Todo comenzó, como suele suceder en estos tiempos, con un mail. En mi bandeja de entrada habÃa un mensaje titulado Tête-à -tête en Brasil. Un hombre llamado Carlos Carvalho, de la editorial Objetiva, de RÃo de Janeiro, me habÃa escrito para decir que mi libro iba a ser lanzado en Brasil. ¿Me interesarÃa hablar con la prensa brasileña? Se referÃa a entrevistas telefónicas, por supuesto, sin que yo tuviera que moverme de mi departamento en Manhattan. Lo de tête-à -tête hacÃa referencia a mi libro Tête-à -tête: Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, de 2005. Pero pensando en retrospectiva, creo que esa lÃnea en mi bandeja de entrada plantó algo en mi cabeza. Seguro, contesté, claro que querÃa ser entrevistada. Y tuve otra idea: ¿no serÃa bueno encontrar a alguien que hubiera pasado tiempo con Sartre y Beauvoir en su viaje a Brasil en 1960?
Casi todo lo que sabemos sobre el viaje de dos meses y medio a Brasil proviene de la fuente habitual: Simone de Beauvoir, una viajera aventurera, llena de curiosidad. Su recuento de la experiencia brasileña, en La force des choses (La fuerza de la circunstancia, 1963) no es una excepción, con su riqueza de encuentros, impresiones y reflexiones. Su objetivo explÃcito es darles a sus lectores franceses una mejor noción de un paÃs que apenas conocen. Es una sorpresa, entonces, cuando la narración se vuelve tan febril como una pelÃcula de Herzog. Beauvoir está sencillamente desesperada por irse de Brasil. Beauvoir tenÃa fiebre tifoidea; cualquiera hubiera querido volver a casa. Pero más reveladoras aun son las cartas a su amante de Chicago, Nelson Algren, que como la fiebre que contrajo en el Amazonas, llegan a un tórrido y frenético episodio acerca de Sartre y una mujer joven. En sus memorias, Beauvoir la llama Christina T. En las cartas a Algren, es "la chica brasileña pelirroja".
Nadie habÃa podido decirme nada sobre ella. Ninguno de los biógrafos de Sartre o Beauvoir la habÃa identificado. No perseguà el misterio: estaba escribiendo un libro sobre la relación de Sartre y Beauvoir durante cincuenta años y para mà el principal interés en la joven brasileña es que era parte de un patrón. Pero ahora que mi libro estaba por editarse en Brasil, me pregunté sobre ella. Si tenÃa 24 años en 1960, ahora tendrÃa setenta. No deberÃa ser tan difÃcil dar con el paradero de una joven que habÃa pasado un largo perÃodo de tiempo con Sartre y Beauvoir en Recife, BahÃa y RÃo.
Beauvoir nos dice que ella y Sartre no estaban muy entusiasmados con la idea de ir a Brasil. Por las noches, en ParÃs, discutÃan sobre los posibles motivos de esta apatÃa. ¿Era agotamiento fÃsico? ¿La edad habÃa trabado su curiosidad? (Sartre tenÃa 55 en 1960; Beauvoir 52). ¿La desesperación por la polÃtica internacional habÃa llevado a una parálisis personal? Sartre estaba luchando con su depresión crónica masticando un tubo de anfetaminas durante el dÃa, tragando tres cuartas partes de una botella de whisky durante la tarde y desmayándose con cuatro o cinco fuertes barbitúricos por la noche. Entre las varias voces que finalmente los convencieron de que visitar Brasil era un deber, la más persuasiva fue la de su amigo Jorge Amado. Durante años, Amado habÃa estado diciendo que Sartre necesitaba pasar más tiempo en el Tercer Mundo y ser testigo de sus contradictorias realidades de cerca. También sentÃa que Sartre tenÃa mucho para ofrecerles a los progresistas brasileños, particularmente a los jóvenes. La vida intelectual brasileña era fuertemente francófila, y los trabajos de Sartre y Beauvoir se leÃan en francés y portugués. El año anterior, André Malraux, entonces ministro de cultura del nuevo gobierno de De Gaulle, habÃa estado en Brasil defendiendo vigorosamente el rol de Francia en la guerra de Argelia.
