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Domingo, 7 de octubre de 2007
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Chernov

Laberinto de pasiones

El amor ya había ocupado a Carlos Chernov en su primer libro de cuentos. Ahora, los relatos de Amor propio recuperan y amplifican la forma de conflicto y lucha que suelen adquirir las pasiones en la literatura.

Por Luciano Piazza
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Amor propio
Carlos Chernov
Alfaguara
155 páginas

Si hablamos de amor es probable que empecemos o terminemos hablando de una herida. Es difícil que el amor llegue a ser relato si carece de un elemento disruptivo o transgresor. En literatura, amor y conflicto suelen ir de la mano y eso lo saben los escritores. Carlos Chernov demuestra entender con claridad este intuitivo precepto en los nueve relatos que conforman su más reciente libro, Amor propio. La herida que recorre esta narrativa no está lejos de historias alucinantes verosímiles, de prácticas que horrorizan pero que están instaladas en el imaginario colectivo. La afiebrada imaginación del enamorado es desmedida y ése es el rumbo de los protagonistas de sus relatos. Personajes excéntricos, pero de fácil reconocimiento dentro de la clave fantástica del mundo amoroso.

Las huellas de estas historias circulan por zonas como la impotencia de un torero hemofílico que solamente erecta al matar a su víctima, los celos de una obsesiva en constante reclamo de cruentas pruebas de amor, la melancolía de un alcohólico atrapado en un anillo del pasado o la devoción de una reina de belleza atada al asombro de su marido en un leprosario. La inquieta imaginación de Chernov logra personajes en un combinatoria que no se agotan en su extraño estereotipo. Sus relatos son memorables, y en una primera instancia reproducibles. El elemento básico anecdótico está dotado del impacto suficiente que impulsa las ganas de volver a contarlo.

¿Elabora algún aspecto particular del amor en esta nueva serie de relatos? No es el diálogo de amor, no es la reflexión del encuentro entre dos extraños ni la finitud del acto. El ojo que narra está más cerca de las peores pesadillas que el amor cortés hubiera soñado, o de la deformidad que genera el fantástico, o de la monstruosidad que generan los contrafácticos de la ciencia ficción. Y también son historias de amor porque casi cualquier historia podría serlo.

Este libro, en más de un aspecto, tiene su antecedente en su anterior libro de relatos, Amores brutales. En aquella presentación de inquietantes personajes destrababa un espectáculo novedoso por la desmesura de la imaginación y la espeluznante combinatoria que armaban la tensión de las historias. Aun en esta nueva serie, el efecto de sus relatos no se acaba en esa especie de impacto visual memorable. El elemento fantástico está presente tanto en la excentricidad del brillante torero hemofílico como en el idílico amor que desarrolla un fotógrafo en la sala de revelado. La riqueza de estas historias está ganada en la voz que Chernov ya había desarrollado en Amores brutales, pero la brutalidad encapsulada también genera un bestiario que merece ser recorrido. Como si, en esta otra etapa, el ojo que investiga los casos a narrar estuviera más sedentario.

No es la mirada de quien investiga algún comportamiento, ni mucho menos el experimentador que pone el cuerpo y el corazón para la escritura. La voz de Chernov es la de un testigo a quien le duele lo que ve, pero siente placer al contarlo. Entre las figuras que arma el discurso amoroso, Barthes destacaba que "las más vivas heridas provienen más de lo que se ve de lo que se sabe". El cuento de amor deja huella por lo que deja ver y no por acumulación de saber. Si algo permite reunirlos bajo la temática del título es una relación con la impresión más que una construcción. Si Chernov desarrolló esta voz quince años atrás, tal vez haya perdido novedad, pero no así su vigor ni su vigencia.

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