela instale a la autora entre las “escritoras raras”. Más cerca de Silvina Ocampo y de Sara Gallardo, escritoras que hacen de sus textos, complejos en su simplicidad, piezas extrañas, perlas poco frecuentes en las mesas de novedades.

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