Sartre y Beauvoir llegaron a Cuba en febrero de 1960 y pasaron un mes recorriendo la isla. Seis meses más tarde, el 13 de agosto, llegaron a Brasil. Su llegada fue tan dramática como lo serÃa su partida. El largo viaje desde ParÃs habÃa sido agotador. HabÃan hecho paradas en Lisboa, Elisabethville (Congo) y Dakar (Senegal). Finalmente, el vuelo de Pan Am pasó media hora volando sobre Recife mientras el piloto luchaba por bajar las ruedas. En tierra, una multitud de fanáticos y periodistas vieron con horror cómo camiones cisterna se acercaban a la pista en prevención de un accidente. Finalmente, las ruedas bajaron y el avión aterrizó a salvo.
Poco después descubrirÃan que el gobierno francés habÃa hecho todo lo posible por evitar el viaje.
En Brasil, cada vez que Sartre dio una charla, el público rebasaba las salas, y mucha gente quedaba afuera. Beauvoir habló muchas veces sobre "La condición de la mujer moderna", estimulando a las mujeres brasileñas para que reclamaran sus derechos. Justo como lo temÃa el gobierno francés, la prensa brasileña se volvió loca.
Mientras estuvo en Brasil, las crónicas de Sartre sobre Cuba fueron rápidamente traducidas y publicadas. Cuando Sartre firmó ejemplares en San Pablo hubo una estampida que intelectuales de cierta edad todavÃa recuerdan perplejos y maravillados. Un debate con un grupo de brasileños fue televisado en vivo para todo el paÃs. Durante más de tres horas discutió sobre Cuba como modelo para América latina y habló sobre el uso de la tortura por parte de los franceses en Argelia. Urgió a los progresistas brasileños a que se unieran en la lucha contra el crecimiento del poder militar y la guerra atómica, y que asumieran el rol de voceros del Tercer Mundo.
Fue en su segundo o tercer dÃa en Recife que Sartre y Beauvoir conocieron a Christina T., una periodista que entrevistó a Sartre. A él le cayó bien, y pronto ella se encontró acompañando a Sartre y Beauvoir por Recife. Lucia, su hermana mayor, profesora de español, se unió a ellos.
Beauvoir, como de costumbre, habÃa leÃdo mucho sobre el paÃs que visitaba. Desde su mirada, Recife, la capital de Pernambuco, no habÃa cambiado demasiado desde los dÃas de las plantaciones según habÃa leÃdo en el clásico de Gilberto Freyre Los amos y los esclavos. Y sin embargo notó que Christina y Lúcia, que provenÃan de una influyente familia católica, disfrutaban de cierta libertad. Las chicas habÃan viajado a Europa, tenÃan su propio auto (que todos usaban para hacer turismo) y Christina, a los 24, incluso manejaba el lujoso hotel familiar.
Cuando viajaron a BahÃa Amado también compró pasajes para Christina y Lúcia. La Universidad Federal puso un minibús y un chofer a su disposición, y cada dÃa durante una semana, junto a Amado, el grupo recorrÃa los caminos menos transitados de BahÃa. Después de BahÃa, Christina se les unió en Rio, esta vez acompañada de su madre. No los acompañó a Brasilia, que recién habÃa reemplazado a Rio como la capital de la nación, pero Sartre tenÃa planes para que ella se les uniera en el viaje al Amazonas. Desde su habitación de hotel en Brasilia, el 23 de septiembre, Beauvoir le escribió a Algren: "EstarÃas orgulloso de Sartre. Ha decidido que no es suficiente tener una morena argelina, una rubia rusa, y dos rubias falsas. ¿Qué le faltaba? ¡Una pelirroja! Tiene 25 años y es virgen. En el norte de Brasil las chicas bien criadas no se acuestan con hombres. Ella me cae muy bien, pero me da miedo lo que puede sucederle otra vez al loco de Sartre si tiene éxito".
