Cuando Luis Gusmán empezó a escribir, antes de cumplir los 18 años, no sabÃa a quién mostrarle sus escritos. VivÃa en Avellaneda, y todavÃa faltaban algunos años para que el grupo en el que se formó y a partir del cual despegó –el de Literal, el de la calle Corrientes, el de la radicalidad estética y el rechazo a cierto realismo social– empezara a medrar como un ave silenciosa en el pulmón de la manzana loca. Entonces el joven Gusmán decidió mostrarle sus textos al tipo que más cerca tenÃa: el bibliotecario del Racing Club de Avellaneda (un club al que, simetrÃas del destino, llaman La Academia). LeÃdos los textos, el bibliotecario expresó aprobación, pero se permitió también deslizar una crÃtica. "Es muy Arlt", le dijo. A partir de entonces, esas tres palabras serÃan para Luis Gusmán algo cercano a un faro. No sabÃa hacia dónde tenÃa que ir, pero sabÃa de dónde tenÃa que alejarse. Entonces, sÃ, llegó el grupo, y llegaron las publicaciones, y las poéticas cambiaron, se perfeccionaron o simplemente mutaron. Pero esa frase persistió.
A la hora de hablar de su última novela, El peletero –la historia de Landa, un peletero que decide atentar contra Greenpeace porque siente que aportan a que su trabajo se extinga del todo, y que para eso se junta con Hueso, un marginal con el que establece una relación de amistad e identificación profunda–, lo primero que aparece es la referencia a Arlt. "La precaución que yo tuve, lo que no querÃa y tenÃa muy en la cabeza es el modelo de Los siete locos, como un modelo del que me querÃa apartar. No querÃa que el peletero fuera el astrólogo, un ideólogo."
Y ya que estamos con Los siete locos, otra oposición clara podrÃa venir por el lado de la ciudad. Arlt da cuenta, directamente, de una Buenos Aires que ha cambiado. En El peletero la acción se sitúa en calles y lugares reconocibles.
–Situar la acción me servÃa para lo que querÃa contar. Mis primeros libros, sobre todo El frasquito, son universos cerrados, aunque aparezca alguna calle nombrada. En Cuerpo velado, que es una novela totalmente elÃptica, habÃa para mà un problema casi ideológico-estético: escapar y no quedar subsumido por la literatura más referencial, y más populista. Entonces llegué a un nivel de elipsis tan grande que cuando lo vuelvo a leer lo entiendo yo solo. En El peletero, entonces, los toponÃmicos tienen la función de situar el relato. No pretendÃa hacer un trabajo respecto de la ciudad. Sà respecto del Riachuelo, que es un rÃo que atraviesa la ciudad de una manera que huele a podrido. Fijate en el Regatas, que tenés el Riachuelo ahÃ, y al lado la gente jugando al tenis con un olor insoportable. En ese sentido, al Riachuelo sà le di un valor un poco más metafórico.
–Bueno, yo no sabÃa dónde situarlas. La ubiqué finalmente en Callao y Las Heras. Un dÃa, preguntando, hablé con un peletero que me dijo que hace unos años, en avenida Las Heras, desde Recoleta hasta el centro habÃa más de ochenta peleterÃas. Ahora quedan dos.
–Y, fijate que el peletero no se quiere reciclar. Todo el mundo le dice que haga pieles sintéticas, y él ahà defiende alguna idea, algún valor, incluso una estética.
–Ahà hay una metáfora, que no está escrita. El escritor como un oficio en extinción. Cada vez tiene que presentarse más, y acompañar su obra. Uno busca siempre los intersticios, porque te permiten moverte. Pero desde que empecé a publicar, el lugar del escritor fue cambiando. En los sesenta, setenta, cuando hacÃamos Literal, habÃa una lucha estética ideológica muy fuerte contra el realismo simplista, contra el populismo. Las lecturas de Sarduy, de Barthes. Y eso fue confundido por la lectura de la época que pensaba que nosotros leÃamos eso para aplicarlo a la literatura. Y basta leer a Osvaldo Lamborghini para darte cuenta de que era imposible que a ese tipo le cambiaras el estilo. Pero me parece que desde entonces hasta ahora las cosas han ido cambiando, y uno ha tratado de usar lo que Joyce llamaba las armas del artista: el exilio, la astucia y el silencio. Cuando él pasa del Ulises al Finnegans Wake dice que hay un momento en que la trama continuada, el lenguaje, no transmitÃan más, estaba saturada.
