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Domingo, 24 de junio de 2007
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A nadie le gusta la soledad, de María Fasce

Las intermitencias del corazón

El amor en el microscopio en una colección de cuentos de María Fasce.

Por Luciano Piazza
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A nadie le gusta la soledad
María Fasce
Emecé
195 páginas.

La soledad en la pareja tiene una relación directa con el engaño y todas sus variantes. Este es un tema que le sienta bien al formato de cuentos de María Fasce en A nadie le gusta la soledad, y que ya ha demostrado dominar. En la soledad ocurren las preguntas que no ponen en peligro a los grandes proyectos, pero sí hacen tambalear a los mínimos, íntimos y personales. En este punto, María Fasce logra personajes que narran con puntillosa efectividad esos procesos.

El engaño puede tomar la forma de un recuerdo impreciso, así como también la de un silencio cómplice. El ambiente de los relatos se llena de preguntas, y los objetos más cotidianos empiezan a indagar a los personajes a través de sus miradas. Una pulsión por el detalle, por capturar el momento en que algo se cuela más allá de la voluntad, exige una narradora obsesiva. El resultado es un retrato de la procesión interna, de un proceso subterráneo del cual emerge otra persona.

Su paciencia de observadora hace estilo. Se puede reconocer a una mujer esfumada detrás de los sucesos, esperando que el relato se materialice. Recuerda a las temáticas latentes detrás de los relatos más cotidianos de Katherine Mansfield, con un placer especial por rememorar los cuentos de Lorrie Moore, donde el efecto queda condensado en la imposibilidad de duplicar idénticamente la disposición de las piezas del relato. Tal vez, el referente más cercano al proyecto de la voz narradora de A nadie le gusta la soledad puede estar en ese verborrágico contenido que Birmajer armó en sus Historias de hombres casados. Los amantes de la anécdota son pacientes pescadores de las mínimas y las máximas sociales. La costumbre de un observador materializada en un relato que busca ser un punto de partida para múltiples debates sobre aquellos temas que no conducen a ningún lado, pero nadie puede evitar.

La ironía es un recurso inevitable para reconocer de qué están hechas estas historias. El amor obsesivo y a la vez mínimo en la ventana del tren, los celos clásicos resueltos con puntillosa estrategia femenina, el repaso por los amores del pasado durante una caminata en un intento fallido del presente, el diario de una hija hasta que se transforma en madre, un marido a la deriva en Galicia esperando a su mujer sin entender bien qué espera. Los personajes son pensadores cotidianos que se van envolviendo en los detalles de lo doméstico hasta que, junto con el lector, se encuentran con efecto inesperado. La ironía está disponible antes o después del efecto: cuando el cuento lo ejerce, hay que rendirse al hipnótico encanto de identificarse con el personaje que no puede desandar el camino de las preguntas que lo han llevado hasta allí.

Una música simple y sofisticada se oye en María Fasce, como un standard versionado en los años 50, cuando los standards eran tradiciones vivas en los oyentes. Variaciones, improvisaciones sobre temas clásicos del café, de esos que se multiplican y se deforman sin fin: felicidad, soledad, tristeza, olvido. Una voz dulce pero masculina es sin duda la autora de los relatos. Si alguien ha dejado correr un disco entero de Nina Simone un domingo, y se ha sorprendido al final con un ambiente enrarecido, hallará en ese recuerdo un avance de esta narradora encantadora. Los interrogantes se van gestando en los cortes entre un párrafo y otro. Al final no hay escapatoria. Como para los personajes de estos relatos, una nueva forma de ver las cosas estalló. Para el lector debe haber un placer al corroborar que estas implosiones suceden más allá de la propia voluntad.

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