Beauvoir y Sartre fueron al Amazonas solos. En Belem, sus habitaciones de hotel eran como baños turcos y en el bar con aire acondicionado temblaban; en Manaos, se congelaban en sus habitaciones de hotel refrigeradas y transpiraban en el bar. Sea porque Beauvoir estaba enferma (eso dice ella) o porque Sartre estaba enfermo de amor (algo que ella no dice), partieron después de unos pocos dÃas. Beauvoir cuenta que eran las cuatro de la mañana cuando tomaron un avión hacia Recife. El viaje, interrumpido por aterrizajes en varios aeropuertos pequeños, duró 18 horas. El calor era sofocante, Beauvoir tenÃa fiebre. Christina fue a buscarlos al aeropuerto en su auto. Después viene un pasaje cargado de ambigüedad:
"Fui con ellos al restaurante a pesar de mi fatiga, porque es impropio en el Nordeste que un hombre esté solo cuando cae el sol con una mujer joven. Por la misma razón participé de la excursión que Christina habÃa planeado para nosotros el dÃa siguiente. Nos alegró verla de nuevo. Sus rebeliones eran realmente profundas además de impetuosas".
Esa noche Beauvoir estaba "ardiendo". El hermano de Christina, un médico, llamó a un colega, que confirmó que padecÃa tifoidea. La llevaron a un hospital especializado en enfermedades tropicales.
HabÃan llegado cartas y telegramas de amigos parisienses. Antes de partir, Beauvoir y Sartre habÃan firmado el Manifiesto del 121, demandando independencia para Argelia y pidiendo que los militares franceses se insubordinaran. Sartre, como el firmante más prominente, fue ampliamente acusado de traición. Los veteranos de guerra marchaban gritando "¡Muerte a Sartre!". Claude Lanzmann llamó por teléfono a la pareja y les pidió que volaran de regreso pero a Barcelona, no a ParÃs.
Un periódico brasileño de derecha sugirió que Beauvoir habÃa inventado su enfermedad para demorar la vuelta a Francia y un posible arresto. Esto era insultante. Pero habÃa algo más que desestabilizó a Beauvoir. Justo antes de viajar a Brasil, Algren habÃa pasado cinco meses con ella en su departamento. HacÃa nueve años que no se veÃan y el encuentro los habÃa puesto nerviosos. Durante todo el viaje por Brasil, cada vez que llegaban a un nuevo lugar, Beauvoir iba ansiosa a la casilla de correo local, pero sólo habÃa silencio de parte de Algren. Su viejo tormento volvió, una agonÃa que habÃa retratado en términos muy gráficos en El segundo sexo. La tragedia, tal como ella la veÃa, era que las mujeres perdÃan su atractivo mucho antes de perder su deseo.
En sus memorias, Beauvoir atribuye su desesperación sobre todo al comportamiento autodestructivo de Sartre. Mientras ella se revolvÃa incómoda en su cama de hospital, escribe, él estaba tomando escoceses en el bar del hotel y después barbitúricos para dormir. Por las mañanas, cuando la visitaba en el hospital, estaban tan drogado que perdÃa el equilibrio. Una vez casi hizo volar su suero intravenoso. Ella le dijo a los médicos que no podÃa quedarse más tiempo en el hospital, que querÃa volver al hotel donde Sartre se alojaba. Le recordaron que su enfermedad era contagiosa, el hotel no podÃa aceptarla. Fue Christina la que encontró una solución. Su familia tenÃa una casa en Boa Viagem, Beauvoir podÃa quedarse allÃ.
Beauvoir no parece demasiado agradecida: "Pasé tres dÃas en una habitación llena de muebles antiguos y apenas refrescada por su primitivo y ruidoso aire acondicionado. Temprano cada mañana algunos primos de la familia T. que viven enfrente me envÃan un desayuno. Una tarde el joven Doctor T. vino a examinarme, se tomó un tiempo largo, asà que le dije a las hermanas y Sartre que salieran a comer y no lo esperaran. Se negaron: no estaba permitido dejar a un hombre solo en una casa con una mujer sola, ni siquiera una mujer de mi edad".
De hecho, parecÃa que una maldición habÃa caÃdo sobre ellos. Cuando finalmente estuvieron en el hall del aeropuerto, esperando ser llamados, un tornado cayó sobre la pista. Unas horas más tarde estaban camino al avión, y el motor empezó a escupir llamas.
Unos dÃas más tarde, le escribió a Algren desde La Habana. En el "pueblo infernal" de Recife, "Sartre se volvió loco", le decÃa. La bebida diurna mezclada con las pastillas que tomaba por la noche lo hacÃan caminar en un zigzag permanente. Mientras ella estaba confinada en la cama, el pasó largas jornadas con la pelirroja: "La chica estaba muy interesada en Sartre, tiene voluntad y personalidad, y lo veÃa seguido; pero detestaba ser culpada por su familia, sus amigos y toda la ciudad".
