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Domingo, 16 de septiembre de 2007
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Malas costumbres y un Peón Negro

Por Juan Pablo Bertazza
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Con un juego de semejanzas y diferencias con respecto a su primera publicación de 1963 –a cargo de la editorial Jamcana–, se acaba de reeditar Las malas costumbres, el singular y único volumen de cuentos de David Viñas. Entre las coincidencias figuran la misma e impactante aguafuerte de Carlos Alonso, la misma e impactante fotografía de un Viñas treintañero y aquella solapa que ya entró de lleno en la literatura argentina, en la cual el autor decía que las solapas estaban adentro de la literatura. Entre las diferencias, por su parte, está el prólogo de Roberto Fontanarrosa, las inherentes y tan viñescas revisiones y correcciones que hizo el autor de sus cuentos (tal como viene haciendo desde hace muchos años con su emblemático Literatura argentina y realidad política) y, dato menor, la aparición de Peón Negro ([email protected]), la editorial que lo lanza, inaugurando su catálogo y la colección David Viñas de un solo golpe. Así, las coincidencias buscadas empiezan a surgir entre autor y editorial: un día –el 28 de julio de 2007, en el que Viñas cumplió 80 años– comenzó a funcionar este proyecto editorial cuyo nombre tranquilamente podría haber titulado alguna de sus novelas o, mejor, alguno de estos diez cuentos que, aunque muy diversos entre sí, hilvanan una fuerte coherencia y están incluso ligados temáticamente. Las malas costumbres de Viñas (del cual Noemí Ulla analizó especialmente los monólogos en su libro De las orillas del Plata) son realistas, aunque no se preocupan por seguir ningún mandato del costumbrismo. Constituyen algo así como diez certeros tiros de bowling, no tanto porque volteen postes con sus explícitas denuncias (casi inexistentes acá) sino por su periódica potencia expresiva que se conjuga con un balanceo entre lo dicho y lo no dicho (recordar, si no, los dos cuentos que hablan de Evita sin nombrarla) para desembocar, inexorablemente, en finales sorpresivos, bastante cerrados y perturbadores. Y aunque ya no tenga nada que ver con el bowling, hay que agregar que, desde las diferencias socioeconómicas hasta las militares, pasando por las sexuales, las de grado escolar y familiar, "la" obsesión de estos relatos son las jerarquías, relaciones de poder que no siempre se mantienen constantes y que pueden igualarse o incluso sufrir inversiones. Tal es el caso del audaz estudiante Olsen, quien enloquece y manipula a su antojo a la débil maestra Dora, mostrándole la foto de "la mujer más grande que hay en el país", o el del notable relato que cierra el libro, "¡Viva la patria! (aunque yo perezca)", en el que un teniente y un soldado se enamoran platónicamente al compás de la música de Gillespie, y en medio de las sospechas y burlas de los demás conscriptos. Jerarquías. Las jerarquías (como repetiría Viñas en sus clases y reproduce en tanto rasgo estilístico en el cuento "Entre delatores").

Justamente lo que pensaron evitar Marcela Fridman, Miguel Podestá y Sergio Bressky a la hora de planear la editorial Peón Negro: "Somos un pequeño colectivo de trabajo sin jerarquías", dice Bressky.

Al cierre de la histórica solapa, Viñas explicaba y explica que escribe y escribirá para que "yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad". La idea parece haber sido tomada también por esta flamante editorial que tiene como principal objetivo poner su propio cuerpo para hacer frente a uno de los puntos más críticos: la distribución. "Nos proponemos un poco revelar las contradicciones propias del proceso de producción y comercialización del libro", dicen.

El desafío, al menos, es interesante. Y su primera propuesta del catálogo está visto que también lo es.

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