–SÃ. Empecé, entre comillas, como un escritor más "vanguardista". HacÃa del defecto, virtud. Escribà El frasquito como pude. No es que no leÃa literatura, ni que no escribÃa, pero todo lo que tiene de ruptura vino por añadidura. No es que yo me proponÃa que la literatura fuera discontinua, quebrada: todo eso vino después, con las lecturas. Pero como quedé cosificado en la cuestión más vanguardista, más del lenguaje, empecé quizás a decir: "bueno, yo también puedo inventar historias". Y ahà empecé otro desarrollo, más centrado en la historia. Y llega un momento, con La música de Frankie, en donde yo me doy cuenta de que la imaginación y la propia escritura, lo que Stevenson llama "el lucimiento personal", me devoraba. Me devoraba de mi propia escritura, me tapaba.
–Y, creo que a partir de Villa empiezo a construir algo que tiene que ver con el personaje. Poder asentar un personaje en la literatura. Ahà me parece que cambia la perspectiva. El punto de vista cambia porque el personaje es colaboracionista, no una vÃctima. Y no hay moraleja. Porque lo que me complicaba de la otra literatura era eso. Y no es que no la aprecie: La condición humana, de André Malraux, me parece una de las mejores novelas polÃticas que hay. Pero me parece que cuando la moraleja se impone, como dirÃa Nabokov, "el veneno del mensaje", y resalta como premisa, ni siquiera como resultado, hay que tratar de zafar. Creo que en Villa hay algo de eso. Y también me parece que querÃa trabajar ciertos problemas en donde aparecÃan los personajes en tensión dramática. Y ahà apareció la trama, la manera de armar las historias.
–En algunos casos. Por ejemplo, en Ni muerto has perdido tu nombre necesité de mucho despojamiento, en dos planos: el de la escritura, al que te referÃs, pero también el de la imaginación. Antes la imaginación era mucho más metonÃmica. Algo me disparaba otra cosa. Eso sucede en En el corazón de Junio: los hilos de la trama están estructurados sobre coincidencias arbitrarias, que quizás en ese registro de libro sean verosÃmiles. Pero en otro no me resultarÃa asÃ. Lo que yo querÃa contar allà es qué le pasaba a alguien que recibÃa el corazón de otro. Y me parece que ahora quiero que eso esté en primera lÃnea, sin renunciar a la escritura. Tampoco en nombre de una linealidad. No sólo admiro, sino que comparto proyectos disruptivos, como los de Luis Chitarroni, Raymond
Russel, Raymond Queneau. Siempre me va a resultar chocante la posición de "hay que narrar", la linealidad. No creo en el narrador puro o no puro. La simpleza de la historia es imposible.
–Ah, no sé. Me parece que, en su momento, El frasquito entró justo, como un libro transgresor. Pero no me refiero al lenguaje, que eso fue una lectura, sino más bien a los temas, como la masturbación. Para mà el punto más disruptivo del libro, y por eso después la liga de Patria, Familia y Propiedad lo prohÃbe, es la cosa religiosa. Es fuerte lo que ahà se dice. Tu pregunta no la podrÃa contestar, pero veo que los pibes que leen El frasquito ahora se divierten. Y para mà era un texto casi trágico.
–Ya veÃamos que la diferencia entre El Fiord y El frasquito, por ejemplo, es abismal. Y Oscar Massotta la captó bien, porque decÃa que El Fiord es vindicativo y El frasquito no. Y es cierto. Porque es mucho más lÃrico El frasquito que El Fiord. No me refiero a Osvaldo como poeta, que tiene uno de los mejores fraseos poéticos que yo conozco. A veces, su proyecto narrativo, repetitivo y obsesivo no tiene nada que ver con su proyecto poético, con ese manejo de la lengua impresionante. Esa es la lectura que quedó reducida a las coordenadas de ese momento: un gesto de ruptura, que no contaba una historia, muy pegado al psicoanálisis.
–Yo nunca uso el psicoanálisis para la literatura. Como me dijo bien Jorge Panesi: "¿Sabés dónde se nota que sos psicoanalista cuando escribÃs?... en la omisión". Muy lúcido. Es cierto. Porque fui muy criticado en textos como Cuerpo velado, dijeron que usaba el psicoanálisis porque hablaba del padre. Me gusta una definición de Mallarmé en relación al acto poético. Dice: "aquel que realiza el acto poético se suprime en tanto yo". Si en algo se parecen la poesÃa y el psicoanálisis, en su práctica, es en eso. Vos te suprimÃs en tanto yo, para dejar que el inconsciente circule ahÃ. Mientras que en el caso de la novela hay puro yo, o múltiples yo. Es el trabajo opuesto. Si tuviera entonces que hacer una analogÃa, dirÃa que la poesÃa se parece mucho más al psicoanálisis.