La última noche en la ciudad habÃan bebido demasiado, le contó a Algren. La chica bebió también. "Cuando me repuse pasamos una noche demencial, ella rompió vasos con sus manos desnudas y sangró en abundancia, diciendo que iba a suicidarse porque amaba y odiaba a Sartre, y porque nos Ãbamos al dÃa siguiente. Dormà junto a ella, sosteniéndola de la muñeca para evitar que se arrojara por la ventana. Va a venir a ParÃs, ¡y Sartre dice que va a casarse con ella!".
Un avance. Una simpática periodista brasileña, Lúcia Guimaraes, que trabaja para un programa de TV basado en Nueva York, habÃa terminado de leer mi libro y querÃa entrevistarme. Por teléfono estábamos hablando de los puntos a tocar en la entrevista del dÃa siguiente, y yo mencioné a Christina T. Le pregunté si conocÃa a algún periodista de Recife que pudiera ayudarme a encontrarla. Ella me preguntó dónde habÃan estado exactamente Sartre y Beauvoir durante ese viaje a Brasil. Me di cuenta de que estaba sentada a su computadora mientras hablábamos, y que ella googleaba sitios en portugués. "¡La encontré!" Su voz, habitualmente vigorosa, se habÃa debilitado un poco. "Nacida en 1936 –dijo Lúcia–, comenzó como periodista y se convirtió en congresista federal. De izquierda. Feminista. Su nombre es Cristina Tavares. ¡Y hay una foto! Está hablando por un megáfono. Pelo afro. Murió en 1992. Cáncer. TenÃa 56. Escribió un libro sobre su batalla contra la enfermedad." Ahora sonaba excitada. "Hablan de cartas que Sartre le escribió. Las tiene su sobrino. Aquà dice que es arquitecto. Vive en San Pablo."
Al dÃa siguiente cuando nos encontramos, Guimaraes estuvo de acuerdo conmigo. TenÃa que ir a Brasil para averiguar más.
Los brasileños pueden ser adictos a las telenovelas, pero cuando vuelven al mundo real, resultan asombrosamente discretos. Sartre y Beauvoir se fueron de Brasil en octubre de 1960. Pasaron 26 años hasta que el Jornal do Brasil quiso saber la identidad de la mujer pelirroja. Fue el 2 de febrero de 1986. Una nueva biografÃa de Beauvoir se habÃa editado en Francia, y citaba la carta a Algren. Una periodista neoyorquina dedujo que si alguien podÃa saber sobre el romance de Sartre y la pelirroja, debÃa ser Amado. Pero a él la pregunta lo irritó: "Querida, ¿me llama desde Nueva York para preguntarme eso? ¿Un romance de Sartre en Brasil? No sé nada, soy inocente". Veinte años después me encontré con el mismo fenómeno.
Pero una vez Cristina Tavares sà habló sobre el tema. En 1986, para prevenir un escándalo mayor, finalmente se decidió a hablar. El 15 de febrero, el Jornal do Brasil tituló: El amor brasileño de Sartre con una gran foto de Tavares, diputada federal, de 49 años.
Nunca habÃa sido amante de Sartre, insistÃa. Nunca habÃan tenido un romance. Nunca se habÃan besado. Es verdad que el filósofo le habÃa planteado una relación sexual pero su respuesta habÃa sido una firme negativa. No sabÃa nada de la célebre pareja cuando llegaron a Recife, ni estaba interesada. Era periodista en un diario local, y como hablaba francés, fue enviada con el grupo que debÃa entrevistar a Sartre. El dio vuelta el procedimiento, como le gustaba hacer, y le preguntó a cada uno de los entrevistadores qué pensaban del Amazonas. Los otros dieron respuestas predecibles, pero Tavares dijo: "En el Amazonas, monsieur, estarÃa más aburrido de lo que cree estar acá". A Sartre enseguida le gustó su rebeldÃa.
