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Domingo, 3 de junio de 2007
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Le Clézio

Bienvenidos a la jungla

Le Clézio es uno de los más grandes escritores franceses de la actualidad. Su visita a la Argentina coincidió con la publicación de esta novela que ¿recrea? ¿homenajea? ¿imita? el universo mágico de Juan Rulfo, en un mundo utópico pero ideológicamente familiar: el europeo de viaje por América latina.

Por Juan Pablo Bertazza

Urania
J. M. G. Le Clézio
El cuenco de plata
266 páginas

“Yo creo que la novela francesa no es, como suele pensarse, autobiográfica sino autoerótica: hay una especie de encerramiento en el autoerotismo, como si no existiera el otro. La ficción es el camino para escapar al peligro de enamorarse de uno mismo, da lugar al otro, que no es el infierno, como decía Sartre, sino el paraíso.” La frase corresponde a Jean-Marie Gustave Le Clézio, el escritor de habla francesa más importante desde Albert Camus, en el marco de una entrevista durante su visita a nuestro país. Es evidente que la necesidad de encontrar el camino hacia el otro es clave en Urania (novela publicada originariamente en Francia el año pasado), y tal vez en gran parte de su prolífica carrera, que cuenta como anécdota jugosa su convivencia durante tres años con una tribu indígena de Panamá.

Daniel Sillitoe, un geógrafo francés –que, como el autor, pasó su infancia sin un padre–, viaja al extremo del estado de Michoacán para presentar un proyecto de cartografía sobre el valle de Tepalcatepec en El emporio, un ateneo creado por Don Tomás con el objetivo de desarrollar la investigación de las ciencias humanas. Ahí, además de hacer buenas y malísimas migas con pedantes intelectuales de toda América latina, queda absolutamente prendado con los últimos estertores de Campos, una tierra tan mítica como idealista liderada por un viejo consejero, donde además de ponerse en práctica aquella máxima de “nunca el colegio, siempre la vida”, la máxima autoridad corresponde a los chicos, el trueque permanece como única forma de intercambio y el lenguaje que se habla es el Elmen, una lengua similar a los balbuceos infantiles compuesta por todas las lenguas de sus habitantes que son, matiz acá matiz allá, refugiados políticos.

Foto: Xavier Martin

Sin leerlo dos veces, resulta evidente que este libro retoma la tradición del realismo mágico, especialmente de Juan Rulfo y su fantasmagórica Comala. De hecho, Le Clézio lo cita de todas las formas imaginables. En primer lugar, Urania está situada muy cerca de donde vivió Rulfo y hay un momento en que el geógrafo viaja en micro y pasa por todos los sitios de México desarrollados por Rulfo en sus libros. También hay numerosas citas a un cuento magnífico suyo, como cuando dice “¿Ladraban los perros en los patios?”, haciendo clara referencia a “No oyes ladrar los perros” (incluido en El llano en llamas), donde el mexicano narraba, a partir de una acción conmovedora, la relación entre un padre y un hijo, gran leitmotiv en la literatura de Le Clézio.

Sin embargo, las referencias a la cultura latinoamericana exceden el ámbito literario ya que, por poner sólo un ejemplo, los títulos de cada capítulo de Urania están enganchados con la última frase del capítulo anterior, recurso muy utilizado por el historiador Don Luis González, fundador de la microhistoria y autor de Pueblo en vilo (1968). Si tenemos en cuenta que González creó en 1979 El Colegio de Michoacán, empiezan a revelarse las fuentes de El emporio de Urania y de su director, el entrañable personaje Don Tomás.

Así las cosas, además del placer con que se la lee, esta novela puede generar cierta perplejidad al poner en evidencia cómo un autor –por más mundo y viajes que tenga encima– francés se inmiscuye, con gran conocimiento de causa, en la cultura latinoamericana y en una de sus tradiciones literarias más famosas. El asombro se acrecienta, no obstante, con las ambigüedades que sirven de fuente a la estructura del libro. Por un lado, ya desde el vamos del título, ese cielo supuestamente mexicano que la novela define constantemente como “azul e impresionante” remite también a la mitología griega, dado que Urania, la menor de las musas, es la que representa justamente al cielo. Lo mismo sucede con la tierra de Campos, que parece estar tan basada en Rulfo como en Utopía de Tomás Moro. Y hay más: los ladrillos del Emporio combinan los cimientos de la tradición griega de la Academia con el colegio de Michoacán.

El choque entre lo europeo y lo autóctono de Latinoamérica surge también en el argumento. ¿Un ejemplo? El geógrafo reúne a una multitud de campesinos del Valle para disertar sobre Edafología, con el obstinado objetivo de seducir a su público tanto con palabras técnicas como con la exuberante flora de su propio lugar, con esos nombres que –como el mismo protagonista aclara–: “substituían los nombres que yo no podía pronunciar, los nombres de los terratenientes y de los agentes comerciales que extraían su oro de la tierra negra, del sudor de los peones”. Algo similar sucede cuando Daniel, si bien alega detestar el turismo voyeur, critica duramente a sus colegas por hacer su objeto de estudio de una prostituta, Lilí, a la cual él (además de intentar conquistarla) pretende redimir en un típico gesto paternalista.

Es que, si en el plano literario se trata de una novela exquisita, en el terreno ideológico Urania se vuelve sumamente compleja. En todo caso, es tan notable como paradójico encontrar, justo en esta novela, cierta reivindicación de un realismo mágico bastante vapuleado por estos lares con estacas como la del libro Mc Ondo ideado por Alberto Fuguet. Será tarea del lector evaluar no sólo el homenaje en sí, sino también en qué ayuda o perjudica al realismo mágico esta reelaboración que emprendió Le Clézio.

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