–SÃ. Pensá que ese libro me lo pidió Ricardo Piglia en el ochenta, yo no tenÃa una vida, y mucho menos una vida de escritor. Me parecÃa tan impudorosa una autobiografÃa que se me ocurrió ese recurso. Y en lo que estoy escribiendo ahora, entra en una de las partes la teorÃa espiritista del relato. El libro se va a llamar Rap espiritista. Ahà voy retomando el tema de las tres religiones de mi madre: espiritismo, evangelismo y catolicismo. Respecto del catolicismo, escribà algo que se llama "La influencia nefasta de los cristos articulados en la Iglesia Católica". Cuando se crearon los cristos articulados, se generó una herejÃa. Estuve estudiando cristos articulados. Me falta todavÃa la del evangelismo, que es más difÃcil porque es una pastoral, es muy pobre. Casi de beneficencia. Es de más allá, pero es de la tierra el discurso.
–El umbanda son relatos que escucho cuando voy por Avellaneda, a ver a mis hermanos, y son relatos que siempre están circulando. Siempre están en esa zona oscura entre la religión y la delincuencia. Es una zona que es más difÃcil ver en una cosa católico-evangelista. Pero acá hay una sensación entre delictiva y brujeril. Que se quedaron con tal propiedad, que le sacaron el dinero, que le hicieron vender. Y el umbanda aparece una sola vez en la novela, pero me parece que está tan aludido antes que da el efecto que querÃa crear.
–Con eso me tuve que cuidar mucho. Hubo un momento en que me divertÃa tanto con eso, que me tenÃa que controlar. Y eso que marcás de "intercambiables", me pasó a la hora de la corrección. Muchos lo leÃan y le hacÃan decir a Landa lo que tenÃa que decir Hueso, y viceversa. Ellos se implican mutuamente. Están implicados como Bouvard y Pecouchet. Son distintos, pero no hay el uno sin el otro.
–A mà de chico me decÃan Huesito, y se ve que eso me quedó. Landa era una imprenta, Macanio Landa, y Siglo XX editaba los libros y mi papá, que era imprentero, le hacÃa los libros. Macanio Landa, lo saqué de ahÃ. Es cierto que desde Villa quiero fijar mucho un nombre propio. El nombre propio fuerte condensa, llama a cierta identificación.
–SerÃa lindo para hablar largamente. Quizá no hay tantos si sacamos a los personajes narradores, como Tomatis. Erdosain claramente es un personaje. Molina, de Puig. La Maga, Oliveira. Funes, de Borges, o Emma Zunz. Otra dificultad que encontré, y me parece que a Cortazar ahà se le escapa, porque me parece que la Maga es la versión de un hombre de una mujer.
Tuvo que ver con la idea de sÃmbolo. El peletero está durante toda la novela molestando con la idea de que él quiere ser un sÃmbolo. Y él no podÃa llegar a ser nunca un sÃmbolo, porque un sÃmbolo no es voluntario. No te proponés, y sos un sÃmbolo. O pasa o no pasa. Esa es la locura del peletero. Y ahÃ, el otro, casi por casualidad, paradójicamente, se convierte en el sÃmbolo de lo contrario de lo que era. Me parece que la muerte de Hueso está pensada desde ahÃ: al morir se transformaba en lo que el otro no iba a poder ser nunca.
–Me parece que fue una manifestación a la que Landa perfectamente podrÃa haber ido. Es un personaje de la época. Yo no querÃa ser ni apocalÃptico ni integrado, como decÃa Umberto Eco. El mundo ha cambiado sus valores, y me parece que estas pequeñas reivindicaciones, estas pequeñas minorÃas, son un fracaso de la polÃtica. Las grandes reivindicaciones están estalladas, abolidas y desplazadas a las pequeñas reivindicaciones.
–Surgió de una peleterÃa que está a la vuelta de mi consultorio, en donde leà un cartel que decÃa "Su antigua piel tiene valor. Refórmelo y cámbiela por otra". Y yo pensé "como si fuera tan fácil". De ahà me empezó a surgir una idea de la novela, que no querÃa que fuera de ninguna manera poetizante. Por eso le puse El peletero. Me gustaba Antigua piel, pero me sonaba demasiado poetizante. Porque no se trataba de Cambio de piel de Carlos Fuentes o Con distinta piel de Dylan Thomas. Se trata de algo más despojado.
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