Sartre le presentó a Beauvoir y los tres se hicieron amigos. La relación permaneció asà hasta que recibió un telegrama desde el Amazonas donde Sartre decÃa que volvÃan a Pernambuco y querÃa verla a solas. Ella quedó impactada. Beauvoir llegó con tifoidea. Mientras estuvo en el hospital, Sartre pasó tiempo solo con Tavares. Hablaron de todo tipo de cosas: la pobreza, Brasil, el Tercer Mundo, Cuba, la Unión Soviética. Tavares, que desconfiaba del comunismo, le dijo que podÃa entender ciertas restricciones a la libertad en Cuba, porque la revolución era nueva, pero preguntó por qué habÃa tantas en la Unión Soviética, cuarenta y tres años después de la revolución. Sartre le explicó que las revoluciones demandaban tiempo y una nueva forma de pensar.
"Yo era tan ignorante, una criatura salvaje. A sus ojos, yo podÃa ser un extraterrestre. Estaban veinte años adelantados a su tiempo en Francia, y yo estaba veinte años atrasada del mundo moderno." Tavares habÃa sido criada en Garanhuns, un distrito cafetero y pastoril de las montañas. En su mundo, era inaceptable que una mujer fumara en público. Nunca habÃa conocido a una mujer como Beauvoir. "Simone empezó a hablarme de un romance con un escritor norteamericano. Enfrente de su esposo", cuenta Tavares. "Yo no lo entendÃa. Ni intelectualmente, ni emocionalmente ni moralmente." El romance que nunca fue le costó a Tavares inmensos problemas familiares: "Fue como si el comunismo internacional, en persona, hubiera ingresado al pequeño mundo de Recife". Los problemas persistieron mucho después de que la pareja se fuera de la ciudad. Cuando llegaron cartas de Sartre desde ParÃs, la madre de Tavares las trató como si fueran dardos envenenados. Durante los siguiente veinte años, Tavares vio a Sartre y Beauvoir unas cuatro o cinco veces más, tanto en ParÃs como en Lisboa.
El tema del romance fallido surgió sólo una vez más. Sartre no estaba allÃ. Las dos mujeres estaban solas. Beauvoir le dijo a Tavares que Sartre hablaba en serio cuando dijo que querÃa casarse con ella. QuerÃa llevarla a ParÃs; pensó que ella podÃa completar su educación allÃ. Fue Beauvoir la que enfrió su impetuosidad, recordándole la magnitud del choque cultural que eso podÃa representar para una joven de Pernambuco.
"Querida Cristina de Pernambuco...". Sobrevivieron cinco cartas. Tres de ella, dos de Sartre y una de Beauvoir, eran notas, escritas mientras estaban en Brasil. Son manuscritas: la pareja nunca tipeaba.
Una carta de doce páginas, escrita cuando llegó a ParÃs en diciembre, muestra que Sartre se habÃa tomado bien el rechazo. Esto puede resultar sorprendente para un hombre que habÃa vislumbrado un casamiento, pero después de todo no era la primera propuesta en su haber, y Beauvoir siempre lo habÃa salvado antes de que la cumpliera; probablemente sabÃa que iba a salvarlo una vez más. Le agradecÃa a Tavares por sus cartas. PodÃa notar que ella estaba ansiosa y un poco infeliz. Era difÃcil para él ayudarla desde tan lejos, pero tenÃa que recordar que habÃa recorrido un largo camino sola. Le habÃa diseñado una lista de lecturas. Si no podÃa encontrar los libros en portugués, se los enviarÃa desde Francia. Le habÃa mostrado la lista a Beauvoir, ella habÃa agregado algunos libros.
"Eso es sólo el principio", escribió. EnviarÃa más sugerencias en futuras cartas, pero no querÃa abrumarla. Mañana le escribirÃa sobre su regreso a ParÃs y cómo habÃa logrado que no lo arrestaran.
La última carta sobreviviente es de Beauvoir, escrita en diciembre de 1967. Ella y Sartre acababan de volver de Copenhague donde habÃan participado de la última sesión del Tribunal Russell, protestando contra la guerra de Vietnam. HabÃan escuchado cosas horribles sobre las torturas del ejército norteamericano y visto registro fÃlmicos horripilantes. Le mandaba a Tavares el nuevo ejemplar de Les temps modernes, acerca de Brasil. Pensaban en ella, y le enviaban cálidos saludos.
Durante la dictadura militar de 1964 a 1985, Cristina Tavares fue activa en la oposición, el Partido do Movimento Democrático Brasileiro. En 1978 se postuló y obtuvo una banca en el congreso brasileño. Más que nunca la polÃtica se convirtió en su vida, se sumergió en ella. Luchó contra la pobreza, habló contra las multinacionales que se robaban el paÃs y ayudó a fundar el Congreso Nacional por los Derechos de la Mujer. Comprometida y valiente, querÃa mejorar la vida de sus compatriotas. SabÃa que ésta no era la clase de polÃtica revolucionaria que le interesaba a Sartre. Una vez le dijo: "¿Sos diputada por Garanhuns y participás de unas elecciones tan manchadas como éstas?".
José Tacares Correia de Lira vivÃa en un aireado departamento antiguo desde el que se podÃa ver el centro de San Pablo. Me hizo fotocopias de las cinco cartas, y me mostró la biografÃa polÃtica de su tÃa, Perfil Parlamentario: Cristina Tavares por Teresa Cruvinel. Le encantaba hablar de Cris, como él la llamaba. Es verdad, me dijo: ella nunca hablaba de su vida privada y sólo mencionaba a Sartre como a un admirado mentor. Cris estaba consumida por la polÃtica y era devota de su familia. Como polÃtica pasaba mucho tiempo en Brasilia pero cada fin de semana volaba de vuelta a Recife, donde vivÃa con su madre. Sus sobrinos y sobrinas la adoraban. Para ellos era como una madre, sólo que más divertida. Con ella tenÃan aventuras, iban a navegar y a acampar. Pegaban posters para sus campañas electorales.
Una noche la hermana de José, su esposo y su tÃa Lúcia Tavares me pasaron a buscar. Fuimos a un encantador restaurante en Olinda, el pueblo colonial vecino a Recife que Sartre y Beauvoir amaban. La publicación de Tête-à tête en Brasil habÃa hecho crecer una vez más cierto porcentaje de especulación sensacionalista sobre Tavares. Durante la cena, me remarcaron: "Todas estas habladurÃas en los diarios sobre el supuesto romance son Sartre son irónicas. No habÃa nadie menos interesado en el sexo, o que hablara menos de sexo que Cristina".
TraÃan consigo viejos álbumes de fotos. Una fotografÃa, tomada en Recife en 1960, mostraban a la joven Lúcia, pequeña, delgada y bellÃsima, inclinada sobre Sartre, que está sentado a la mesa, autografiando su copia de La mort dans l'âme (1949). Me mostró el libro, ahora gastado, con su cálida dedicatoria: Para Lúcia, por el reconocimiento y la amistad, J-P. Sartre. Lúcia explicó que le habÃa dado el libro a Cristina y me mostró la página en blanco del final, donde su hermana habÃa garabateado algunas preguntas para hacerle a Sartre. "Además de los problemas materiales, ¿cuáles son los problemas que afligen a la humanidad en el siglo XX? ¿Qué piensa de los regÃmenes totalitarios? ¿Cree que la libertad es esencial para el hombre? ¿Tiene confianza en la humanidad? ¿Cuando dice que el matrimonio no es esencial para las mujeres, también está hablando de las relaciones sexuales?"
Le pregunté a Lúcia si tenÃa una foto de Cristina con Sartre en 1960. "No –me dijo sonriendo–. Mi hermana no era narcisista en lo más mÃnimo."
En los archivos de prensa, hay una foto de Tavares con Sartre. Fue tomada mucho después, a fines de los setenta, en un café de ParÃs, y el fotógrafo claramente los tomó desprevenidos. Sartre ya está ciego, usando anteojos oscuros, y tiene una expresión paciente. Tavares está de costado a la cámara, con una campera de cuero y las manos en las caderas, como si estuviera dándole órdenes a Sartre. La foto apareció en el diario de Recife, el Jornal Do Commercio, el 21 de junio de 2005, centenario del nacimiento de Sartre. El epÃgrafe dice: "Cristina Tavares conversando con su maestro Jean Paul Sartre, en el bar del Grande Hotel de Recife, octubre de 1960".
Sartre y Beauvoir
Hazel Rowley
Lumen
614 páginas
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